Santo Domingo (República Dominicana).- En la reflexión de la 3ra Palabra del Sermón de Viernes Santo, la Iglesia católica denunció la cantidad de adolescentes embarazadas y que lo más terrible es la imposición del silencio de la acosada y violada por aquellos que deben protegerla.
En el sermón, leído por por la hermana Ofelia Pérez, indicó que en muchas sociedades ser mujer es una condena para «vivir maltratada, vejada, humillada, golpeada o…simplemente usada para el sexo o la pornografía. El ser de la mujer se pierde en una sociedad injusta que promueve por los medios y redes sociales, el valor del cuerpo del cuerpo tanto cuanto puede producir placer».
«Las mujeres que trabajan y aportan al desarrollo científico, social, político, religioso y económico se vuelven invisibles; de ellas no se dice nada. Tampoco se publica la estadística del número de mujeres que estudian en nuestras universidades e Institutos de Estudios Superiores, ni de las mujeres que se incorporan al mercado laboral, sin abandonar el trabajo en la casa, la atención a los hijos y al marido. Madruga para cargar el agua y barrer la calle antes de tomar la guagua, el tren o el motoconcho para irse a producir el sostenimiento de la familia, ¿Quién mira a las mujeres que dan a luz en nuestros hospitales o aquellas que esperan en una silla que se desocupe una cama?», señaló.
Reflexión de la 3ra Palabra
El Evangelista San Juan en el capítulo 19 nos dice: “Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre…Jesús, al ver a la madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: -Hijo, ahí tienes a tu madre”.
La escena es desgarradora, la Madre ve morir a su hijo de una manera cruel y despiadada. ¿Cuándo iba a imaginar que aquel pequeño nacido en la cueva de Belén sería llevado a la cruz?
El evangelista registra su experiencia como un grito con los labios cerrados, un dolor inenarrable; una escena donde se acallan las palabras y habla la vista. Jesús, desde la cruz, en medio de su agonía, mira a su Madre. Como buen judío sabe que, al morir, Ella quedará sola. Mujer, viuda y sin hijo, María pasa a ser una descartada social. Ante esta realidad tan cruda, la mirada de Jesús se fija que, junto a su cruz, al lado de su Madre se encuentra su amigo, su discípulo amado, el más joven de los apóstoles.
Al mirar a María junto a Juan, Jesús pronuncia la primera MUJER, palabra que recoge la identidad de la Madre en la escena dolorosa de la cruz. Juan Pablo II identifica la palabra “Mujer” como evocación profética en Génesis 3,15: “Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. María, presentada como la nueva Eva en el evangelio de San Juan la encontramos como intercesora (Jn.2,4); una boda en Caná de Galilea y se termina el vino, María informa la situación a Jesús, «Mujer…aún no ha llegado mi hora». Así, como bien nos enseña el Papa Francisco: “Las Bodas de Caná son mucho más que una simple narración del primer milagro de Jesús… el esperado Esposo da inicio a las bodas que se cumplen en el Misterio pascual.” (audiencia del 8 jun 2016).
Ahora, ante la cruz el término mujer, evoca la marginación social en la que quedará la Madre, pero también es el inicio de un nuevo orden mundial, en la cruz, de improviso, surge una fecundidad materna, Jesús invita a la Madre a dar a luz al hijo y al discípulo a purificar la mirada para dejar de ver en María a la Madre de su amigo… ahora es Ella, la Madre y el su hijo. Unas horas antes, Jesús había anunciado “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”
En aquella hora en la que la fe de los discípulos flaquea, por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús cambia la dirección de la mirada e invita al discípulo que se siente solo, triste y desamparado a mirar hacia la Mujer cuya vida de fe ha sido probada. “He ahí a tu madre” palabas de Jesús en la cruz que tienen un valor testamentario. Desde ese momento, la Madre de Jesús se ha convertido en madre de cada discípulo, que junto a la cruz espera en que la muerte no tiene la última palabra. María ve morir al Hijo mientras de su corazón herido brota amor de madre para acoger a los que ama Jesús.
En este pasaje bíblico vemos en María a una madre que sufre porque le arrebatan, le matan a su único hijo, una mujer que sufre la vergüenza de ver morir a su vástago en la cruz, ajusticiado siendo inocente.
Hoy, al contemplar la situación de la mujer, el panorama sigue siendo desgarrador; en muchas sociedades ser mujer es una condena para vivir maltratada, vejada, humillada, golpeada o…simplemente usada para el sexo o la pornografía. El ser de la mujer se pierde en una sociedad injusta que promueve por los medios y redes sociales, el valor del cuerpo del cuerpo tanto cuanto puede producir placer.
Las mujeres que trabajan y aportan al desarrollo científico, social, político, religioso y económico se vuelven invisibles; de ellas no se dice nada. Tampoco se publica la estadística del número de mujeres que estudian en nuestras universidades e Institutos de Estudios Superiores, ni de las mujeres que se incorporan al mercado laboral, sin abandonar el trabajo en la casa, la atención a los hijos y al marido. Madruga para cargar el agua y barrer la calle antes de tomar la guagua, el tren o el motoconcho para irse a producir el sostenimiento de la familia, ¿Quién mira a las mujeres que dan a luz en nuestros hospitales o aquellas que esperan en una silla que se desocupe una cama?
Resulta escandaloso la cantidad de adolescentes embarazadas, pero más terrible es la imposición del silencio de la acosada y violada por aquellos que deben protegerla.
¿Quién se apiada del dolor de la madre que ve a su adolescente sin futuro porque las drogas, los cigarros electrónicos o las jucas le carcomen el cuerpo y el cerebro?
¿Cuándo vamos a reconocer que las mujeres representan el mayor número de las organizaciones políticas, empresariales, religiosas y sindicales, pero cuando se trata de dirigirlas, la mujer está relegada?
Desde la cruz, Jesús mira a la mujer y la invita a recuperar su dignidad al mirarse en María, la Madre de Jesús: la Mujer que piensa y pregunta, ¿Cómo será esto…? María, mujer que cree en el Dios que “…derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…” María, la mujer que intercede en las necesidades para que no termine la fiesta, María la que lleva al Hijo al templo. María, que no se queda esperando al hijo perdido, que lo busca hasta encontrarlo. María, la Madre Mujer que permanece de pie junto a la cruz del hijo.
Pero Jesús también contempla al discípulo: “He ahí a tu madre”. Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención es entregar el discípulo a María.
La dimensión de su misión de Madre muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.
De hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera. La maternidad universal de María, aquella a quien Jesús llamó «Mujer» en las bodas de Caná; ahora en el calvario pasa a ser la Nueva Eva «madre de todos los vivientes» (Gn 3, 20). Así, la Madre recupera la dignidad de la maternidad que por el pecado entró al mundo.
Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.
“Hijo ahí tienes a tu Madre” al pronunciar estas palabras la mirada de Jesús se fija en el discípulo y lo invita a pasar a ser hijo. Recordemos que, de todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso de la cruz. Juan, además de discípulo, es amigo fiel, es conocido como “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. El Evangelio nos cuenta la cercanía en la relación, en la última cena, recostó su cabeza en el pecho de Jesús. (Jn.13,23).
Se ha hablado mucho y escrito un poco sobre las razones por las cuales Jesús entregó su madre a Juan. Unos afirman que María era viuda y no quería que se quedara sola y desamparada en la sociedad. Otros afirman que Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María lo que significa que Jesús y Juan eran primos hermanos. Cualquiera que fuera la razón, lo cierto es, que Jesús mira a quienes se sienten solos, tristes, desamparados y pasan por la pena de tener en una cruz a los que aman.
Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo Jesús nos invita a pasar de discípulo a hijos. No solo Dios es Padre Nuestro, María es Madre de los que iniciamos la vida de fe como discípulos.
Con su muerte, Jesús instaura un nuevo orden mundial: la sociedad es el conjunto de mujeres que se dejan mirar por Jesús para acoger como hijos a aquellos tristes discípulos. Por tanto, el discípulo que más ama a Jesús es aquel capaz de vivir como hijo de María, la madre del Crucificado. Esa es la propuesta, caminar juntos como hermanos obedeciendo el mandato del Señor, con María como Madre. Asumiendo la gran responsabilidad de vivir como hijo de María. A su lado, buscar y hacer la voluntad de Dios.
Volviendo al calvario, la escena resulta conmovedora, un inocente crucificado que lejos de mirarse a sí mismo, mira la soledad de la madre y la tristeza del discípulo.
Hoy, ¿Cuántos hijos miran la realidad de sus madres? ¿Cuántos hijos de la madre Patria la aman y le sirven con honestidad haciendo frente a pecado de corrupción que la tiene dolida y humillada? ¿Cuántos hijos de María, tenemos su imagen en nuestras casas y olvidamos practicar la justicia como valor moral? ¿Cuántos hijos tienen tiempo para los amigos, los viajes y las diversiones, pero no tenemos tiempo para escuchar a nuestras madres?¿Cuántas madres esperan el regreso de sus hijos que andan deambulando por las calles o perdidos en los vicios?
Hoy, al contemplar a Jesús, el Crucificado, deja que mire tu realidad y te diga: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”.
Tercera Palabra, Arquidiócesis de Santo Domingo:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”
Hna. Ofelia Pérez, directora general de las Altagracianas
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