La maravilla de desorden, las alas blancas de ángeles caídos, el duro caminar de un viejo, la simple mirada perdida del ciego. Estamos expuestos al azar y a las terribles y hermosas fronteras de lo desconocido. Lo que ocurra está bien, lo que suceda tendrá su encanto.
Uno piensa que este oficio de vivir, es un constante desafío que hay que vencer o morir, sin embargo, uno igual morirá, sea el vencedor o el vencido. Lo que atañe, son los momentos y lo que uno haga de ellos.
Puede uno «acrecentar» sus penas más no sus alegrías. Estas caducan y se incrementan en nuevos deseos y ambiciones, pero existe una pausa, un «sinsentir» orondo que navega silencioso con el tiempo.
Los años, son los que determinan las nuevas alegrías y penas. Es inevitable que el deseo muera antes que el cuerpo y que con ella mueran también los pesares y lo «sorprendido», que ya no causa efectos de ningún tipo.
La sabiduría, aquella que logran algunos y que otros se pasan toda la vida en su búsqueda, será el cúmulo de devaneos y la destreza al equilibrio que desarrollemos en «como tomar las cosas».
Cuando la pregunta al futuro nos reafirme con un; «lo que ocurra» habremos sobrepasado este mar de incógnitas y «desaceres» desde una frágil canoa airosa tras unas lluvias infinitas. La mar será «calmosa» y entre la bruma se vislumbrará la sombra, que solitaria rema en paciente.
Las cálidas sonrisas y los afectos de los náufragos serán compañeros silenciosos y atentos a nuestro lado. ¡Que larga pena ha pasado! ¡Qué amplio camino anduve!. Ya puedo sonreír sin pesares ni glorias. Ya todo me da igual.
Y sobre «el todo» diré, que también es un ave de desconciertos, una claridad no clara, pero que evoca «cierta paz» como una medalla ante lo vivido. Un premio «extraño», si se quiere decir, ya que todo lo sabe este y además… está en todas partes…
¿Qué otra esperanza nos queda esperar después de tanto dar y recibir y perder?. ¿Qué «otro camino» se nos brinda?.
Uno se va adaptando a esto y se olvida que todo cambia, Tu pelo, tu rostro, tu alma. Uno va creciendo y «llega» al extremo y lo toca y alcanza a ver, tras una rendija, una «niebla iluminada» y «cosas» que no comprende ¡Y se asusta!. Y entonces se recuerda de la sentencia aprendida. ¡Lo que ocurra!, y salta…
Yo debo agradecer constantemente por este momento, por todo lo que he dado y recibido. Por la oportunidad de estar aquí o allá, o donde estuve y estaré. Entiendo que no soy responsable de mí, de lo que soy y quizás, ni de lo que he sido.
Pienso que mis mentiras y verdades sirvieron para «algo». Y que lo que ocurrió, me hizo creer lo que creo que soy. Todo un disfraz de carnaval que se iba transformando en cada pisada y que me hizo muchos que cada vez son más pocos.
Una mutación formada hacia adelante, a la que brotaron uñas y dientes y versos y senos. Una figura a la que se le dio un nombre y unos pies para andar y unos ojos para descubrir y oídos para aprender y una boca para besar e insultar anhelos.
¡Sí!. Toca agradecer por la experiencia de vida, a pesar de mis muertos y amigos entrañables que dejaron un vacío latente en esta cabeza que sostiene todo. Que tanto piensa y se acusa y se inventa sueños inexistentes.
Toca agradecer lo que ocurra porque sigue siendo el momento lo que marca la existencia. Y no somos nada y aquí, parecemos ser «algo». Y quizás «ese algo» sea el granito indispensable del universo…
Antes que se derrumbe todo y vuelva a formarse, suelta lo pesado y libera tu calma ante las ocurrencias venideras. El mundo es algo tan extraño como tu misma presencia en él. Aférrate a lo que ocurra antes que ya… no ocurra nada. ¡Salud! Mínimo Ocurrero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).