Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de «aclararse» de buscarse y encontrarse. No es a través del otro porque «el otro» no está en ti, por lo menos no en esta dimensión. Tenemos que escudriñar la mente y sacar el coraje para lanzarnos al abismo de sus misterios.
En la soledad se escucha al silencio, en la oscuridad se busca la luz, en ti descansa la consciencia, en el dolor te conectas.
Resulta raro que en el bienestar tengamos tiempo de «buscar» lo ausente. Solo alcanzamos a «rozar» la luz cuando más oscura tengamos la estima. Estar bañado de bien es una distracción para el espíritu. Solo busca el que necesita, solo «se acerca» el que menos tenga y goce de venturas.
Cada vez que caigo «en malaria», como decimos los dominicanos cuando los tiempos son inciertos, es cuando dejo de mirar lo que me rodea en esta dimensión terrenal. Mi mente se nubla ante todos y busco en el «más allá» «ese apoyo» que instintivamente sé que no encontraré aquí en la tierra. Hay un «clic» guardado en algún dispositivo oculto que me señala lo inútil de buscar esa ayuda en el prójimo.
La experiencia así lo afirma. Son pocos los «semejantes» dispuestos a colaborar para que «tu vida» sea más llevadera y menos tortuosa. Cuando los amigos llegan a su límite y te dan la espalda de forma simulada y sigilosa es cuando llega tu oportunidad de buscar en «las alturas».
Podrás llamarlo Dios, rayos o centellas, pero llámalo. No tengas temor de soltar tus «creencias» y «exponerte» ante lo que siempre has considerado un absurdo. No sabes más que todos y ni siquiera sabes quién eres, quién te trajo y cómo diablos te hiciste… te hicieron.
No tenemos idea por qué estamos aquí ni para qué y mucho menos en dónde carajo estamos. Nos hemos visto obligados a ponerle nombre a todo buscando darles un sentido a las cosas y no tenemos sentido para meditar en ello. Seguramente que todo tiene otro nombre y otro sentido distinto al que «le hemos asignado».
Cada uno de nosotros se la pasa llamando a los otros, buscando calor, cariño, compasión, amor y demás barbaridades, rogando por algo que está insertado en nuestra «individualidad». ¡Llámalo! Atrévete a llamarte a ti mismo y descubrirte lo que «en verdad eres». Desvela esa cortina de miedo y falta de fe para que retomes tus poderes y veas que eres también luz.
No eres único, ni siquiera eres «el mejor» solo eres indispensable. Formas parte de un todo que te hace parte de él porque eres él. Dotado de toda su sensibilidad y magia, pero no de una magia hechicera, sino de «aquello» que nos envuelve en torbellinos inextricables que no necesitan preguntas por qué están en las respuestas.
No morirás porque no has nacido, eres parte de un camino zigzagueante que se alimenta de pueblos y ciudades y galaxias y universos metafóricos y perdidos y olvidados que necesitan recrearse como si con ello dieran sentido a la libertad y el influjo. Un cambio que produce cambios…
Tú solo respiras ya has alcanzado a modificar planetas lejanos. Necesitas descubrirte para dejar de llorar y quejarte porque pasarás de este momento a otro, de este instante a distante, de este sueño a ensueños. Eres parte de un proyecto y solo alcanzas a ocupar el ladrillo que sostiene «todo lo que existe», es decir, el universo.
Cuando te descubres, te alcanzas a reír de ti mismo y de todas las inhumanas compasiones distraídas que aún andan vagando, ignorando que «sus ladrillos» terminarán encajando, también, en este proyecto del todo. La mayoría dará más vueltas inertes mientras tú, que te has descubierto, te quedaras incólume ante los gritos de los muertos…
No se trata de pasar por pasar, si no te vas a divertir entonces sigue llorando. Total, el hueco de tu ladrillo tiene tiempo de sobra para esperarte, el universo marcha como debiera, a pesar de los pesares, y de los amores, de los amores. ¡Salud!. Mínimo Descubrinero … ¡Cuánta M!…
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
Comentarios sobre post