Si el Gobierno no hubiese hecho el esfuerzo para adquirir las vacunas contra el coronavirus tomando en cuenta a toda la población, hay que suponer que el país fuera un escenario de protestas, encadenamientos de personas, críticas de los excluidos y acusaciones de criminal al propio presidente de la República, Luis Abinader.
Ya que estamos imaginando, imagine que en este momento gobernara el PLD (Medina, el Penco o quien fuera) y aplicara con las vacunas lo que solían hacer ellos con otros bienes y servicios públicos. Primero a los dirigentes del PLD, luego vacunación a escondidas solo a los suyos, mientras los demás gritaban de impotencia.
Me permito suponer también a los pulpos vendiendo por miles de pesos una oportunidad para vacunarse. Vislumbro que ahí estarían justificadas las actitudes de los pesimistas negados a inyectarse y de quienes pregonan el artificio de la colocación de un chip en el vacunado que sería como una marca apocalíptica.
En estas circunstancias, el presidente Luis Abinader ha asumido la conducta que corresponde a un estadista y no solo adquiere vacunas para todos los ciudadanos, sino que gasta esfuerzos en persuadir a individuos escépticos para que acudan a inocularse contra el fatídico virus, cuyos efectos están a la vista.
Palpitan en estos días en las redes sociales las ideas en torno a la posible obligatoriedad de la vacuna. Incluso, que se introduzca mediante ley, propuso a través de un tuit el brillante jurista Emmanuel Esquea. Muchas respuestas hubo a favor, pero también asociaron su propuesta al trujillismo. Un elogio para la nefasta Era.
Esta columna predijo, cuando el Gobierno inició el proceso de vacunación, en febrero de este año, que estar inmunizado contra covid-19 sería requerido para obtener un empleo, casarse o viajar al exterior. Muchas voces ahora me dan la razón. Ya algunas instituciones públicas lo exigen a su personal para preservar el empleo
La negativa a inocularse podría considerarse un derecho, pero no para quienes viven en sociedad.
Esa prerrogativa ha de limitarse para aquellos que lleven vida de anacoretas: no compran ni venden, no estudian ni enseñan, no acusan ni defienden, no se congregan en templo alguno ni socializan con nadie.
Solo con la vacuna aminoraremos los efectos del letal coronavirus, responsable de más de cuatro millones de muertes en el mundo, cerca de cuatro mil en República Dominicana. Negarse a recibir la vacuna refleja ganas de excluirse para quejarse de la exclusión. Es un acto de pura irresponsabilidad social.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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