El lunes pasado, conocidos los resultados de las elecciones municipales, caminé como cada mañana en el parque Mirador junto al grupo habitual. Todos íbamos de buen ánimo y deseosos de comentar las noticias del día anterior, cuando el PRM se alzó con un triunfo que aún tiene atónitos a sus contrincantes.
Los más cuerderos de la tropa anhelaban ver a Jefrin y se percibía la intención. Querían restregarle la vergonzosa derrota sufrida el domingo 18 por las fuerzas opositoras. Intenté disuadirlos, pero persistieron en su propósito. No es la más aconsejable forma de comportarse en la victoria, les advertí.
La marcha proseguía en el Mirador, en dirección oeste, y a cada grupo que saludábamos, mis amigos le preguntaban por Jefrin y cada cual, sin disimular la risa burlesca, respondía: “No lo hemos visto, pero lo estamos buscando”. Reían de sus propias respuestas porque era la risa el arma que esgrimían para el más buscado.
Bernardo, doctor Díaz Núñez, Juan Isidro, Armando, Pichardo, Delquis, Brea o el ingeniero Solís, todos caminaron buscando a Jefrin. No es que estuviera retenido en una barrera de coral, como Nemo, el pececito de la película Buscando a Nemo. En tiempos de democracia se descarta que Jefrin estuviera huyendo o escondido.
La marcha de los tertuliantes seguía y después de recorrer dos kilómetros y medio, tocaba el retorno. Reían y hablaban en alta voz y a cada rato preguntaba por Jefrin, pero nadie lo había visto. Jefrin camina a diario con su grupo y agotada su meta, engancha con otro. Siempre analiza y discute de política.
La política es su tema más frecuente. Este hombre, menudo y empático, es el más ferviente simpatizante que debe tener Leonel Fernández, expresidente de la República, cuyo partido resultara muy desfavorecido en los pasados comicios. Pocos dominicanos creen tanto como Jefrin en ese dirigente.
En mi grupo, presumimos que el lunes Jefrin amaneció con un fatídico dolor de cabeza, tan intenso que le cubrió el alma. Creo que alma escindida era el malestar que lo afectada. No podía presentarse en público en tal condición. Sin entusiasmo y buen semblante, Jefrin no es el mismo.
En silencio, Jefrin no es él.
El martes, mis compañeros de caminata, que disfrutan dar cuerda, al encontrarse con Jefrin asumieron la más fina actitud, propia de caballeros, lo saludaron con respeto y recibieron sus felicitaciones. No se presentó como un vencido, sino más analítico. Distribuyó la derrota entre los actores envueltos en la competencia electoral. A cada uno lo suyo.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).