El 15 abril 2022, un articulista de nombre Edison Veiga escribió un interesante reporte publicado en el portal de BBC News en el que relata las características de la sentencia a muerte en la antigua Roma, incluida la que se dictó contra Jesucristo, penalidad que prevaleció casi 2.000 años después de su ejecución.
Expresa que entre los romanos había tres muertes similares (para los sentenciados a la pena capital) y al efecto cita al historiador André Leonardo Chevitarese, autor de “Jesús de Nazaret: Otra Historia” y profesor del programa de posgrado en Historia Comparada del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
Esas tres modalidades de matar son las siguientes: El individuo podía ser atado a un poste y quemado; lo podían lanzar a la arena (del circo) para que luchara contra animales salvajes hasta la muerte; o el individuo podía ser crucificado, como sucedió con Jesús.
«¿Por qué son semejantes estas muertes? Porque no dejan memoria del cuerpo. En todas ellas deja de existir el cuerpo. O se quema, o lo devoran las fieras, o se lo comen las aves rapaces», prosigue el historiador, quien afirma que «son tres muertes brutales que significan borrar la memoria de alguien, asegurarse de que no haya un entierro en los alrededores que conserve su memoria».
Tampoco hubo procesos legales que documentaran estas condenas. «Si no, habría memoria sobre ello. Jesús nunca fue juzgado, nunca», concluye el investigador.
Sobre la muerte de Jesús solo sabemos lo que narra la Biblia. Aunque no hubo un juicio de facto, se conocen las causas mundanas que llevaron a la muerte del Jesús humano. Y las razones eran políticas. Sí, Jesús fue un preso político, condenado a muerte por, a juicio de las autoridades, un atentado contra el orden establecido por el poder romano, según los investigadores.
Ese hombre se convirtió en una molestia política, como un polvorín en una región dominada por los romanos. La crucifixión no fue una invención romana, pero su práctica se difundió ampliamente en el Imperio romano, concuerda el investigador André Leonardo Chevitarese, citado por Edison Veiga.
«La revuelta estaba a punto de suceder. Y antes de eso, las autoridades romanas, en connivencia con algunos sectores de la élite judía que estaban alineados con Roma, identificaban a estos líderes populares y se los quitaban de en medio matándolos», agrega.
«Básicamente, fue acusado de ser un impostor. Esta acusación procedía de los líderes religiosos de los judíos que vivían allí en ese momento y que lo presentaban como un enemigo del César, como alguien que se presentaba como ‘rey'», argumenta el vaticanista Filipe Domingues, subdirector del instituto católico The Lay Center de Roma .
Entonces hicieron una acusación política para que fuera condenado por el Imperio Romano, que gobernaba allí a través de alianzas con líderes locales.
«Ese entorno estuvo convulso durante mucho tiempo, con crisis políticas y opresión de los gobernantes», dice el historiador, filósofo y teólogo Gerson Leite de Moraes, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie.
Señala que cuando Roma «decide establecer su dominio de forma imperial», esto conlleva la dominación de territorios y la imposición de «gravosas obligaciones a los pueblos dominados».
«Lógicamente, esto pesa mucho sobre la población más pobre, porque hay un pueblo dominado y hay unas élites haciendo acuerdos con los dominadores, incluidos acuerdos políticos, y a veces alianzas económicas bastante satisfactorias. Pero la población pobre estaba sufriendo un desgaste”, añade.
A la vez, al menos 500 años antes de Cristo, se empezó a gestar una mentalidad mesiánica: la creencia de que nacería un salvador para redimir a ese pueblo del sufrimiento. «La idea de que alguien vendría a liberarlos, un enviado de Dios. Jesús nació con este contexto ya efervescente. Creció, vivió, predicó y cumplió su misión en este ambiente. Cuando apareció Jesús, su movimiento existía en el tiempo», explica el profesor Gerson Leite de Moraes
Precisa que «teológicamente, la idea fue alimentada por la visión apocalíptica de que en algún momento este enviado sería llevado a los hombres e Israel sería restaurado como reino, como nación, como pueblo elegido. Se restauraría la dignidad. Esto creó la imagen de un mesías político, poderoso, que pudiera movilizar las fuerzas del cielo y de la tierra para expulsar a la dominación extranjera que oprimía al pueblo de Israel en aquel tiempo».
La publicación apunta que para muchos, de poco sirvió que Jesús enfatizara, según pasajes bíblicos, que su reino no era de este mundo, sino de la vida eterna. Y que era justo dar al César lo que es del César, reservando para Dios lo que es de Dios. Para muchos, Jesús encarnó esta figura de líder político, activista, agitador.
«¿Era el único así? No. La Palestina en tiempos de Jesús es una Palestina llena de movimientos populares, movimientos de rebeldía. Entonces había, además de los fariseos y saduceos, que eran los partidos políticos religiosos más conocidos, otros grupos más radicales. Estaban los zelotes, que representaban a los descontentos, los revolucionarios», agrega.
Manifiesta este investigador que «había grupos que actuaban violentamente como los sicarios, que usaba un puñal y cometían asesinatos y actos terroristas, causando miedo en la población y en las autoridades. Había una especie de bandidaje social».
Refiere, además, la conducta de romano Poncio Pilatos, que era el gobernador de la provincia romana de Judea, que se habría lavado las manos indicando así que no tenía responsabilidad alguna por la ejecución.
Destaca que en el capítulo 23 del evangelio de Lucas, el texto dice que «empezaron a acusarle, diciendo: Hemos hallado a este hombre pervirtiendo a la nación, prohibiendo dar tributo al César, y diciendo que él mismo es Cristo Rey, según la Biblia, por lo tanto, hay dos acusaciones contra Jesús, ambas de carácter político”.
«Lo que le importaba a Roma era el contenido político. En otras palabras: si alguien se negaba a pagar impuestos, ese alguien podría alentar a otras personas y llevarlas a rebelarse contra el pago de impuestos. Esto podía terminar siendo un problema para Roma. Si se declaraba rey de los judíos, podía, de repente, llevar a este pueblo a levantarse, en un acto de resistencia, contra el imperio romano», prosigue Moraes.
Es decir, el imperio romano miraba a Jesús como un líder revolucionario, el líder de una pandilla que podía causar problemas. La acusación era política.
Moraes también hace una comparación de situación de Barrabás y la de Jesús. Analizando la versión del texto religioso, afirma que Barrabás era un ladrón, un bandido, que habría escapado de la pena capital, pero le llama que la forma en que Jesús fue puesto entre bandoleros “muestra la acusación que pesaba sobre él: la de un líder revolucionario, un agitador social, el líder de una banda que estaba, de alguna manera, molestando al imperio romano porque, en última instancia, estaría liderando una revuelta política contra la dominación de los romanos».
Por tanto, agrega, era un escenario donde la paz se obtenía con métodos violentos. «Cualquier intento de rebelión se combatía con una clara exhibición del poder de Roma, intimidando a los futuros rebeldes. La violencia era la marca de esta paz romana, una paz de cementerio, conseguida a través de la violencia, mediante la imposición de la dominación residencial», dice.
«Jesús parecía ser un problema político muy serio para el poder establecido. Roma sabía que Palestina era un foco de resistencia y era necesario superarlo», resume. (Fuente: www.bbc.com › mundo › noticias-61119217, 15 abril 2021).
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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