Al momento de escribir este artículo el coronavirus ha matado en el mundo 244,200 personas e infectado a 3 millones 450 mil. Antes de eliminarla con medicamentos de alto contenido destructivo no sabemos a cuánto se elevará la cifra de defunciones. Lo cierto es que se trata de un enemigo demoledor e implacable.
La situación pone en desventaja a las personas que sobrepasan los 60 años de edad que están afectados por las enfermedades catastróficas, como malformaciones congénitas de corazón, cáncer, tumor cerebral, insuficiencia renal crónica, accidentes cerebrovascular o derrame cerebral (ACV), diabetes, trasplante de órganos: riñón, hígado, médula ósea y otras.
Si revisamos la historia, encontraremos que las bacterias y los virus son catalogados como los grandes asesinos de la humanidad que han provocado las epidemias más destructoras. Siempre han convivido con la humanidad. Un ejemplo es el sarampión, que acabó con más de 200 millones de personas, o el virus del sida o VIH-Sida, que ha matado a más de 35 millones.
Las cinco pandemias más letales han sido la viruela, sarampión, la “gripe española”, la peste negra, y el VIH. Se considera como la más letal al “Variola virus”, causante de la viruela, hoy erradicada gracias a las vacunas. Su supervivencia a lo largo de los siglos lo ha catapultado a ser el homicida número uno y se calcula que mató a 300 millones de humanos, aparte de dejar numerosas personas con la piel marcada.
La “gripe española” de 1918 fue la peste más grave de la historia reciente. Fue causada por el virus H1N1 con genes de origen aviar. Si bien no hay un consenso universal respecto de dónde se originó, se propagó a nivel mundial durante 1918-1919.
En Estados Unidos se detectó por primera vez durante la primavera de 1918, entre el personal militar. Se calcula que alrededor de 500 millones de personas o un tercio de la población mundial se infectó con este virus. La cantidad de muertes estimada fue de al menos 50 millones a nivel global y 675,000 en Estados Unidos.
Una característica atípica de este fenómeno, según los científicos, fue la alta tasa de muertes que causó entre los adultos sanos de 15 a 34 años de edad. La enfermedad disminuyó la expectativa de vida en los Estados Unidos por más de 12 años. Los investigadores dicen que no se ha observado una tasa de mortalidad equiparable durante cualquiera de las temporadas de influenza que ocurrieron antes o después del 1918.
La tasa de mortalidad fue más alta entre personas menores de 5 años, entre 20 y 40 años y mayores de 65 años. La elevada tasa de mortalidad en personas sanas, incluido el grupo de 20-40 años, fue una característica exclusiva de esta pandemia.
Aunque el virus H1N1 ha sido sintetizado y evaluado, las propiedades que hicieron que fuera tan devastador no están claramente definidas, de acuerdo con las conclusiones de los científicos y especialistas de la salud. Aseguran que sin vacunas para protegerse contra la infección por la influenza y sin antibióticos para tratar infecciones bacterianas secundarias, que pudieran estar asociadas a las contaminaciones, los esfuerzos de control a nivel mundial “se limitaron a intervenciones no farmacéuticas como aislamiento, cuarentena, buenos hábitos de higiene personal, uso de desinfectantes y limitaciones de reuniones públicas, que se implementaron de manera desigual”.
Es precisamente la estrategia que en la actualidad están implementando las naciones en la lucha contra el coronavirus, aunque hay que decir que les resulta una tarea difícil de lograr debido a la resistencia de la humanidad moderna a quedarse en casa y a cumplir la recomendación del distanciamiento social.
La gravedad del virus que comentamos desconcertó a los investigadores durante décadas y generó preguntas tales como: ¿Por qué fue tan mortal el virus de 1918?, ¿Dónde se originó el virus? y «¿Cuál es el aprendizaje de la comunidad de salud pública del virus de 1918 para prepararse mejor y defenderse de futuras pandemias?
Todas estas interrogantes se ajustan a la realidad que confrontamos con el Covid-19. Aún no está claro sobre quien creó el virus. Solo sabemos que el primer caso surgió en Wuhan, capital provincial de Hubei, en la parte central de China, y desde allí se expandió en todo el mundo.
China, Japón, Corea del Sur e Italia, cuatro de las 12 economías mundiales más poderosas, aplican desesperadas medidas para controlar los brotes de coronavirus. Por igual, en la economía más grande del mundo, Estados Unidos, se implementó un multimillonario paquete de emergencia que busca un alivio de la epidemia. Lo mismo prevale en América Latina y Europa.
Las aerolíneas son algunas de las empresas más afectadas y las firmas estadounidenses del sector buscan, al menos, 50.000 millones de dólares en subvenciones y préstamos para mantenerse a flote, en la medida en que el número de pasajeros cae en picado.
Reino Unido, Inglaterra, le ha dicho a la gente que evite bares, restaurantes, cines y teatros; también preparó un paquete de rescate para las empresas amenazadas con la quiebra.
La enfermedad que combatimos no solo acaba con la humanidad. También causa graves problemas a las economías mundiales. Es un dolor de cabeza para los gobernantes.
Los principales desequilibrios económicos de los países, que se generan a raíz de una peste como esta, surgen por las nuevas necesidades de fortalecer los sistemas de salud, cierres de empresas, comercios, y centros educativos. De igual manera, en términos generales, existe una reducción significativa en la productividad, factores que contribuyen al agravamiento de la pobreza global.
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