Ese afán «por ser», esa cosquillita que azuza «al ente», es decir, a esta máquina que llevamos todos y que contiene al alma. Este cuerpo que se ufana de ser «admirado», querido, deseado y todas esas otras pendejadas por las que solemos perder el tiempo.
Me pasa a mí, a ti y probablemente a todos. Es algo intrínseco en nuestra máquina humana, quizás como un arma de defensa en la que «ser admirado» representa «cierto tipo de seguridad». Es un tema abordado antes en otro de mis latidos, en la que expongo al ego como parte del instinto animal de preservación que todos llevamos.
¿Podríamos apartar este «ingrato» sentimiento? ¿Es un sentimiento el ser protagonista o simplemente causa de una mediocridad ciega e inculta? El asunto parece complicado, pero yo me inclinaría más por deducirlo como una falta de «escalón espiritual». ¿Cómo así? En mis últimas reflexiones he aprendido, o especulado, ya que todo lo que escribo es precisamente eso «especulaciones», que cada uno de nosotros transita por esta vida de la misma manera que lo hacemos por la escuela.
Pasamos de kindergarten a primero y así hasta graduarnos. En la vida diaria y «callejal» nos mezclamos con individuos que «saben menos y más que nosotros» y otros que están en el mismo nivel. Pero en este caso la materia que se aplica no es de matemáticas, gramática o geografía, sino de espíritu, alma y civismo.
Esas aptitudes no logramos alcanzarlas en la escuela, lamentablemente, ya que entrarían en campos de filosofía, religión y moral que siempre han sido temas muy «aéreos» en cuestiones de «objetividad». Nos gusta lo concreto, lo que se sienta y pueda demostrar para andar perdiendo el tiempo en cuestiones que preferentemente se dejan «para lo último» o sea, para cuando estamos cerca de la muerte.
Mientras tanto, por ahí vamos «tirando pa’ lante». Viviendo la vida loca y enfrascados en el día a día que tanta pela nos da. No logramos «discernir» que gracias a «esas distracciones» vamos «ahuecando» nuestros cerebros y al alejarnos del «centro», es decir, de nuestra consciencia, le permitimos a cualquier «tigre» que se nos adelante en el curso y nos dé «discursitos halagadores» que solo tienen la intención de quitarnos un beneficio que compartido equitativamente siempre sería mejor.
Los políticos, o enganchados a ello, son el mejor ejemplo de esto. Se preparan en economía y jurisprudencia y le añaden a esto un chispazo de oratoria que acompañan con fragmentos de historia y algunas frases de pensadores que se han de sentir indignados de estos vividores del engaño y la parafernalia…
Gozan de un diálogo de espanto que, a mí, particularmente, me indigna. Lo triste de esto es que usted y yo y todos los demás solemos caer en estos juegos «espantanos» nos encanta subirnos al escenario a dar discursillos y ser el centro de atención de todos. Nos excita ser escuchados y captar la atención de los presentes.
Observe con atención, en la próxima reunión familiar o entre amigos que tenga, como se comportan los demás. Se dará cuenta de que hay un «atropellamiento» de diálogos cruzados en los que nadie está escuchando porque están todos hablando, intentando «sobresalir» para satisfacer «ese ego atrofiado» y estéril.
¡Obsérvese usted mismo! Y experimente en qué nivel se encuentra. Si está todavía bañado de las banalidades humanas o ya alcanza un nivel superior más alejado de «ese ente» que lo contiene y lo empuja a «lucírsela» como sea y donde pueda. Mire con cuidado y se dará cuenta de toda la mierda que hablan sin sentido, buscando alcanzar un lugar «privilegiado» en el grupo.
Cuando se haya dado cuenta de que el 90% de las críticas, chismes, historias, afirmaciones, conocimientos y demás, están basados en «cosas» que escucharon o leyeron de otros, notará que vivimos en una fábula absurda de especulación. Este mismo escrito no se escapa de ello…
Noche tras noche, en mi estudio, por los últimos 30 años, he observado la conducta humana, ¡he escuchado las mismas afirmaciones de la vida y sus absurdos y sus misterios y sus dimensiones y la fuente que nos contiene y adonde iremos al morir y que regresaremos y pin pun pan… mierda! Nadie sabe nada.
Los diálogos de espanto me han espantado tanto que ya solo me da con reírme y por supuesto, escribirles a ustedes que suelen proponer por presidente a cualquiera que les hable bonito y les confunda un poco.
Es probable que yo ya este fuera de este mundo, como me insinuó «Rojo» uno de los homeless que merodean mi estudio. Estoy por darle la razón solo si lo dijo, por lo que él piensa de mí como ser humano, lo cual alimenta «mi ente» y no por lo que suele curiosear metiendo la cabeza a ver lo que estoy pintando.
Si sigo escuchando diálogos de espanto, entonces todavía ando por aquí. ¿O quizás ya estoy en el más allá sin darme cuenta y aquí también se suele hablar mierda?… Yo se los advertí desde el título, este es un latido de espanto. ¡Salud! Mínimo Espantero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, Estados Unidos).
Comentarios sobre post