Si la comunicación es poder, también lo es la desinformación. Indudablemente, esta, junto al discurso de odio, afectan las democracias en el mundo. Además de otros factores como la sujeción de la justicia, intimidación, falta de transparencia y rendición de cuentas, irregularidades en procesos legales, utilización de fondos públicos, debilitamiento de las instituciones…, ¡cuidado, vivimos en un mundo repleto de sobreinformación!
Por eso, desde la prensa: artillería de la libertad, las y los profesionales, deben ejercer sus funciones con decoro; abrazada a la ética. Porque, la misión del Periodismo, siempre estará apegado a la verdad, al bien común, a la transmisión de conocimientos. Nunca a engaño. Utilizar sus armas fundamentales para garantizar derechos humanos y fundamentales.
Al ejercer en la actualidad como periodista se deben accionar los dos escudos poderosos que tiene: la palabra y la información. Con los que, este profesional gladiador y celoso guardián de la democracia, protege el derecho a la dignidad, honor, intimidad y moral de las personas.
Un ejercicio de libertad de expresión que, en nuestra República Dominicana no admite expresiones perniciosas, porque ellas solo buscan dañar derechos inherentes, humanos y fundamentales de la población. Así lo consagra desde la Constitución, leyes especializadas, sustantivas y adjetivas…
Como se sabe, la libertad de expresión es un derecho inalienable: propio de los seres humanos; fundamental para la existencia de la democracia. Salvaguardado por nuestro marco jurídico nacional e internacional, que también obliga a las y los periodistas a constatar las informaciones que deciden publicar en medios tradicionales o electrónicos.
Desinformar, emitir discurso deliberadamente falso con la intención de dañar o sobre informar, es contrario al código deontológico del ejercicio periodístico. Por eso, hay que estar vigilante, investigar, hacer monitoreo antes de reenviar una información que nos llegue, aunque sea de una fuente que tenemos por confiable.
¡Errare humanum est! Pero, «más vale prevenir que lamentar», reza uno de los 800 proverbios, del humanista Erasmo de Rotterdam. Por consiguiente, para fortalecer el ejercicio profesional, participemos en capacitaciones de forma sistemática, y creemos alianzas, para combatir el mensaje de odio, la información impostora…, que hoy tiene tierra fértil en las redes sociales, siendo sus principales fuentes, los textos, audios, imágenes.
No permitamos que las empresas o personas dedicadas a desinformar mediante perfiles falsos, desde donde vinculan un tema a otro; una imagen a un tema distinto…, causen más dañar a la buena fama, valores morales, honor, honradez, decencia, rectitud, honestidad…, de nuestros semejantes.
De ahí que, hay que constatar las publicaciones que nos llegan desde distintos contactos. Es posible que, a través de ellas, los remitentes busquen cometer delitos de prensa, y estos no forman parte de la ciencia del Periodismo. También, quizás, manipularnos, crear polarización social, continuar el fomento de cultura que favorece roles de género…, los que, solo limitan derechos fundamentales de las personas, y con ello, su crecimiento.
El ejercicio del Periodismo entraña derechos, deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones, fijadas por la ley para: asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás; la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral pública. Tal como nos indica el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Político de 1966.
En ese sentido, toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia está prohibida, conforme el artículo 20, del citado pacto precedentemente. Es libre la expresión del pensamiento, salvo que se atente contra la honra de las personas, el orden social o la paz pública. Nos recuerda el artículo primero de la Ley 61-32 de Expresión y Difusión del Pensamiento.
Pero, lamentablemente en la actualidad, el exceso de información y la mala gestión de todas las que recibimos, en ocasiones puede menoscabar o vulnerar derechos de las personas. En ese aspecto el mensaje de odio, que se realiza a través de todo tipo de comunicación y comportamiento: texto, imágenes y sonido, fomenta violencia física, verbal, psicológica…, hacia grupos y personas basándose en su religión, etnia, nacionalidad, color, ascendencia, género u otras formas de identidad.
El mensaje de odio, que está muy presente en las redes sociales, degrada, deshumaniza y genera exclusión a los grupos y personas a los que se refiere. Constituye una amenaza a la paz social, justamente, porque fomenta y normaliza actos de violencia física, prejuicio, intolerancia, exclusión y discriminación…
De acuerdo a la Estrategia y Plan de Acción sobre el Discurso de Odio de Naciones Unidas, 2019, constituye mensaje de odio, «cualquier tipo de comunicación oral o escrita o también comportamiento que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo, en función de lo que son: su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad».
Cometer esta vulneración a derechos implica castigo que emanan también de leyes como la 53-07 sobre Crímenes y Delitos de Alta Tecnología Castiga. Ella sanciona la difamación y la injuria pública, cometidas a través de medios electrónicos, informáticos, telemáticos, telecomunicaciones o audiovisuales.
Como sabemos, las y los periodistas gozamos de libertades públicas, las que debemos preservar, pero, al comunicarnos en las redes sociales, desde el periodismo hay que mantener la ética y la objetividad.
Además, en esta Era de la Información-Digital, sin duda, hay que llevar a cuesta los dos escudos citados anteriormente, para protegernos de caer en la posverdad y las noticias falsas o fake news. Para no promoverlas en las redes sociales, ni en ningún medio tradicional o moderno. Para no ser parte de su objetivo. Tener presente que son contrarias al Periodismo, y tienen consecuencias funestas para el desarrollo cultural de nuestras naciones.
Hasta pronto.
santosemili@gmail.com
La autora es educadora, periodista, abogada y locutora residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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