Jamás se imaginó George Floyd que su muerte, desataría los demonios. Tampoco lo supo la rodilla despiadada de Derek Chauvin, policía de la ciudad de Minneápolis.
Fueron los ocho minutos de agonía que más caro le han costado a los Estados Unidos. Louis Vuitton, Prada, Chanel, Target, Wall Mart y casi todas las marcas que se esparcen por el territorio han sufrido de una “sospechosa culpa”.
Pareciera que los jóvenes indignados no solo protestan por el asesinato brutal de Floyd, sino que algo más allá estuviera brotando de estas.
Escuché a un activista decir en la prensa nacional que esta violencia desatada en desenfrenos de locura, tenía una causa originada en la violencia con la que “los blancos” habían oprimido a los negros y a los originarios pobladores de estas tierras.
No es que sean nuevas estas protestas. Han ocurrido en muchas ocasiones y desde muchos años y por las mismas razones… entonces?.
El asunto aquí es que esta es una nueva generación con un ingrediente “agregado” la desigualdad no es asunto discutible, !No existe!.
La conciencia de hoy no es la que aun guardan estos “redneck” sesentones y otros más jóvenes provenientes de esos estados agrarios donde aún preservan la influencia de sus padres racistas e ignorantes.
Las protestas se empecinan en castigar a las grandes empresas capitalistas como si en el fondo abrigaran “parte” o quizás toda la culpa por su silencio cómplice.
El capital innombrable para la construcción de máquinas con fines violentos, han sembrado de muerte y destrucción el planeta.
El mundo allá afuera se está acabando y hoy, se han dado cuenta que los asesinos estaban en sus calles y dormían en sus barrios.
Que en las noches bombardeaban Siria, Irak o Yemen y en las mañanas sacaban a pasear sus perritos.
Hoy queman (simbólicamente) los edificios de la ITT, que propició la muerte de cientos de chilenos en 1973 durante el golpe a Salvador Allende. De la Chiquita United Fruit Company, por las docenas de muertos en 1928 en Colombia y muchos más en América Central.
Hoy queman la impunidad y el desprecio a la vida de cientos de compañías que han sembrado de dolor al mundo.
No es el fin del capitalismo ni del imperio, ni siquiera de los abusos y sus temerarias arrogancias de “estrangular” a su antojo a países para asfixiarlos, como a Floyd.
Es el principio del despertar de la conciencia. De mirarnos dentro y compadecernos de nosotros mismos y en consecuencia el mundo respirara un aire más justo.
¡No era necesario que llegáramos a esto, pero, es que esto es lo que somos!. Esto es lo que nos han enseñado permitiendo las masacres en las escuelas y las posesiones de armas a diestra y siniestra…es lo normal.
¿No sé porque se espantan algunos? ¡Qué terrible! ¡Qué espanto! ¡Los vándalos!, los, los, los. Si eso es lo que hacemos todos los días con el mundo y nos vale madre.
Detrás de este infierno hay una llama que es buena.
La puedo percibir allá, justo en el centro del calor de las bombas y las ventanas rotas. Del sudor derramado por los jóvenes indignados, de los policías nerviosos y vacilantes.
Detrás de este infierno hay una luz inmutable, la veo levantarse indiferente ante el clamor y los ruidos de sirenas, de gritos que gritan ¡no puedo respirar!.
Detrás de este infierno estamos todos, quemando a los inquisidores, a los que no encajan ya en este mundo, un mundo que respirara mejor, sin ellos. ¡Salud!. Máximo Caminero.
((El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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