Lo escaso, suele ser lo más caro. El oro, el diamante, el rodio, la taaffeita.
Lo abundante, sin embargo, no. El agua, el aire, las plantas, la tierra…
Por ahí existen «otras cosas» a las que le hemos otorgado «valor». Una pintura, una camisa, una escultura, una chancleta. Todo depende «del quién», del cuándo y del cómo. Objetos históricos y emblemáticos de cierta época o personalidad, así como «rarezas» emitidas y limitadas.
El precio lo incrementa la demanda, por lo que «cualquier cosa», en la que todos nos pongamos de acuerdo, puede llegar a alcanzar un alto valor económico, hasta una simple cuchara, por decir algo…
Sin embargo, lo verdaderamente valioso, para todos nosotros, es precisamente esas cosas que más abundan. Podríamos vivir sin diamantes y oro, pero nunca sin aire y sin agua. Pero la abundancia, a la que va dirigida este latido, es «esa» que todos buscamos para tener una vida «más agradable».
Ya nos pusimos de acuerdo en que todo lo abundante «abunda», por lo que no tenemos que salir corriendo afanosamente, para conseguirlo. Y también, «concertamos» en que «el dinero» es la vía para «alcanzar», esa «otra abundancia creada»… la escasa.
Aspirar a la abundancia, es «la formula», que «la lógica», le insinuó al hombre para que este pueda «vivir bien». Emitió, «documentos legales», dinero, para que cada uno de nosotros «logre comprar» lo que también «todos» nos pusimos de acuerdo tiene el valor suficiente para «hacernos felices»… ¿Me siguen?
Gracias a Dios que no le dimos «ese valor» a lo abundante, que es en verdad lo indispensable, porque tendríamos que respirar «aire embotellado» y, por supuesto, pagarlo. Ya al agua la etiquetaron hace rato, pero aún nos cae del cielo y eso es mucho decir de la abundancia.
Lograr alcanzar «abundancia» para darse todos los gustos «inventados» por el hombre, lleva a un ancho camino de esfuerzos y trabajos, entre otros «arrebatos» y moriquetas, solo para «lucir» superior y «exitoso».
Cierto que muchos de estos inventos nos han proporcionado «comodidades» jamás imaginadas por el hombre de las cavernas, pero al final uno aprende a sobrellevar las cosas y se va haciendo simple y sencillo, por no decir «abundante».
Uno se va quitando la ropa y liberándose de piedras y metales colgados al cuello o las muñecas. Anda descalzo porque «quiere sentir» las vibraciones de la tierra, las energías del Sol y la fragancia del bosque.
Se baña encuero en cualquier río y se tira a su orilla para «respirar» la frescura del aire y no cambiaria «ese momento», por ningún quilate de «Ta feíta» o una onza de oro.
En la abundancia está la felicidad y gratis. Un regalo vital del universo al que «obviamos» por tenerlo presente constantemente ante nosotros. Solo que, el gramo de ceguera, que también nos acompaña, nos incita «a buscar» lo que no se nos ha perdido…
El calor y el frío nos motivan a encontrar la sombra y el abrigo. Pero de ahí, a venderlo, a cambio de unas monedas, no va en armonía con las leyes de la tierra. Una tierra a la que hemos invadido y arrancado en sus entrañas hurgando, lo que tampoco se nos ha perdido.
Nacimos de la naturaleza y somos ella. No maquinas ni robot, ni ninguna otra manipulada materia. Hemos llegado al punto de casi destruir nuestro hospedaje, fértil y saludable, llevándolo a la escasez de lo abundante y enrareciendo su esfera a enfermedades impensables…
Todo en busca de una abundancia que nos lleva al punto de partida.
Encerrar la abundancia es predestinar el fin de nuestra historia. De nada valdría el calor de «esos elementos» que hoy idolatramos. De todas «esas búsquedas» para generar riquezas que tanta vida y tiempo nos quita en alcanzarla para terminar desnudos y libres y despreocupados, como Adán y Eva vivían, hasta que Caín comenzara a joder esta vaina. ¡Salud!. Mínimo Abundero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).