Cuando pase el amor, no te aferres. Déjalo que siga navegando rompiendo olas y desmembrando sueños. Déjalo que invada otros destinos y que «aliente» otros deseos.
Cuando el amor se haya ido sentirás una sombra que te arropa desnuda. Un vacío que se cae entre abismos de incertidumbres. No es necesario que finjas las lágrimas, ellas caerán solas y se estrellarán sonoras contra el suelo.
Cuando el amor se vaya, no te vayas con él. Déjalo escapar libre porque la libertad es parte de este y tú, sin libertad, no sabrías amar. No entenderías el amor si has fabricado jaulas de exclusividad. Si te has encerrado junto a él buscando «una seguridad» que tiene alas…
Cuando el amor se caiga, no intentes levantarlo porque solo notarás lo pesado que es un cuerpo inanimado. Una tonelada de inertes finales buscando una rama liviana y alegre a donde posar de nuevo sus principios.
No te empeñes en retener el amor si ya está insensible en sus adentros. Si ya su esencia vital está pasmada y muerta ante los intentos fallidos que dibujaste en morisquetas y humores que no hacen reír su alma. No sigas empujando el cadáver.
Déjalo tirado entre la yerba para que poco a poco saque sus raíces y se renueve y se limpie, y se florezca ante otra lluvia, otro rocío, otro sol. Déjalo que siga dando frutos, que tal vez, comerán de tus frutos en otra parte y momento y con otras caras.
Cuando el amor se muere, es porque ansía nacer de nuevo. Necesita esa fuerza vital que lo impulsa a sentir el viento y el rayo y la fragancia de mil campos floridos de mayo. Necesita alimentarse de luz y cascadas rabiosas. Necesita salir a retar a las estrellas y bañarse de sombras de Luna.
Nada impedirá que el amor se agote, y se canse de esa luz que, en algún momento, pasó fugazmente y clandestina iluminando el lado más obscuro del corazón. Una chispa que «insinuó» un descubrimiento del «cómplice» tantas veces esperado.
Cuando pase el amor, te darás cuenta de que nunca has amado. Que ni siquiera sabes lo que significa y que no somos capaces de entenderlo, por lo menos, mientras participemos de esta dimensión material en la que nos estamos manifestando con estas palabras y latidos.
El amor humano o animal, es también un gesto o instinto insertado para mantenernos evolucionando en la rueda del mundo. Para traer a «otros» ya marcados en esa ecuación perfecta e incomprensible que anda dando vueltas en oscuros y lejanos y cercanos universos, es decir, por todas partes…
No caigas en agonías por el amor, él, es tan inocente como tus ojos viciados de engaños aparentes, que no son más que el tiempo asignado desde lo alto e infinito del universo. Un misterio incapaz de darnos respuestas humanas, ya que caerían en los absurdos de la mente, y esta, está programada de antemano, por «manos celestiales» que carecen de corazones «amañados» y distorsionados, especialmente para esta vibración terrena.
Cuando el amor pase, observa como lo lleva el viento presuroso. Cierra la puerta para que no te acaricie la brisa que confunde. Míralo desde la ventana, discreto y sécate el sudor de tus alientos, porque has madurado desde lo más bajo del infierno en un exorcismo mandado del cielo.
Acaricia tus manos y felicítate. Ya que todo amor podrido conlleva abono que florecerá discreto en una esquina. La menos esperada y brillante que se enrollará como serpiente nuevamente, abrigando tu corazón roto, en un confortante calor sumiso que encenderá, otra vez, la hoguera.
Aprenderás de tus cenizas acumuladas, de tantos amores pasajeros, que cuando vuelva a pasar el amor siempre habrá otro amor «verdadero» y así continuarán en pasarela hasta agotar tu corazón ya viejo.
Los latidos no responden los encantos del pasado. Hay una costra negra arropando el alma, que inútil, busca escaparse por alguna grieta.
Solo en algún rincón remoto de un embriagado y borracho pensamiento, flota una llama ligera. Tan apagada, que apenas se percibe su luz negra. Una chispa, que acaso, reactiva alguna fibra, que débil también, logra colarse al pensamiento y provocar una sonrisa muda o alguna lágrima «almibarada».
Cuando pase el amor, busca tu capa roja y erígete en el centro de la plaza, yergue tu pecho y llama al toro robusto y bravo y déjalo ensimismarse rabioso en tu búsqueda. Estira elegantemente el brazo y distiende la provocadora tela hasta sentir el vapor caliente de sus narices, llegar en acalorados tormentos y ¡Ole! Deja que pase presuroso y se aleje a donde la oscuridad de la noche le haga perderse para siempre. ¡Salud!. Mínimo Amorero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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