Nuestra identidad particular está supeditada al entorno en el que nos desenvolvemos y esta varía de acuerdo al movimiento en el que gire nuestra vida.
Podríamos afirmar entonces que somos, en gran parte, un cumulo de los otros, es decir, nuestra personalidad, cultura, modo, entre otras cosas, son el producto del lugar donde permanecemos x tiempo.
Este «permanecer» o «trasladarse» reafirma o enriquece lo que somos. Si uno se queda en el mismo pueblo 50 años, estará impregnado de este y, consciente o no, será pueblo en su esencia misma.
El que se «traslada» ira adquiriendo modos y hábitos distintos a los acumulados.
La lógica aquí es que debemos hacer conciencia de lo que somos y si es adecuado o no. Somos nación, pueblo, costumbre y toda identidad que nos cataloga como «originarios» de x lugar…En otra palabra, tribus.
La perfección no abunda en ninguna tribu, pero si las hay con ciertos niveles superiores de manejo social. Las hay escandalosas, bullangueras, serias, aburridas, ¡en fin! para todos los gustos.
Inclusive, desde las más sofisticadas en tecnología hasta las más simples y apegadas a los sonidos originales del planeta.
Una vez usted «escoja» o no tenga la opción de escoger o decida ser parte de muchas de estas, creara otro entorno más cercano, más íntimo, en donde primero surgen los amigos y luego la familia que se procrea.
Uno va derramando nostalgias en cada esquina, en cada barrio. Va incrementando los amigos de forma vertiginosa como cuando un cohete salta veloz al espacio y de forma gradual va disminuyendo el impulso.
Así es la vida, llega un momento en que los amigos y familiares se van esparciendo hacia otras latitudes. El barrio o pueblo, subliminalmente cambia de caras y de repente llega un momento en el que uno, sin darse cuenta…está solo.
El tiempo se encarga de irnos acomodando a esa realidad inquebrantable de perdida y soledad hacia la que nos dirigimos inexorablemente.
La primera pérdida es muy probable que nos llegue de un familiar cercano, un abuelo, una tía, etc., etc., etc. En regla general, la edad tendrá mucho que ver con esas ausencias.
Las más cercanas serán aquellas en que, aun jóvenes, vemos perder algún amigo contemporáneo. Esta será la alerta que nos indicará que aun lejanos de morir…estamos cerca…muy cerca.
Al lograr sobrevivir varias décadas. El embudo se va estrechando al ver las noticias, cada vez más constantes, de la partida de uno que otro de nuestros amigos.
Si uno ha ampliado su órbita de movimiento en diversas tribus, esas noticias serán más periódicas ya que no existe, aun, esa tribu que haya logrado la inmortalidad del »cangrejo».
La mata frondosa de mangos, en donde se han desarrollado, metafóricamente, nuestros allegados, se irá descargando de sus frutos y no dará nuevos hasta que termine de caer el último que la compone.
Quizás lo triste de este asunto sea el hecho de ser el último. Verse flotando solo en ese universo ramificado en tantos rincones que han quedado vacíos y mudos.
Ser el último que conserve aun el aroma «antañal» de ese lugar. Las costumbres, palabras y gestos que solían navegar por las calles.
De repente se vuelve uno «el extraño» de la tribu. No basta la tristeza del olvido, sino que se añade el quejido abrumador de los intrusos. Uno termina siendo el forastero de su propia esencia, ósea…la de ellos.
Aquel que intento expandir su universo por diversas tribus en un afán sano de encontrar mejores frutos, igual terminará colgado del árbol del olvido. Donde en algún momento seremos…el último mango en caer de la mata… ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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