Al parecer, los sentimientos surgidos en campos abiertos, dotados de vegetación, tienden a tener la cualidad de estar impregnados de esa pureza que fluye por todas partes, como el viento.
Nacer en el valle, es nacer con la esencia de identidad que caracteriza a los pueblos.
Un país tiende a llevar en su música a su gente, la misma que escoge el ritmo que logró calar en el corazón de todos.
Por lo general, esa música es una memoria colectiva que se va formando por el ambiente que nos contagia.
El río, la montaña y el valle, mezclados en uno solo, parece hablar a nuestra conciencia llevando la información al subconsciente que este hace melodía.
Me atrevería a afirmar que “casi” todos los orígenes de todas las músicas del mundo, nacen en el campo.
¿Dónde más podría surgir lo que le habla directamente a nuestra alma?. No sería posible entablar ese diálogo poético en medio de las brasas agitadas de nuestros dramas humanos.
Ese susurro surge en la quietud verdosa del valle, en el rugir delicado de un arroyo o en la vista altiva de la montaña.
Ésta nos deleita y recuerda que, lo grande y lo sublime cuando se unen se hacen eternos.
Nato del valle, nacido en el valle y esparcido contagiosamente por el mundo se populariza el “vallenato”.
¡Pueden haber otras más bellas que tú! Otras, con más poder que tú, pueden existir en este mundo, pero eres ¡la reina!.
Asi canta Diomedes Díaz, los versos nacidos de Hernán Urbina Joiro. Y continua este poeta soltando perlas vallenatas.
“Una reina sin tesoro ni tierra, que me enseño la manera de vivir nada más, a estas horas de mi vida lamento, haber gastado mi tiempo en cosas que no están”.
Se siente la tierra mojada, el calor del cuerpo por la madera quemada, el olor del sudor de la hembra que se esparce por toda la pradera.
“sola, me acompañaste en tantas luchas que tuve, y hoy que he ganado en casi todas, no dudes, seguirás en mí”.
Y esa mirada profunda y sincera del amor como esté la fusiona con el paisaje y la fidelidad al decirle “siendo que, con esos ojos del valle, todos saben que yo no quiero fiesta”.
Concluye Hernán Urbina con una sentencia magistral que a mí me llega al alma; “trata ser mientras se pueda conmigo feliz…solo se tiene la dicha un instante no más!.
Que geniales suelen ser estos cantos vallenatos, así como los corridos mexicanos, como el perico ripiao dominicano o el joropo colombiano/ venezolano.
Las milongas argentinas, la polka paraguaya, el güegüense nicaragüense y hasta la música country norteamericana que surge de la tradición irlandesa afincada en sus campos.
Rafael Escalona, Carlos Huerta, entre muchísimos cantautores del vallenato, nos regalaron hermosísimas melodías tocadas con letras profundas inspiradas en esa fascinante tierra colombiana.
“Alguien me dijo, nos canta Huerta, ¿de dónde es usted, que canta tan bonito esa parranda?. Óigame compa usted no es del valle del magdalena ni del bolívar, más se me antoja que sus cantares, son de una tierra desconocida…”.
Aquí vemos como muchas veces negamos lo hermoso de lo nuestro, lo propio. Carlos Huerta, en la misma canción y en la siguiente estrofa… le contesta.
“Y yo le dije si a usted le inspira, saber la tierra de donde soy, con mucho gusto y a mucho honor ¡yo soy del centro de la guajira!.
Y así será siempre, el campo, el valle, la montaña y el río. Allí en lo más sutil y sereno de nuestros países. Donde se forma la sangre limpia y oxigenada en la mejor poesía.
Donde el amor es genuino y la vida transcurre como debería, simple, pura y sencilla. Y donde a nadie le importa si eres del magdalena o del bolívar…
“tu no pides nada por tu amor, tu no quieres nada por tu amor y aunque en tu castillo nada tengas…tu eres mi reina!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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