En algunas comunidades de Colombia, los habitantes han colocado pañuelos y otros elementos de color rojos en sus casas para alertar a las autoridades sobre sus necesidades, en medio de la pandemia.
Por Karen Sánchez y Angélica Trejos
Bogotá, Cali, Colombia (VOA).- Pantalonetas, camisetas, pedazos de telas, bolsas y hasta tapetes cuelgan por estos días en las fachadas de las humildes casas de los barrios Limonar, Cerezos y Manzano, ubicados en la zona rural de un municipio que colinda con Bogotá: Soacha.
Todos estos elementos tienen algo en común: son de color rojo, así como las sirenas de las ambulancias o de la señal vial de ‘Pare’. ¿Por qué? Porque precisamente estos ‘trapos rojos’ alertan a la comunidad del hambre que padecen las personas que habitan dentro de cada uno de estos hogares.
La campaña inició hace un mes en el municipio de Soacha, donde según cifras del gobierno local viven 1.100.000 habitantes. De estos, un 67% está en la pobreza. La iniciativa se ha ido replicando en algunos sectores vulnerables de Bogotá, como Ciudad Bolívar y Usme. Incluso, ya se ha hecho visible en barrios de la clase media.
Para algunos “es una bendición”, pues la señal permite alertar al gobierno local para que, de a poco, lleguen alimentos a sus casas.
Los trapos rojos, para los habitantes de este sector, son una exclamación de hambre. Los hay de todos los tamaños; desde pequeños limpiones, camisetas viejas y rasgadas hasta grandes banderas patrióticas bañadas en polvo que evidencian los días de espera y que se ondean enérgicos con la brisa que llega en cada atardecer desde los farallones de Cali.
El viento es el único alivio a los problemas de falta de empleo y alimento que por estos días de aislamiento obligatorio ronda a sus habitantes, dicen ellos, porque de las ayudas nadie sabe.
“No sabemos qué hacer. En el barrio, la gran mayoría de personas vivimos del rebusque, del día a día, somos vendedores ambulantes y esta cuarentena nos tienen con hambre”, dice Jimmy Aguas Pereira, líder comunitario y quien confiesa que padece un doble drama: la necesidad de llevar el sustento para su familia y la interminable lista de quejas que recibe diariamente de sus vecinos que acuden a él, en busca de ayuda.
“Estamos impotentes, aquí tenemos muchos problemas, no solo la inseguridad, ahora la angustia del encierro”, dice con voz acelerada María Mercedes Cortés, líder comunitaria del barrio Altos de Villa Mercado, también en la comuna 21, un asentamiento subnormal donde habitan 450 familias, muchas de ellas migrantes venezolanos.
Para que todos puedan comer, los vecinos sacan lo que les queda del único kit de ayudas que llegó hace un mes del gobierno de Cali para hacer un almuerzo comunitario; las mujeres preparan la comida de manera voluntaria y a las 12 del mediodía, convocan a las personas por grupos.
Salen de sus casas; llenan la olla, según el número de habitantes por vivienda y regresan para compartir el alimento con sus seres queridos, que debe alcanzar también para la cena, de lo contrario, ser comerá lo mismo del desayuno, café y pan, narra Cortés.
Los habitantes de estos barrios han dicho a la Voz de América que violarán la cuarentena y saldrán a buscar comida, si no llegan ayudas.
“Deberíamos sumar banderas amarillas”
Según Wilson López López, investigador de la Pontificia Universidad Javeriana, y Andrea Velandia Morales, de la Universidad de Granada, de España, “la tragedia del aislamiento obligatorio es evidente en las fotos de Las Banderas Rojas de la Cuarentena”.
Los analistas indican que las ayudas destinadas por el gobierno nacional y local no son suficientes. “Nuestras comunidades se debatirán entre respetar la cuarentena y morir de hambre encerrados, morir por la ineficiencia del sistema de salud o someterse a la violencia de las sanciones del estado”.
A las banderas rojas, dicen, “deberíamos sumar banderas amarillas, para que las familias puedan indicar que están en riesgo de quedarse sin recursos”. Incluso debemos pensar en señales de otros colores o estrategias alternativas para indicar otros riesgos, como la violencia de género.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, las economías de Colombia y Bolivia encabezan la lista de países con la tasa de pobreza extrema más alta en la región.
Es el caso de María Olga Vargas, quien estalló en llanto, apenas recibió una bolsa de alimentos que contenía papas, aceite, arroz, azúcar, entre otros alimentos no perecederos. Su condición no le permite trabajar; es adulta mayor y está a la espera de dos cirugías.
Los hijos y nietos de Vargas poco pueden ayudarla porque debido a la cuarentena apenas tienen oportunidades de empleo. Uno de ellos trabaja desde casa y el otro es vigilante.
Conversando con la Voz de América, explicó que solo espera ver pronto a sus seres queridos: “Me hace falta que vengan a verme (…) a ratos, le da la soledad a uno”.
Una situación similar vive su vecino, Alexander, que duerme en un pequeño colchón en una habitación improvisada, -con cartones y palos-, de dos metros cuadrados. No tiene nevera. No tiene agua. Se baña, come, donde vive su sobrina, también vive en el Limonar. Hasta hoy, lo único que le llega son bolsas de mercado de la Alcaldía de Soacha, que le alcanzan para alimentarse una semana.
Para otros, como Juan de la Cruz Moya, la iniciativa es un rumor que inició hace 15 días, mientras está “esperando a ver si el estado o alguien nos da cualquier cosa” para sostenerse durante la cuarentena, junto a su esposa, quien es discapacitada. En su casa, solo hay arroz y papas y pide ayuda a las autoridades, pues ambos son adultos mayores.
Rafael Méndez dice que el trapo rojo que cuelga del techo de su casa es “señal de que todos estamos pidiendo ayuda, de que estamos viviendo una crisis muy brava en esta pandemia”.
Si no nos mata la pandemia, nos mata el hambre”, afirma. También confesó este colombiano a la VOA que “solo sirve para asolearlo” porque a su casa no ha llegado ningún tipo de ayuda de las autoridades.
Necesidad infinita
Según Danny Caicedo, secretario de gobierno del municipio de Soacha, la estrategia del ‘trapo rojo’ es una iniciativa de alcalde Juan Saldarriaga, que nació hace un mes para “identificar qué sectores de la población del municipio necesitan ayuda. Pero no solo para identificar dónde llegan, sino para despertar la solidaridad de la gente que vive cerca”.
Nació en el barrio La Capilla, Loma Linda, y se irradió por todos los sectores de pobreza y vulnerabilidad del municipio. Generalmente, en lugares donde la población vive de la informalidad y el trabajo diario o donde se encuentran migrantes venezolanos que, según el secretario, ya llegan a los 50 mil en el municipio; a ellos, dice, también se les ha entregado este tipo de ayuda.
En Soacha, le dijo el secretario a la VOA, hay alrededor de 150.000 familias necesitadas. Algunas de ellas reciben las bolsas con alimentos, puerta a puerta, donde hay trapos rojos. Estas han llegado, dice, gracias al trabajo de la autoridad local y a donantes de grandes empresas y artistas colombianos, así como del gobierno nacional y la gobernación de Cundinamarca.
Pero también, gracias a la solidaridad de los vecinos porque, como dice María Fernanda, una habitante de Soacha que vive con su esposo y cuatro hijos, y quien perdió su trabajo como aseadora, “ha servido tener esos trapitos porque ha venido gente en carros particulares” y porque “nos ‘bandeamos’ unos con otros; si ustedes tiene papa, yo le doy aceite”. Hasta, cuenta, es que ve los carros de las autoridades.
Sin embargo, dice Caicedo, todos los días los funcionarios de la Alcaldía llegan a estos barrios más vulnerables y alejados para entregar bolsas con papas, arroz, aceite, azúcar, mantequilla, entre otros productos.
Un ejemplo nacional
La campaña de los ‘trapos rojos’ se ha replicado a nivel nacional. Ha llegado a ciudades como Cali, Bucaramanga, Medellín y, “a nivel internacional, vimos en un reportaje que en la Ciudad de México donde ya están colocando el trapo rico como símbolo de un llamado a la solidaridad”, cuenta el secretario.
En Cali, por ejemplo, la imagen de los trapos rojos se repite en el sector de Pízamos III, ubicado en la comuna 21 al oriente de la capital del Valle del Cauca, ubicado al suroccidente de Colombia. Hace parte del distrito de Agua Blanca, una de las zonas más inseguras y vulnerables. Aquí hay fronteras invisibles, escuelas amenazadas y reclutamiento de niños.
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