Tommy Galán Grullón
Al iniciar el viacrucis que me impuso el destino al verme involucrado en un escandaloso expediente judicial, desde la sorpresa de aquel que lo desconoce todo, me hice una única pregunta: ¿qué hago yo aquí? Mientras más conocía de los motivos que se aducían más razones encontré para preguntarme una y otra vez: ¿qué hago yo aquí?.
Denuncié con todas mis fuerzas la obvia ausencia de motivos que justificaran mi presencia en el juicio de semejantes eventos, pero el ruido le negó todo espacio a la razón, el abuso venía precedido de la determinación de instrumentalizar mi
presencia con el empeño de ocultar afanosamente la ausencia de la verdad. Tenía un único camino, recorrer las estaciones, esas que me postraron de parada en parada durante casi cinco años frente al escarnio que humilla inconsciente y sin fundamento, dando por sentado todo cuanto escucha, sin reparar que, desde su ligereza, se lleva de encuentro la justicia por la que tanto dice clamar.
Gracias a Dios, el tiempo que no se detiene, si bien no dispone de antídotos para silenciar el ruido, siempre está determinado a vencerlo, a esperar por el momento oportuno para entronizar la verdad, para que sea ésta la que abra de par en par la justicia. Así pasó, casi media década en el que de forma dilatada y consistente se fue estableciendo mi inocencia, prueba tras prueba, proceso tras proceso, quedó claro que la propia acusación aportó la prueba de la legitimidad de mi patrimonio y la profesionalidad de mis actuaciones como hombre público, que no le falló a su provincia, San Cristóbal, ni al país, ni a su familia.
El proceso está ahí, miles de horas de trabajo judicial están a disposición del público interesado en conocer la verdad a través de actas y videos localizables hasta en las redes sociales, en la propia sentencia que asumió mi inocencia y consecuente descargo, una majestuosa obra de orfebrería jurídica y ponderación probatoria de la que brota como agua de manantial la verdad que hoy justifica mi pregunta de entonces: ¿qué hacía yo ahí?.
He recibido con humildad y gratitud la noticia de que la sentencia no será apelada, con lo cual el propio ministerio público ha puesto punto final a mi calvario, al que injustamente se arrastró a mi adolorida familia. Acojo la decisión de la Procuraduría General de la República como un gesto de respeto al meticuloso y honrado trabajo del tribunal, como un reconocimiento silente de que nunca debí estar ahí, y de que arrastrarme a la prolongación de este doloroso camino, terminaría por remarcar su injusto error al asumir el abuso de involucrarme.
Por supuesto que estas palabras deben ser esencialmente una expresión de gratitud, antes que nada a Dios, que mantuvo íntegra en mi la determinación de luchar por mi honor, al tribunal, porque en mi caso tuvo el valor de hacer imperar la justicia por encima de todo, al propio ministerio público, porque también ha sido valiente al asumir los fundamentos en base a los cuales comprendió la impertinencia de mi persecución y, a mis compañeros de infortunio, los que hoy disfrutan de mi suerte y a los que quedan en el proceso, a quienes les deseo la luz que encuentre un final justo para sus causas.
Tendría que extenderme demasiado para destacar la solidaridad recibida de la familia y amigos, pero mataría la brevedad que amerita mi mensaje, sin embargo, en ningún caso podría dejar de agradecer a mi barra de defensa, en la persona de los doctores Guarionex Ventura, José Fis, Hirohito Reyes y José Ricardo Taveras Blanco, quien la coordinara en un armonioso y eficaz trabajo de equipo del cual debo sentirme orgulloso, toda mi gratitud.
No quiero finalizar mis palabras sin destacar las lecciones aprendidas, las cuales no revisten valor únicamente para mí, sino, para todo el pueblo dominicano. Por supuesto que al igual que todos aspiro a una sociedad intolerante con la corrupción, no importa su estirpe, pública o privada; por supuesto que también creo en una sociedad donde se cultive un régimen de consecuencias para toda práctica de peculado, y por supuesto que siempre apoyaré todo cuanto conduzca la sociedad dominicana hacia un camino de prácticas éticas y de justicia social.
No obstante, debemos reflexionar seriamente sobre la necesidad de emprender ese camino con un elevado sentido de responsabilidad, toda vez que siempre que se improvisen los procesos, sea por la ligereza de una investigación suspicaz
y sin fundamentos, o sea por el deliberado propósito de instrumentalizarlos para desviar la atención de la población sobre las verdaderas causas del desatino, estaremos matando la confianza del pueblo en las personas e instituciones llamadas a ser paradigmas y guías de los procesos políticos, económicos y sociales. Que se persiga la corrupción sin cesar, pero no alegremente, porque las naciones que mancillan el honor de sus ciudadanos para acallar ruidos y no para hacer justicia, matan irremediablemente la esperanza.
Me reintegro a la vida pública y privada con mi honra reivindicada por la justicia, en la esperanza de que los buenos dominicanos me permitan el honor de seguir caminando a su lado, por sus mejores causas y por un mejor destino para todos.
Muchas Gracias
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