¿para qué sirve la dignidad?. La dignidad no es más que el ego en su máximo esplendor. Es «la complacencia» implícita en uno para los demás…
Cuando uno es una persona «digna», se supone, que a uno lo respetan, uno es responsable y «es serio». Pero lo más interesante de una persona digna, es decir, cuando la cosa se pone «en dudas» es que, además, el hombre digno no permite que lo humillen…
Es en esa última parte de la definición de «dignidad» en donde esta se banaliza. No sirve la dignidad para nada si está motivada «en mantener» una condición humana dependiente… De «los otros»…
Cuando uno vive por «el qué dirán» cae uno en un juego que lo podría hacer perder, precisamente, ¡la dignidad! Si, porque el primer compromiso que usted tiene es el de ser usted y cuando usted no es usted, sino «ellos» entonces usted es un energúmeno.
¿Qué le importa lo que los demás piensen de usted si ni uno solo es capaz de asumir su vida? Lo verán pasar y hasta lo saludarán, pero, nadie se hará cargo de usted, solo usted mismo.
En este mundo de pantalla los más «admirados» artistas del momento son individuos que barren con esa palabra. Desnudan las palabras en frases exóticas y cargadas de un morbo inimaginable y son estrellas seguidas por millones.
¿Ya se dio cuenta de algo? Que eso de la dignidad no sirve para muchos en el nuevo planeta. Es una palabra en desuso… Con ser una persona honesta, que cumple su palabra, puntual y que no juega con el tiempo o las necesidades de los demás. Será suficiente para ser querido por quienes le conocen.
Usted se podrá tirar desnudo del techo de su casa o ser el despertador del barrio en la mañana al hacer el amor y sus gritos alcancen a todos, ¡no importa! Lo seguirán queriendo igual.
Pero lanzarse a caminar sin hacer ruido, tener una cara de maco serio todo el tiempo para que «lo respeten» o molestarse por la primera «insinuación» a su persona, son pendejadas que le amargaran su existencia, perdón, «su breve existencia».
Para complicar el asunto, a algunos se le ha ocurrido «dividir» la dignidad. Ejemplo de ello es la llamada «dignidad ontológica» que es más o menos lo que dije antes; el valor por ser lo que se es. Y la otra es la dignidad «moral» o sea, que ya no podrá tirarse desnudo del techo…
Cuando decimos «yo soy digno de ti» o «tú no eres digno de mí» nos referimos a que, yo «alcanzo» tu nivel, de cualquier bobería que sea, y que tú, en el segundo ejemplo, «no tienes», las mismas boberías, mejores que las mías…
¿Ven? Es un problema de egos, pero no de ese ego necesario, socio del instinto, y que nos ayuda a sobrevivir en circunstancias de peligro, sino de «ese» que vive comparando «quien es mejor o peor que tú». Como ya sé, que están enredados y «medio dudosos» de este latido de hoy, les diré que, «a mi dignidad» le vale madre si no están de acuerdo porque hasta yo mismo estoy enredao…
De todas formas, y para ir concluyendo, piénselo bien antes de vender su alma al diablo. No hay nada mejor que ser libre, ligero y sincero. La originalidad no siempre es apreciada, ya que, en verdad, a muchos les cuesta ser simpáticos.
¿Qué «indignides» has cometido? Le pregunta el vecino al gritón de los mañaneros del barrio. Ninguna que usted desconozca, le responde y agrega; la diferencia es que usted se tapa la boca «por dignidad» y yo suelto la lengua sin dignidad alguna.
La diferencia es que uno aplica «la moral» y el otro «la ontológica». No sé cómo pueden «coexistir» dos dignidades tan opuestas. Una se cuida de los otros y la otra de uno…
Al final, la dignidad reprime, ahoga y hasta mata, porque suele retener lo que uno entiende como «humillaciones» cuando en verdad «esas humillaciones» no son más que una nueva puerta que se abre.
Solemos llorar «por dignidad» solo recuerde que, cada vez que salimos de un lugar, solemos entrar en otro superior o inferior, ¡no importa!. Lo que cuenta es ir transformando esa «dignidad moral» a una ontológica, donde ser tú es lo que vale, por lo menos para ti. ¡Salud! Mínimo Indigneiro.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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