El 21 de enero del año en curso, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, advirtió que los países ricos han ignorado las necesidades de las naciones menos desarrolladas al comprar las vacunas anti coronavirus. Destacó que la pandemia ha puesto de relieve “graves lagunas en la cooperación y la solidaridad” para hacer frente al letal fenómeno.
«Hemos visto esto más recientemente en el nacionalismo de vacunas, ya que algunos países ricos compiten para comprar vacunas para su propia gente, sin tener en cuenta a los pobres del mundo», destacó Guterres durante el 75.º aniversario de la primera reunión de la Asamblea General del organismo hemisférico.
Y dijo otras cosas interesantes que mueven a la reflexión. Destacó la existencia de las fragilidades, desigualdades e injusticias que ha expuesto la enfermedad que, según sus observaciones, ha empujado a 88 millones de personas a la pobreza y puesto a más de 270 millones en riesgo de inseguridad alimentaria aguda, al tiempo que aumenta la pobreza extrema, se cierne sobre la humanidad, sobre todo la que reside en los países en vía de desarrollo, la amenaza de la hambruna.
Abogó por un nuevo contrato social “que aborde las raíces de la desigualdad y contemple una tributación justa de los ingresos y de la riqueza, prestaciones universales y oportunidades para todos”.
Él tiene una visión clara de esta realidad, especialmente cuando afirma que en todo esto se observan acciones discriminatorias en los esfuerzos “por contener esta pandemia que ha golpeado con mayor fuerza a las personas más pobres y vulnerables de nuestras sociedades, especialmente en las personas mayores, en las mujeres y las niñas, en las comunidades de bajos ingresos y en las personas marginadas y aisladas”.
Destacó que la pandemia «ha puesto de relieve graves lagunas en la cooperación y la solidaridad mundiales» para hacer frente al coronavirus.
Eso cierto. Aparte de que sus inquietudes tienen motivaciones reeleccionistas (piensa promoverse para un segundo periodo), Guterres tiene razón en esos señalamientos.
La realidad es que las naciones ricas acapararán la mayor cantidad de vacunas para salvar a su población. Es lógico suponer que actúen así, aunque se trate de una postura cruel, discriminatoria e inhumana.
El ejemplo más evidente lo vimos con el otrora presidente estadounidense Donald Trump cuando anunció la compra del 90 por ciento de la producción de vacunas que procesan las empresas farmacéuticas.
A los países ricos nunca les ha preocupado la suerte de sus pares pobres; solo se concentran en explorar los recursos naturales para explorarlos mediante acuerdos ventajosos. Las naciones pobres no disponen de recursos financieros suficientes para obtener esos productos, lo que es un indicio de que serán las más afectadas por la pandemia y dónde más muertes ocurrirían. Incluso, están gestionando, con mucho sacrificio, préstamos internacionales para adquirir esos antibióticos, lo que representa endeudarse más y agravar los niveles de pobreza.
Lo ideal sería que las inyecciones se distribuyan de manera equilibrada, en igual de condiciones, pero no será así. Las obtendrán los gobiernos que tengan más poder de compras.
Es un asunto de sensibilidad social y humana que, al parecer, no está en la agenda de las naciones desarrolladas.
El 21 de enero de este año, el director para la región Europa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Hans Kluge, afirmó que un 95% de las vacunas administradas en el mundo fueron inoculadas en 10 países, que no reveló. Se trata de Estados Unidos, China, Reino Unido, Israel, Emiratos Árabes Unidos, Italia, Rusia, Alemania, España y Canadá.
Hans Kluge coincide con António Guterres cuando expresa que es necesario que todos los países capaces de contribuir, dar y apoyar el acceso y el despliegue justos de las vacunas, lo hagan.
Con el surgimiento de la pandemia Covid-19 se han hecho muchas especulaciones. Una versión cita que fue un virus creado de manera intencional por China con el propósito de insertarlo en los Estados Unidos como una forma de vengarse de los planes macabros implementados por Donald Trump contra de la geopolítica del gigante asiático.
Otra, que se trató de una estrategia para frenar el expansivo crecimiento poblacional mundial que ronda por los 7 mil 673 millones, de cuya cifra China tiene 1,439 millones (el 18.7 %), según las estadísticas del 2020. La India ocupa el segundo lugar con 1,380 millones (10.5 %).
La población total estimada de América Latina y el Caribe era de aproximadamente 629 millones de habitantes (8.19 %), de acuerdo con datos publicados en el 2019 por el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), una entidad de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En esa ocasión se decía que la población de la región empezará a decrecer en aproximadamente 40 años.
Esa última versión, la de frenar el expansivo crecimiento poblacional mundial con el virus, no tiene lógica porque si esa era la intención de los chinos, entonces el virus debió insertarse en esas dos naciones más pobladas. Se descarta esa teoría. El coronavirus fue un ensayo que por accidente se expandió al mundo. Así lo resumen los científicos, hasta que se descubran los reales propósitos.
Hay una tercera hipótesis con la que estaría de acuerdo: la pandemia beneficia a la industria farmacéutica. La producción de vacunas anti Covid-19 es una urgencia universal que involucra miles de millones de dólares.
Los laboratorios más avanzados en la fabricación de vacunas comienzan a ver resultados de sus ensayos clínicos y calientan motores para el enorme reto competitivo de la producción industrial en un tiempo récord. Las siete grandes compañías más adelantadas en plazos y que tienen contrato (o están en negociación) con la Comisión Europea esperan producir hasta 9.600 millones de dosis en 2021, una cifra muy superior a la capacidad actual de fabricar todo tipo de vacunas a nivel global.
Los siete proyectos occidentales de los que dependerá en gran medida la inyección para 2021 son los de las compañías Pfizer y BioNTech; AstraZeneca; Moderna; Sanofi y GSK; Janssen (grupo Johnson & Johnson); Curevac, y Novavax.
Pero el oportunismo comercial no solo radica en las citadas compañías. Hay otro ingrediente que nos irrita la piel. Es la fabricación de vacunas falsas. Ciberdelincuentes están aprovechando la distribución de esos productos contra el coronavirus para ofertar versiones falsas del medicamento a precios excesivos.
Los delincuentes han aprovechado la distribución de esos antivirales para vender versiones alteradas a los usuarios de la ‘dark web’. La demanda es tal, que el mercado negro de inmunizadores ha crecido 400% desde diciembre de 2020.
La firma de software Check Point informó que los ciberdelincuentes están estafando usuarios desesperados por obtener el fármaco. Señalan que hace solo un mes, el precio medio de la vacuna en la ‘dark web’ era de 250 dólares, y ahora está entre 500 y 1,000 mil dólares en Bitcoins.
En realidad, existen razones para desesperarse. La muerte nos persigue y nadie estará dispuesto a dejarse matar, de manera que tenemos dos opciones: vacunarse o morir. La ventaja la lleva el bloque de naciones desarrolladas.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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