Redacción (RT.com).- Lo peor que le pasó a la brasileña Lúcia (nombre ficticio) no fue que su madre muriera cuando ella era una niña, ni que su padre la diera a una familia porque no podía ocuparse de ella.
Lo peor es que esa familia la mantuvo casi tres décadas como ‘esclava moderna’, sin salario, con jornadas extenuantes, condiciones precarias y prácticamente aislada.
Hasta este jueves, cuando las autoridades brasileñas la liberaron de la casa en la que vivió sometida durante 27 años, desde que llegó siendo una adolescente.
Lúcia, que ahora tiene 44 años, es una más de los miles de trabajadores que cada año son rescatados «en condiciones análogas a la esclavitud», una lacra que es consecuencia del racismo estructural que arrastra Brasil desde hace siglos.
El drama sucedió en Teresina, capital del empobrecido estado de Piauí (nordeste). El Ministerio Público del Trabajo (MPT) recibió una denuncia que alertaba de la «sumisión de una mujer» en una casa y desplegó una operación con la Policía Federal (PF).
«Es la cosificación del trabajador»
La identidad de la víctima fue mantenida en secreto, pero los fiscales encargados del caso le contaron al sitio de noticias G1 detalles de su calvario.
La mujer es originaria del también nordestino estado de Maranhao, adonde llegó con 14 años. Tras la muerte de su madre, el padre la donó a una familia, donde trabajó tres o cuatro años como empleada doméstica.
La matrona de esa casa la envió a casa de su nuera, donde fue sometida. «Es la cosificación del trabajador. Fue ‘donada’ de suegra a nuera, de madre a hijo», explicó el fiscal Guilherme Madeira.
Jornadas extenuantes
La mujer no tenía salario, no gozaba de festivos ni días de descanso y trabaja jornadas extenuantes. No tenía amigos, había perdido el contacto con su familia y vivía prácticamente aislada: solo salía para ir a comprar cosas para la matrona o a la iglesia. No terminó la enseñanza básica.
«Trabajaba todos los días de la semana, primero cuidando a los hijos de la matrona, limpiando la casa y cocinando. Los niños crecieron, ella siguió limpiando la casa, los llevaba a la escuela, cuidaba a los dos perros», explicó Moura.
Dormía en un cuarto precario, sin muebles donde dejar sus cosas. «Sus pertenencias estaban en una caja, y una maleta en la que tenía algo de ropa, que no usaba muy a menudo, la metió en la casita del perro», relató Moura.
«Sentimiento de agradecimiento»
Pero, ¿cómo alguien puede pasar tantos años así? El fiscal explicó que ni ella misma, que llegó siendo adolescente desfavorecida, era consciente de que vivía en condiciones análogas a la esclavitud.
«Crees que estás recibiendo un favor, que estás siendo favorecido porque la persona te dio cobijo y te da de comer. Muchas veces, sobre todo cuando pasa desde muy pequeño, crees que es necesario trabajar para retribuir de alguna manera esa benevolencia que estás recibiendo», dijo.
«Ese es el sentimiento que siempre se da en estas situaciones, de agradecimiento y de que no estás siendo explotado«, agregó.
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