Hemos escuchado y usado mucho la palabra diosidencia, con la que nos referimos a casos y cosas que ocurren en nuestras vidas, y que solo pueden ser explicados o responden a mandato divino. Justamente esto es lo que viví recientemente, cuando me encontré con el canal de YouTube, y las indicaciones del reconocido gestor cultural, Freddy Ginebra. El maestro del creativo, recordado, refrescante, educativo y divertido programa: Dígalo como Pueda, hablaba de la felicidad.
Tenía planes de hacer otra cosa, pero el también fundador de Casa de Teatro, me mantuvo cautiva durante su monólogo. El tema tan interesante como el mensaje: construir cada día felicidad, pero, ¿cómo se construye?, ¿podemos erigirla con magia?
El llamado duende, escritor destacado, explicaba que toda persona tiene motivos para sentirse desgraciada o para ser feliz, que es solo cuestión de elegir uno de esos dos bandos. Por tanto, yo elijo el segundo, para también hacerle caso cuando expresó que no podemos atarnos al pasado, sino, por el contrario, vivir nuestra vida intensamente, construyendo felicidad. Donde podamos perdonar sin guardar rencor.
Es aquí donde entra la diosidencia que viví. Sus palabras fueron usadas por Dios, que me permitió ser parte de un liberador, sanador acto de perdón. A él, el poder y la gloria. Su gracia y protección estuvo y ha estado siempre al lado de quien le cree y lo honra.
Este hombre versado, que usa la cultura, la educación, el arte para construir mejor ciudadanía, para procurar que su prójimo sea feliz, enfatizó que además, de aprender a perdonar sin rencor, debemos perdonarnos y seguir adelante, sabiendo que, cada día es una nueva oportunidad para vivir. Yo le creo totalmente.
Cuántas enseñanzas en las palabras del duende, que enfatizo, fueron guiadas por la divinidad, Dios lo esgrimió para que, al testimoniar su vida; su trayectoria y la de algunos amigos, impactara a quienes les escuchara. Para sacudirnos y mostrarnos que podemos aprender a vivir sin apego a banalidades, abrazando cosas y actos que parecen simples como dar, ayudar, cooperar, ser solidarios, contribuir con causas sencillas, grandes o pequeñas, y sin esperar recibir a cambio por el favor ofrecido.
No hay fórmula para la felicidad, pero esta tiene receta. Veamos algunos ingredientes que nos regala Freddy Ginebra: visitar a nuestra madre o padre, o ambos, cuando estén o no necesitados; a la amiga, al amigo enfermo, porque en la alegría todos llegan, siempre estamos rodeados de personas. Pero cuando les necesitamos realmente, allí es donde se conoce el alma solidaria. Otro componente es vivir con actitud positiva y tener a Dios en nuestra vida.
¡Qué les parece! Yo lo abrazo, porque sé que es lograble, ¡vale todo el esfuerzo construir felicidad! Dios nos guiará por el camino, si le pedimos su pauta. Como dijo Facundo Cabral, al parafrasear Los Evangelios: «Mira los lirios del campo como crecen sin trabajar ni tejer, pero Dios igual los viste; ni siquiera Salomón, lució jamás como ellos, pues si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa al fuego, el Señor la pinta bella, ¿qué no habrá de hacer contigo que fuiste hecho a semejanza de Él? Seamos felices, amigos, amigas.
Accionemos para alcanzarla. Recorramos su camino, aceptemos lo que nos apesadumbra, perdonemos hasta a quien más nos lastima, tengamos clemencia con esa persona. Respetemos la diversidad de criterios. Aprendamos a sonreír, es un excelente remedio para el dolor, la sonrisa también nos guía a la felicidad, y esta es la salud del alma.
Hasta la próxima entrega.
santosemili@gmail.com
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora, residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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