Colombia no detuvo a tiempo la reproducción descontrolada de los hipopótamos de Pablo Escobar que ahora amenaza romper el equilibrio de su fauna. Lo mismo ocurre cuando la cultura de un país o de una región es impactada de manera exagerada por otra foránea.
El término cultura tiene muchas y variadas acepciones, una de ellas lo identifica como conjunto de conocimientos y rasgos característicos de una sociedad, época o un grupo social, pero también es el conjunto de referentes que identifican a una sociedad.
La cultura dominicana, expresada en sus tradiciones, idioma, folclor, artesanía, gastronomía, habilidades laborales, se erosiona muy rápidamente, aguijoneada por oleajes de modos de comportamientos foráneos que obran como potentes huracanes que arrasan con la identidad nacional.
Los hipopótamos de Escobar subvierten la estabilidad de la selva colombiana, porque son extraños a ese ambiente natural, lo mismo ocurre con una sociedad cuando es bombardeada por costumbres o conductas correspondientes a un conglomerado de mayor influencia social, política o económica.
La interacción entre culturas es positivo o conveniente porque se enriquecen o se fortalecen las identidades nacionales a través de la transferencia tecnológica y de sanas experiencias relacionadas con la historia, la ciencia y los tesoros de la humanidad.
Lo malo es cuando una nación o una región son tomadas como retrete de malos hábitos colectivos generados en otras sociedades o, cuando una potencia económica inyecta sus rasgos de dominación cultural en el torrente social, jurídico, político de la nación subyugada, con la intención de subvertir sus instituciones básicas.
La sociedad dominicana convulsiona a causa de persistentes brebajes de manipulación cultural suministrados desde allende los mares que desdibujan su idioma, historia, tradiciones y, obviamente, el tejido familiar.
De poco sirve intentar aplicar torniquete a la hemorragia de groserías o antivalores a través de plataformas digitales y programas de TV o radio. Lo indicado seria promover y estimular desde el Estado y la sociedad los elementos básicos de nuestra cultura e identidad, como el buen uso del idioma, la divulgación de nuestra historia y la promoción de la música, folclor y literatura nacionales.
Los vómitos de vulgaridades que a diario se expulsan desde los vientres de las redes sociales y comunicación convencional, son expresiones de la conmoción cultural que causan la intempestiva esos detritos provenientes de otras culturas en fase de degradación.
Los ministerios de Educación y Cultura, universidades, academias de la Lengua y de Historia y otras instituciones deberían colocarse a la vanguardia en la defensa de la cultura nacional, antes de que los valores que nos sustentan como nación se ahoguen en la podredumbre.
orion_mejia@hotmail.com
(El autor es abogado y periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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