Por Gregorio Morrobel
Con la partida del doctor Domingo Jiménez la Fuerza del Pueblo y la comunidad política en general han perdido un gran activo político.
Domingo Jiménez asumió el ejercicio político con gran devoción, creó una impronta muy positiva cimentada en valores como la honestidad y la lealtad.
El hoy ido compañero de lucha fue un hombre que vivió para servir a su pueblo.
En el transcurrir del tiempo abrazó las mejores causas, siempre procurando hacer cosas en favor de los más necesitados a través de las dos organizaciones políticas en las que militó (PLD y FP).
Domingo fue un hombre solidario que hacía todo lo que le correspondía con mucho entusiasmo. Fue un ser de metas y objetivos claros, y siempre actuó con mucha resiliencia, mostrando una agilidad mental impresionante.
También fue un digno ejemplo de lo que es un dominicano de pueblo y supo alojar en su corazón las mejores virtudes que puedan adornar a un ser humano.
Quienes lo conocimos y tratamos pudimos ver en su mirada y en el trato afable que nos dispensó a un ser humano excepcional.
Domingo ingresó en el PLD siendo un mozalbete, inspirado en los ideales de su líder, el profesor Juan Bosch.
Lo conocí en la primavera de 1983, cuando yo acababa de convertirme en miembro del PLD. A través de él conocí a los principales líderes sindicales de ese entonces, especialmente a los miembros de la Secretaria de Asuntos Obreros (SAO), quiénes pertenecían a la Central General de Trabajadores (CGT), que luego de su división pasaron a ser los líderes de la denominada CGT Mayoritaria.
Fue de esa manera que me empecé a relacionar con esos importantes dirigentes sindicales de la época, entre ellos Juan Sosa, Nélsida Marmolejos, Fernando de la Rosa, Conrado Matías y Eugenio Pérez Cepeda.
Más adelante, Domingo y yo coincidimos cuando ambos asumimos el liderazgo del doctor Leonel Fernández, en momentos en que desde el gobierno se llevaban a cabo acciones muy agresivas contra ese exmandatario y todos sus seguidores en el PLD y del gobierno.
En aquellos momentos difíciles Domingo se mantuvo firme al lado de Fernández, sin reparar consecuencias.
Más adelante, junto al hoy senador por San Cristóbal, Franklin Rodríguez, lo ví trabajando muy de cerca con el doctor Franklin Almeyda, un hombre de reciedumbre moral y firme lealtad, en defensa de Leonel Fernández.
Con frecuencia me juntaba con Domingo y Franklin Rodríguez en la oficina de la secretaria de la Juventud del PLD, que dirigía este último, ubicada cerca de la mata de limoncillo de la Casa Nacional de ese partido. Me emocionaba ver como ellos intercambiaban apellidos, llamándose Domingo Rodríguez y Franklin Jiménez indistintamente.
La verdad es que me impresionaba intercambiar con esos dos jóvenes que a temprana edad decidieron incursionar en la política.
Domingo fue designado por la Dirección Política de la FP como enlace con la circunscripción uno del exterior, y con su trato afable y respeto a sus compañeros, logró mantener la unidad entre los dirigentes de esa organización en los estados, ciudades y condados que componen esa demarcación.
Hace alrededor de un año, estando en República Dominicana, Domingo me invitó a su programa «Tomando el Pulso». Recuerdo que ese día era miércoles y me dijo que debía estar en cabina a las 9:00 de la mañana.
Me llamó como a las 7:45 de la mañana, me preguntó que si había salido para el programa, le dije que me estaba preparando para salir, y me dijo: no salgas porque se me había olvidado decirte que tengo una cita médica, que si quería podía ir y participar con Michael Cleto y Adelaida Martínez, con quienes hacía el programa. Ese día no participé.
Meses después me enteré de que mi buen amigo y compañero tenía serios problemas de salud.
Domingo fue un hombre de fe manifiesta, la cual quedó puesta a prueba con la actitud que asumió durante el tiempo que batalló con su enfermedad en el hospital Presbiteriano, del Alto Manhattan.
Siempre lo vimos positivo, a tal punto que hace alrededor de tres meses nos invitó junto a otros compañeros y amigos a jugar dominó.
Ahí pude verlo muy mejorado. Junto a su frente Wellington Casanova, me ganó un par de manos. Lo vi cantando algunas de sus canciones favoritas.
Sus médicos hicieron esfuerzos extraordinarios para salvarle la vida, pero no fue posible mantenerlo aquí en el mundo de los vivos, junto a nosotros.
Dios ha de tener a Domingo Jiménez en un lugar muy especial.
Seguiremos su ejemplo y procuraré mantenerme en comunicación con su hijo Ernesto, otro gran talento y excelente ser humano.
Hasta siempre compañero y amigo Domingo.
(El autor es licenciado en Ciencias Políticas y comunicador residente en Nueva York).
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