La invitación estaba abierta. Nos reuniríamos un pequeño grupo de amigos a compartir, unos traguitos, en mi estudio de arte.
Seriamos unos cinco y, bajo previo acuerdo, guardaríamos la distancia y conservaríamos la máscara «de protección» que «evitaría» contagiarnos si es que alguno anduviera con el mencionado virus COVID_19.
Así fue sucediendo con todos los que iban llegando, solo qué de cinco, habíamos saltado a doce y todavía faltaba uno de los «originalmente» invitados.
Resulta que cada uno se tomó la libertad de traer, no solo a su pareja, sino que; un primo, una tía, un hermano, ¡una abuela! Pachanguera y hasta…una amante que por supuesto, solo conocía yo…
Ya en la siguiente hora el amigo que faltaba se apareció, por supuesto, con tres personas más por lo que la «mínima» reunión de cinco, termino en 16 «precavidos» enmascarados.
Cuando el ron comenzó a circular junto a las picaderas, las máscaras empezaron a saltar y el contacto físico se incrementó.
Se abrió una botella de whisky y varias más de vino rojo.
Las miraditas dulzonas se lanzaban de un lado al otro y cuando sonó la primera bachata, no hubo un pedacito del piso del estudio que quedara sin pisar.
Los saltos y los gritos que provocan las calientes cadencias de los ritmos caribeños se pegaron por todas las paredes y ventanas. El jolgorio atrajo a otros que pasaban y que «aún dudosos» mantenían sus tapabocas.
Ya a la medianoche aquello parecía una fiesta de Halloween, enmascarados y «desmascarados». Desde el llanero solitario hasta kimosabe y uno que otro Drácula buscando de cual sangre chuparía…
Ya para la una, éramos todos hermanos y nos abrazábamos y besábamos como si hubiésemos estado desterrados, por años, en una isla perdida y, !por fin!! veíamos «gente».
A nadie le importo si andaba un virus matando gente, no nos importó la distancia, el aliento, el sudor o los besos.
El más borracho grito; ¡por fin el fin!! Y una, que ya se estaba quitando toda la ropa, decía, ¡hay papacito! !Yo me puedo morir ahora mismo que rico la estoy pasando!.
Todos nos reíamos y sí, no nos importaba ya el azaroso virus de M. Por unas horas volvimos a ser «los normales» que éramos y nos despojamos de todos los deseos contenidos en estos últimos meses.
Al final, el piso del estudio quedo cubierto de máscaras sudadas e infectadas de licor y humo.
Después que se fue la prima de uno de los «invitados» me quede solo. Sentía la grasa de todos impregnada por toda mi cara y la de la prima por toda mi piel…
Alguien tose a lo lejos. Seguro el alcohol le quema el aliento.
Me recuesto sobre el sofá, el reloj marca las cuatro de la madrugada. Prendo la radio y esta anuncia el incremento de los muertos por la pandemia.
La escultura de concreto de Cristo en la cruz que me hizo el escultor Nicaragüense Aparicio Artola, me mira colgada en lo alto del estudio.
Nos miramos fijamente por unos instantes y solo alcance a decirle, con el fragor alcoholizado, ¡coño! Aquí no se salva ni Dios…te crucificaron.
¡Así mimo e’! Alcance a escuchar una voz que por un momento pensé era del crucifijo, pero no! Debajo del sofá salió una virgen alada «otra» de las primas que me susurro le daba pena que yo fuera a pasarme la noche «tan solito».
Aquí nos vamos a joder to! ¡Que siga la fiesta! ¡Salud! mínimo carnicero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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