El Creador debe querer bastante al ser llamado mujer, su afecto es tan inmenso que nos ofreció como regalo, el don de ser madre. Al él nuestra gratitud, por su bondad, porque muchas de nosotras, además de poseer madre nos convertimos o convertiremos en una. Inmensa bendición!.
Solo una madre sabe el trabajo y sacrifico que conlleva serlo, y esa responsabilidad que no es cómoda, viene sin pensión o jubilación. Ser madre es una tarea que no termina, aunque los hijos e hijas sean longevos. Pero es lo más grande y hermoso que puede sucedernos.
Somos personas afortunadas, quienes tenemos la dicha de tener con nosotros a nuestra madre: lo más parecido a Dios en la tierra, en cuanto a virtud. Imperfectas al ser simples seres humanos, por tanto conocen de defectos, también de virtudes, de extraordinario amor, gran capacidad de tolerancia y perdón. Nadie como ella.
Es un don único, el Padre lo creo solo para una mujer virtuosa, como dice Proverbio 31, en el versículo 10, su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.
No hay amor más grande que el amor de madre. Este se experimenta desde el momento de la concepción. La mujer se desborda al traer al mundo a una hija, a un hijo deseado; fruto del amor, y es ese mismo amor que con los años crece tanto, hasta alcanzar dimensiones incalculables. Es tan perenne que ni la muerte lo extingue.
Las madres somos capaces de frenar nuestras metas personales, para coadyuvar a nuestras vástagas-os a cumplir las suyas. Eso más que sacrificio, es el más benigno sentimiento. Ni hablar en caso de enfermedad. Ante ella, no dudamos en entregar nuestra vida a cambio de la salud y existencia de nuestros hijos e hijas, si es necesario.
Este es un rol tan supremo, que cada vez que pienso en mi madre doy gracias a Dios. Ella en cuanto a los sentimientos que alberga y ofrece, es gigantesca, quisiera ser una ínfima parte de lo que es ella.
Filipenses capítulo 1, versículo 3. Proverbio 31: 26, retrata perfectamente a mi madre, a quien también honro en este escrito: ella al hablar lo hace con sabiduría, y cuando instruye sentimos su amor; todos los sentimientos templados que posee. Mujer sensible; lo muestra en sus acciones de asistencia a la población de la comunidad donde reside. No conozco una dama más solidaria y humana ante el dolor ajeno.
Como ella, las madres que son caritativas superan sus proezas cada día, y si tiene temor de Dios son más dignas de alabanza. Eso nos dicen Los Proverbios. A ellas encomio en estas líneas. La mía por ejemplo, doña Graciela, parafraseando a Robert Breault, es el sol de mis días y la estrella de mis noches.
Madres de este tipo son modelos que seguimos en la crianza de nuestros hijos e hijas. Este compromiso viene sin un manual, pero se perfecciona diariamente, cuando aprendemos cómo ser mejor. Porque no existe la madre perfecta.
Durante la crianza de nuestros descendientes, pulimos entre alegría y tristeza, el rol de ser madre. Vivimos momentos memorables; la sufrida dejadez, descortesía de nuestros descendientes, pero también entre matices, disfrutamos el favor de su solidaridad, acompañamiento y afecto, como en caso.
Es imperioso mostrar cariño, agradecimiento y siempre respeto a nuestras madres, como forma de enaltecer, que después de Dios, nos permitió tener vida. Además, de su abnegación y sacrificio. Honrémosle por siempre!.
Gracias Dios. Madre querida, que «el Señor te bendiga, te guarde, te mire con agrado, te extienda su amor; te muestre su favor y te conceda paz».
Feliz Día de las Madres a todas las mujeres que abrazaron esta bendición y han aportado hombres y mujeres de bien a nuestra patria. Con estos parabienes saludo a mi madre, hermanas, colegas y amigas.
Hasta pronto.
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora, residente en Santo Domingo).
santosemili@gmail.com
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