El acelerado aumento de la población mundial preocupa a los hombres de ciencia. Es una situación que, por lo visto, no representa ninguna inquietud para los líderes de las naciones.
Nos estamos acercando a los 8,000 millones de humanos, unas máquinas defecadores y devoradoras de alimentos. La República Popular China, con 1,425 millones, y La India, con 1,428 millones, acumulan un total de 2,853 millones de personas (35.66% de la población), según la pirámides de la tasa de nacimiento registrada en el 2023.
Así como nacen, mueren a diario miles de humanos en los continentes. El planeta que habitamos no soportaría el peso de tantas gentes y se destruiría, de acuerdo a los científicos que, sin embargo, consideran que esa eventualidad podría darse de seguir creciendo la población a los niveles que llevamos. Es la razón de por qué están empeñados en buscar otro planeta habitable (como Marte) con las características de la Tierra.
Se predica con insistencia que el alza poblacional ejerce una presión extrema sobre la Tierra, resultando en escasez de alimentos, agotamiento irreversible de ecosistemas, pérdida de biodiversidad y estrés hídrico. Las futuras generaciones enfrentarían escasez de recursos, migraciones masivas y conflictos. Esos fenómenos ya son evidentes en estos momentos.
Otra inquietud con la que están lidiando los gobernantes universales es la saturación de los cementerios motivado a rápidos fallecimientos de individuos por diversos factores, como son las denominadas enfermedades catastróficas que generan los derrames cerebrales, ataques cardíacos y cánceres; las pandemiass, los conflictos bélicos entre naciones, los decesos por accidentes de tránsito, feminicidios, asesinatos y desapariciones por razones naturales.
Hoy, en las ciudades modernas, el abarrotamiento de los camposantos ha conllevado a aplicar medidas para habilitar espacios a los nuevos difuntos. Incluso, ese crecimiento se fomenta hacia arriba (vertical) con la construcción de nichos de hasta seis u ocho bocas. Ampliar esos espacios es una estrategia que se está desarrollando con mucho sentido. También, ya es común sacar las osamentas de los difuntos más viejos para sepultar a otros.
La alternativa para enfrentar ese congestionamiento es cremando los cadáveres, una práctica que se remonta a las civilizacioes antiguas, justo durante la edad de bronce, entre el 2200 y el 750 antes de la era cristiana en la región que hoy es Grecia. Ellos creían que al quemar el cuerpo, se purificaba el alma y se desprendía de forma terrenal para llegar más rápido a su destino eterno.
El imperio romano, que se extendió por toda Europa, adoptó estas creencias expandiendo por todos sus dominios la costumbre de la incineración de los restos humanos. Ese ritual separaba a los muertos pobres de los adinerados, ya que a los ricos se les incineraba durante el día, mientras que los pobres solo en las horas de la noche. Era una cuestión de distinción de clase social que todavía prevalece en la sociedad moderna.
Los vikingos, romanos y otros linajes, despedían a los fallecidos, en especial a líderes guerreros, colocando los cuerpos en pequeños barcos, junto a algunas de sus pertenencias. Encima de maderas secas, le pegaban fuego y después empujaban la embarcación hacia mar adentro. Ese proceso para muchas civilizaciones antiguas y contemporáneas, tenía implicaciones religiosas y sociales.
En la actualidad, solo los individuos adinerados reciben en tiempo normal ese tratamiento póstumo en virtud de lo costoso del procedimiento. Los menos afortunados, que son las mayorías, están obligados a erogar gastos funerarios sepultando a los familiares en cementerios de diferentes categorías.
Ignoro los costos de ese servicio en República Dominicana, pero en otras partes del mundo ese sistema ha tomado mucha fuerza en las últimas décadas como una alternativa más higiénica y eficiente para disponer de los muertos, ya que disminuye el impacto en el medio ambiente. Además, contribuye a reducir el abarrotamiento en los camposantos.
En algunos países, el gasto varía de un estado a otro y depende de propuestas adicionales que ofrecen algunas casas funerarias (como el valor del ataúd o contenedor que va a usar para transportar al fallecido). En el caso de Estados Unidos, el costo general oscila entre los 2,000 y los 7,000 dólares. Si desea conservar las cenizas en una urna, debe pensar en pagar la misma y tener en cuenta el certificado de defunción.
Como última opción y para librarse de esas erogaciones, las cenizas son lanzadas por los familiares en sitios donde los difuntos acostumbraban visitar, como el mar, bosques, ríos y hasta desde un avión, en caso de que era piloto.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).