La palabra «mandinga» nos llega de la etnia «mandenka» cuyo origen es de Gambia, país africano. Los mismos surgen como seguidores de uno de los reinos (manding o Kangaba) del otrora imperio de Mali (1235-1546). Abarcaba toda la costa Atlántica, desde Sene gal y Gambia, hasta Nigeria.
Los esclavos traídos al caribe procedían de Camerún, Nigeria y Ghana, básicamente países que formaron parte del imperio Manden de Mali. Otros esclavos de Angola, Congo, Mozambique y prácticamente de todos los países «negros», fueron distribuidos en las colonias del continente americano.
Mandinga, también se hizo Sinónimo «del diablo» en muchos países sudamericanos, que «tomaron» esta palabra del idioma que solían hablar los esclavos, llamado «mandingo» y que por ser el más hablado entre ellos, se generalizó el calificativo.
Lo del diablo viene a raíz «del cuco» o de meter miedo a los niños para que obedecieran… Así, discriminatoriamente se asustaba con el negro, al que se consideraba como «un animal más» entre los blancos indolentes y explotadores.
Los esclavos que solían escapar de las haciendas se refugiaban en los montes y a estos se les llamó «cimarrón» que significa, rebelde. Los «cimarronatos» se dieron en todas las colonias, llegando a establecerse en amplias zonas inaccesibles para los soldados de los reinos europeos establecidos en sus nuevos feudos americanos.
Los cimarrones adoptaron el «apelativo» mandinga de los europeos para denominar a todos los blancos como demonios, es decir, revirtieron el asunto y ahora «los mandingas» eran los explotadores a los que comparaban con el diablo…
En el año 1605, en la isla La Española, las órdenes dadas por el rey, Felipe II, al gobernador del momento, Antonio De Osorio, de «devastar» toda la región Este, Centro y norte de la Isla, ocupada solamente por 250 vecinos, ya que había mucho contrabando, trajo como consecuencia que todos los esclavos cimarrones se tomaran esa inmensa área como todo un resort turístico, libre de «mandingas», esto, eventualmente, daría origen a la nación a haitiana.
Casi cien años estuvieron esos esclavos «libertos» alejados del idioma y las costumbres que imponían los españoles a los esclavos en sus colonias, por lo que estos conservaron sus tradiciones africanas casi intactas. Caso único en todo el continente.
En el 1697, mediante un pacto entre españoles y franceses, conocido como tratado de Ryswick, se «otorgó» la parte occidental de la isla a los franceses. Y al estos ocuparla, dieron por terminado el edén de los cimarrones que se vieron obligados a aprender francés que más adelante distorsionaron en «creole».
Para el año 1777 se firma un nuevo tratado dejando establecida la frontera entre las dos colonias y es para el 1795, cuando España cede por completo la isla a Francia mediante el tratado de Basilea. Pasando a ser «jurídicamente» francesa.
Sin embargo, no tuvieron tiempo de cumplir cabalmente la posesión, ya que las rencillas internas del lado francés, ocasionadas por varios grupos de esclavos, terminaron con sacar a todos los blancos mandingas del territorio el primero de enero del 1804.
La colonia francesa pasó a llamarse república de Haití y no fue, sino, hasta 18 años después (1822) cuando estos decidieron asumir el control de toda la isla, ocasionando un choque cultural con los criollos que habitaban la parte oriental, llamada hoy república dominicana.
Todo ese entramado de confusión, ocasionó que se enfrentaran y tras 22 años de «mal convivir», los criollos se declararon independientes y llamándose oficialmente, a partir del 1844, dominicanos. Los haitianos se vieron forzados a retornar al lugar que en el 1777 se había establecido.
La pregunta que hoy muchos se hacen es ¿Pueden existir dos países en una isla? Y la respuesta es si, de hecho, la isla de Chipre, de apenas 9 mil kilómetros cuadrados, está dividida por dos países antagonistas desde tiempos inmemoriales, Grecia y Turquía.
Melilla y Ceuta, son dos «espacios» españoles de no más de 31 km cuadrados. ¡Entre las dos! Enclavados en territorio marroquí… dos culturas muy distintas. Y así vamos viendo un peñón de Gibraltar Inglés, en terreno claramente español, entre otros ejemplos de que sí se puede convivir en un espacio pequeño.
La isla, llamada Hispaniola, que ocupan los haitianos y dominicanos, tiene más de 29 mil millas cuadradas. Suficiente espacio para convivir en paz los 20 millones de habitantes que la ocupan.
Anteriormente, la isla estuvo ocupada por unos «indios» pacíficos, que fueron arrasados y diezmados de su paraíso por diablos mandingas, que, entre «negociaciones y usuras», obstaron por abandonar a su suerte dejando a dos pueblos distintos debatiéndose por unas nacionalidades inventadas a la carrera.
Más de doscientos años han pasado y todavía seguimos tirándonos piedras como cavernícolas.
Ya no hay mandingas ni mandingo en la isla. Ahora hay dos pueblos definidos con sus fronteras bien delineadas. Haití está en un momento difícil y nuevamente los descendientes de los «otrora» Mandingas se hacen de la vista gorda sin responsabilizarse del lío en que nos dejaron sus abuelos.
La desesperación y el desorden que impera en Haití es consecuencia del mal manejo de sus dirigentes y de los oportunistas de siempre. No podemos cargar con sus problemas cuando todavía no resolvemos los nuestros. Ni podemos aceptar que «interfieran» con nuestros recursos, pero sí tenemos que insistir en que la comunidad internacional tome carta en el asunto.
No se trata de maltratar al haitiano ni de humillarlos como hacen muchos desalmados. En todos los pueblos la mayoría son personas buenas. No podemos juzgar a todos por cinco o seis desaprensivos.
La solución, vuelvo a repetir, es la intervención del Estado haitiano para imponer el orden y la tranquilidad. Organizar desde cero sus instituciones y colaborar en la dinámica industrial, turística, agraria y demás para sacar adelante a ese pueblo y así evitar que tengan que abandonar su país hacia otras naciones.
No se trata de traer a mandinga de nuevo, sino de solucionar el asunto de una vez y por todas a costa de salvar la nación dominicana del caos que siempre ha imperado con el vecino.
Los dominicanos merecemos seguir creciendo hacia el bienestar de todos sus ciudadanos sin perder la cordura, la moderación, el respeto y la mano firme, pero generosa y compasiva también. Los haitianos no son animales, sino seres humanos tan capaces como cualquiera, así lo demuestran las cifras de haitianos profesionales en los Estados Unidos.
Vamos a insistir en el bienestar del pueblo haitiano a través de la intervención internacional antes que se lo lleve mandinga al mismo infierno y nosotros recibamos «un coletazo» de fuego… por estar tan cerca. ¡Salud!. Mínimo Mandinguero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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