La democracia dominicana tiene un jalón fundamental en el ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo (1961) y la huida inmediata de su nefasta parentela, quienes más que hermanos, cuñados o hijos fueron cómplices de la más cruel y extensa tiranía que haya padecido la República Dominicana o pueblo alguno de las Américas.
El trujillismo, como mentalidad perversa y reñida con la democracia, pervivió durante la séptima década del siglo pasado, y logró derrocar el primer Gobierno escogido por el pueblo tras la decapitación de la dictadura. El golpe ocurrió en 1963, contra el presidente Juan Bosch, a la vez que eliminaron el Congreso y anularon la Constitución.
Quienes encarnaron la mentalidad trujillista se opusieron, armas en las manos, a la restitución de la institucionalidad en el Estado y la consiguiente reposición del presidente Bosch. Esa actitud provocó la guerra de abril de 1965 y la afrentosa invasión de la llamada Fuerza Interamericana de Paz, encabezada por el gobierno estadounidense.
El predominio de los métodos trujillistas, un poco morigerados o atenuados, permitió los fatídicos doce años de gobierno del presidente Joaquín Balaguer, caracterizados por la intolerancia política y limitaciones a los medios de comunicación.
Asesinatos, cárcel y exilio para los opositores nunca faltaron en el período 1966-1978. Está escrito.
En 1978, pese a las triquiñuelas y abusos de poder, el pueblo dominicano se constituyó en poderosa avalancha contra el régimen y aprovechó la brecha electoral para quitarse de encima esa calamidad. Y la mentalidad trujillista quiso impedir el ascenso al poder del presidente electo, Antonio Guzmán, candidato del PRD, desaparecido.
Ha creado perturbación entre sectores democráticos de nuestro país el hecho de que la Junta Central Electoral haya reconocido una organización política encabezada por un individuo que se identifica como Ramfis Trujillo, que no es ese su nombre, pero que en realidad es nieto del déspota Rafael Trujillo, merecedor de todo rechazo.
El sujeto en cuestión es un provocador desvergonzado, goza con mostrar su origen, se regodea con identificarse con el tío que solo sirvió para matar y beber wiski. Su primer apellido es Domínguez, como su padre, aquel coronel cuyos actos deben restar voluntad de identificarse como hijo. Pero a nuestro nuevo “dirigente” político poco importa.
Tiene sentido patriótico el clamor de los grupos democráticos contra el reconocimiento del PED, pero conviene disminuir la irritación. Han pasado 62 de que rodara la cabeza del tirano y la hégira de los otros. El trujillismo no se combate con trujillismo. La sociedad dominicana ha cambiado mucho y contamos con una democracia que madura.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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