Cuando un gobernante se emborracha de poder le brotan síntomas como megalomanía y delirio de persecución, además se desarrolla en tales sujetos el mal de superyó. El presidente de Nicaragua, Daniel -Anastasio- Ortega y su perturbada esposa, con quien comparte el Gobierno, han entrado en esa peligrosa fase. Por eso sus iniciativas son peligrosas.
La megalomanía o delirio de grandeza los lleva a que toda manifestación de simpatía, alegría o entusiasmo por una causa les resulte molesta si no girara en torno de esa persona. Para desgracia de los nicaragüenses, esta situación se duplica porque la pareja de autócratas es tal para cual, lo que molesta a uno, a la otra también.
A ambos le ha crecido la autovaloración y padecen un tumor en la conciencia que se llama superyó. Los traumas y limitaciones del pasado le han originado la falsa percepción de que son seres superiores a cada nicaragüense y que pueden disponer de las libertades y derechos de todos de modo tan simple como un defecar de gallina.
Ortega y Murillo no pueden permitir que nadie disienta de sus ideas ni de acto alguno de “su viejo gobierno de difuntos y presos”. Es propio de dictadores cerrar medios de comunicación y perseguir periodistas, ellos lo hacen. Es propio de los déspotas suprimir partidos, encarcelar, deportar o eliminar opositores, y ellos lo hacen. También incurren en otras acciones perniciosas.
Los dictadores, incluso los más brutos, han respetado las instituciones culturales y tratan de sacar provecho de ellas: los motiva ser investidos de doctores honoris causa, les tienta que las academias los hagan miembros, que las iglesias los declaren benefactores. Pero estos, los de Nicaragua, muestran una excentricidad.
Los nuevos Somoza de Nicaragua, en correspondencia con su ebriedad, abusan de instituciones tan inofensivas como la Academia Nicaragüense de la Lengua, cierran universidades y agrupaciones religiosas. La Iglesia católica ha sido un blanco favorito de sus agresiones. Obispos y sacerdotes pueblan cárceles y exilio.
A los escritores que no celebran las incongruencias del dueto presidencial se les despoja de su ciudadanía, con la que nacieron, y por igual les usurpan sus viviendas y bienes personales. Sergio Ramírez, el intelectual más notable de Nicaragua, Premio Cervantes de Literatura, no puede pisar su país.
La más reciente víctima es Sheynnis Palacios, la chica coronada Miss Universo. La persecución contra ella demuestra que la borrachera de poder embrutece, reduce el entendimiento y anula la sensatez. Inmadurez y envidia de Ortega-Murillo los ha llevado a impedir al pueblo nicaragüense festejar el triunfo de la muchacha. ¡Cómo se han embrutecido!
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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