Las últimas semanas, la República Dominicana ha acumulado cifras récord de contagios por la pandemia coronavirus. A diario, el Ministerio de Salud Pública reporta miles de casos de infectados, aunque las defunciones no son tan altas como el pasado año. Pero preocupa.
Al momento de escribir esta entrega, otros 1,459 dominicanos fueron infectados por la peste letal, con lo que suman 3,502 casos en dos días. Son detalles preocupantes, al menos, para las personas que asimilan la crisis con seriedad, no así para muchos ignorantes y mal educados que han tomado las cosas con indiferencia absoluta.
En un informe epidemiológico indica que hay 1,205 pacientes hospitalizados por la enfermedad (46 %) de las camas ocupadas, 308 se mantienen bajo observación en Unidades de Cuidados Intensivos (60 %) y 164 están conectados a ventiladores (41 %) de los 399 con que cuenta el sistema sanitario nacional.
Cada día se procesan miles de muestras de laboratorio. El 9 de enero levantaron 8,766 pruebas resultando 1,459 positivos, situando la tasa de positividad diaria en 29.58%.
Los fallecimientos rondan por los 2,427 y los contagios ya son 182,103. Al ritmo que vamos, en pocas semanas las infecciones se situarán en 300,000 y los muertos se elevarán a 2,000.
Mientras aumentan estas estadísticas, miles de ciudadanos continúan cometiendo imprudencias y desestimando la peligrosidad de esta pandemia.
Un ejército de imbéciles, de cerebros desamueblados, circulan como ganados por los lugares públicos o privados sin mascarillas y no guardan distanciamiento físico. Vemos esa inconcebible situación en los supermercados, tiendas, bancos comerciales, en el Metro, en el Teleférico y otros. Incluso, ya en algunos de esos sitios se ha descontinuado el protocolo de tomar la temperatura ni desinfectar las manos de las personas.
Lo peor de todo está ocurriendo con el toque de queda, una atinada decisión presidencial que busca evitar los contagios y que, sin embargo, muchos ciudadanos se resisten cumplirla.
De noche, para poner un ejemplo, en el residencial donde vivo, adultos y adolescentes, hombres y mujeres, circulan las calles con toda normalidad en horas del toque de queda. Para justificar esa imprudencia, algunos de mis vecinos apelan a los vínculos con militares o policías y a las relaciones con políticos. Con ese ímpetu de poder, se sientan en el parque a cocinar, tomar alcohol y a jugar dominó. Otros se sientan en grupos, pegaditos, en las aceras a escuchar música a todo volumen. Son posibles contaminados.
Las redes sociales difunden escenas de grupos inmensos fiestando en los barrios o celebrando bodas en clubes exóticos, como sucedió hace poco en un hotel de lujo de Punta Cana.
En los barrios es, tal vez, donde más se viola el toque de queda. La razón es que los policías temen entrar a esas zonas porque los agreden a pedradas. Aún así, a diario son arrestadas miles de personas en los retenes colocados en autopistas y carreteras.
Con la orden de confinamiento domiciliario ocurren cosas insólitas. Una de ellas es que cientos de ciudadanos que viven lejos deciden retornar a sus moradas justo cuando falta una hora para iniciar el toque de queda. Y eso que les dan tres horas adicionales para el libre tránsito, tiempo suficiente para llegar al hogar. Lo más lógico es que queden atrapados en las medidas cautelares que practican los militares y policías. Es un asunto de disciplina que, al parecer, es cultural y no se resuelve con multas ni detenciones.
Vi un vídeo donde aparecen algunos conductores circulando de reversa, en vía contraria, por la autopista Duarte para evadir los retenes. También decenas de personas se encontraban en las calles conversando, jugando dominó y hasta tomando alcohol en distintos establecimientos, horas después de comenzar el toque de queda de las 12:00 del mediodía. Por igual, diversos vendedores comercializaban sus productos alimenticios sin importar que estuvieran fuera del horario establecido.
Compradores entrando y saliendo de los distintos supermercados del Gran Santo Domingo es el panorama que se vive a poco menos de 20 minutos de que inicie el toque de queda.
Esos negocios tampoco obedecen las reglas, pues las cajeras continúan trabajando por la gran cantidad de clientes. A los empleados de los supermercados, al terminar sus jornadas, las empresas le facilitan el transporte para llegar hasta sus casas.
Nuestro país es difícil gobernar motivado a la indisciplina y la falta de educación, factores que nos están causando mucho daño y que, indudablemente, está incidiendo en la conducta de la generación de relevo.
Estamos mal, muy mal. No podemos continuar con el desorden conductual de una parte de la población que no respeta las leyes ni los mandatos de los presidentes y se comporta como fiera salvaje. Por lo que puedo apreciar, tendremos que contemplar y soportar por largo tiempo a los cerebros desamueblados de nuestra sociedad, una pesada cruz que nos mantiene en el atraso.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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