El domingo 15 de este mes los obispos dominicanos dejaron iniciadas las celebraciones eucarísticas preparatorias del centenario de la coronación canónica de la imagen de la Virgen de la Altagracia. Es el nombre con el que en nuestro país se invoca y venera a María, la madre de Jesucristo.
Formalmente, la Conferencia del Episcopado Dominicano inauguró el Año Jubilar Altagraciano. Jubilar, en este caso, es un adjetivo y significa perteneciente o relativo al jubileo. Se trata -jubileo- de una vieja palabra del español, procedente del latín y del hebreo, asociada a tradicionales celebraciones judeocristianas.
Las once diócesis del país -más la castrense- se unieron a la festividad con la celebración de la santa misa en los santuarios y templos marianos, donde participaron miembros de la Comisión Nacional Organizadora del Centenario, autoridades gubernamentales, sacerdotes, religiosas y fieles.
La coronación de la imagen ocurrió en el siglo pasado, 1922, pero el culto a la Altagracia viene de siglos atrás y guarda estrecha relación con la historia y la cultura dominicanas. Ese hecho tiene mucha más significación de la que le pueda haber visto la jerarquía de la Iglesia. La Altagracia es un símbolo de dominicanidad.
El 24 de marzo de este año, el historiador José Miguel Soto Jiménez dictó una conferencia en la Biblioteca Nacional cuyo título era “Identidad dominicana vista a través del culto a la Virgen de la Altagracia”. Entre los presentes se contó Federico Henríquez Gratereaux, quien como es propio de su carácter, emitió comentarios sobre la disertación.
Me interesa destacar una expresión del gran intelectual, quien repitió con insistencia una queja: “¿Por qué tantos militares en esta conferencia y no hay ningún sacerdote?”. Dejaba dicho que el tema debió interesar a los eclesiásticos. Y tenía razón. El salón de conferencia debió ser insuficiente. Pero no hubo representación eclesiástica.
El año pasado, el historiador Soto Jiménez publicó su libro “Dominicaneando”, que lleva el subtítulo “Los tres nombres del después de siempre”. Si este escritor tuviera el sentido comercial que muestran otros colegas y más las empresas editoras, podría decirse que lanzó esta obra pensando en el centenario de la coronación.
Ningún libro está más indicado para conocer la íntima relación del dominicano con la madre de Jesús bajo la advocación de Altagracia. Oportuno es recordar a mis amigos sacerdotes, sobre todo a los que ostentan la dignidad episcopal, que la Altagracia representa mucho más que un cuadro ante el cual la gente reza. Es, según palabras de Soto Jiménez que comparto, “una razón cultural que hace milagros”.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).
Comentarios sobre post