El papa Francisco expresó su preocupación por la posibilidad de que la desinformación y las noticias falsas busquen influir en la opinión pública.
«La desinformación es uno de los pecados del periodismo, que son cuatro: la desinformación, cuando un periodista no informa o informa mal; la calumnia (que a veces se usa); la difamación, que es diferente de la calumnia pero destruye; y el cuarto es (…) el amor al escándalo», dijo el pontífice durante un acto en el Vaticano para la entrega de un premio de periodismo a reporteros italianos.
Insistió en que «las manipulaciones» que más le preocupan son las que buscan «orientar la opinión pública». Su versión aludía los momentos en que «Europa atraviesa una situación dramática, con la guerra en Ucrania que continúa».
Respecto al conflicto entre Rusia y Ucrania se han publicado muchas informaciones manipuladas por los países que aupan a los dos bandos con la complicidad de la prensa internacional.
En un lenguaje llano, el purpurado católico se refiere al tradicional periodismo amarillo que prevalece en el mundo y ha tomado más dimensión con el surgimiento de las redes sociales.
La llamada prensa amarilla es un tipo de periodismo que presenta noticias con titulares llamativos, escandalosos o exagerados para tratar de aumentar sus ventas, aunque por lo general estas informaciones no cuenten con ninguna evidencia y sin una investigación bien definida.
Es un secreto a voces que algunos medios de comunicación, igual que periodistas y comunicadores, responden a los intereses de organizaciones políticas o empresariales. Por razones de amistad, simpatía o por compensar lguos favores, todos estamos tendenciados, alineados y parcializados, lo que hace más complicado este peligroso y emocionante ejercicio, hasta llevarnos a la autocensura.
Salvo algunas excepciones, la prensa escrita, de radio, televisión y herramientas virtuales se alimentan precisamente de noticias escandalosas, tergiversadas, no confirmadas.
Bastaría con que alguien suba a las redes sociales un vídeo editado con intenciones o no maliciosas para dañar reputaciones para que de inmediato esa publicación se haga viral. La parte buena de esa tarea es que ayudan a localizar a las personas que maltratan a los ciudadanos, como a los niños y las mujeres abusados, los asaltos, etc.
Se han dado casos de audiovisuales editados hace años que son asimilados como recientes. Son manipulaciones que influyen mucho en la opinión pública, especialmente en las personas analfabetas funcionales.
El amarillismo tiende a darse con frecuencia en el denominado periodismo ciudadano, participativo o periodismo público o periodismo democrático, un movimiento en el que son los propios ciudadanos quienes se convierten en informadores. Y los medios de comunicación trabajan con ellos.
Este tipo de ejercicio, sin embargo, representa uno de los cambios más significativos en la profesión de la última década porque establece numerosas formas de interacción con los profesionales de la información. Es la cuota positiva que a juicio de los genios de la comunicación traza una nueva cultura periodística “donde la noticia adquiere una dimensión dinámica y en la que la propia interactividad con el público puede contribuir a alimentar distintos aspectos que también han entrado a formar parte de los medios de comunicación”.
Se ha llegado a la conclusión (y en eso estoy de acuerdo) que este papel activo del público no puede sustanciar el denominado periodismo ciudadano, “pues adolece de las garantías necesarias de una información de calidad que asegure un debate público ordenado y constructivo”.
La moda de ahora que los individuos graban vídeos comentados, con imágenes desgarradoras sobre hechos que acontecen en las calles (accidentes de tránsito, homicidios, suicidios, asaltos) y sin editarlas las suben a las plataformas de redes sociales, generando el morbo o un efecto multiplicador de mal gusto. A fin de cuentas, la real intención es buscar seguidores que pongan “like o me gusta” y no les importa un carajo el daño que causan a la salud mental de la población.
Y todo sigue igual, sin restricciones, para convertirse en una perversa cultura.
Un ejemplo de periodismo amarillo (de los tantos que veo a diario) ocurrió tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las torres gemelas de Nueva York. En esa ocasión, una famosa agencia de noticias estadounidense difundió un vídeo donde registraba a varios palestinos celebrando con júbilos supuestamente la acción terrorista. Por supuesto, el audiovisual fue replicado por otros medios escritos y la televisión del mundo solidarios con los norteamericanos. Resulta que el vídeo era del 1979 cuando los palestinos celebraban una batalla ganada a Israel.
Pienso que el papa Francisco tiene razón. El asunto es que sus preocupaciones quedan flotando en el espacio y no impedirán que la prensa amarilla desista de lo que por innumerables décadas ha hecho: desinformar, tergiversar, vender noticias falsas y manipular los hechos a su conveniencia. Es el «quid pro quo», la sustitución de una cosa por otra.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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