En nuestro país, ya es costumbre, no salir de un asombro; caer de un salto alto y hondo, para entrar en otro más profundo. Pero, el próximo, supera al anterior con una carga negativa mayor. La incultura, involución, abuso de poder y cultura machista, creen adueñarse de la escena.
Las denuncias de jóvenes que admiten ser víctimas de acoso sexual en las calles, en las oficinas; mujeres que reciben diariamente vejámenes, hostigamiento psicológico y emocional, que son discriminadas en el ámbito laboral, por llevar con garbo en su cuerpo el arte: tener tatuajes; la falta de empleos para la población cualificada y necesitada, ya es cotidiano.
Las redes sociales develan cada día esta desconsolada realidad; lastimosa, pero existente. Nos hemos quedado esperando que instituciones que tiene como rol alzar su voz y defensa para la protección de la mujer; de todos los seres humanos, accionen, y ejerzan su función de manera oportuna. Pero, repito, nos hemos quedado esperando. Parece que hemos fallado como nación en la protección de los derechos fundamentales y el pago será mucho más alto del que ya estamos pagando.
Somos un pueblo también rico en leyes, pero su efectividad, junto a la carencia educativa, devela nuestra pobreza, que es aprovechada por quienes manejan o creen manejar poder desde las instituciones públicas y privada; desde la familia, allí inicia el violentar valores; derechos, y no asumir deberes universales. Eso ha convertido a nuestros hombres en grandes leviatanes, hijos de la cultura machista, que cada día se acrecienta más y más.
¿Parece ser que las mujeres ya no estamos seguras ni en nuestras casas? ¿Cómo es posible que en un país bendecido por la naturaleza, con un clima tan impresionante, con tanta majestuosidad natural, sea un tema de conversación, de estigma y de desprecio, la forma de vestir, la comodidad que buscamos en los lienzos que usamos para adornar nuestro cuerpo?
Que el tipo y forma de llevar nuestro pelo, nuestro color de piel, siendo una población eminentemente mulata, siga siendo objeto de discriminación, esto más que mostrar nuestras diferencias económicas, para a quienes el dinero le hace de sangre azul, muestras las faltas educativas. ¡No se nos permite vivir en paz, con nuestras creencias y forma de llevar nuestra filosofía de vida!, y eso es denegación de derechos.
La sociedad, la familia y el ámbito laboral, debe revisar su accionar, es hora, no hay tiempo para postergar la transformación. ¡La roña está entre nosotros! ¡Ya hemos tocado fondo! ¿Qué esperamos?
¡Necesitamos igualdad, equidad y educación! ¡Ay Abigail Mejía, María del Socorro Sánchez, Salomé Ureña, Ercilia Pepín, Petronila Angélica Gómez, Mamá Tingó, han mancillado tu legado!
¡Oh Hermanas Mirabal; Eleanor Roosevelt; Rigoberta Menchú; Malala Yousafzai, ¿qué otra acción debemos ejercitar para que la población dominicana respete tus aportes a las libertades públicas, y cese la violencia de género?
Condenamos esta polución e irrespeto, es momento de ratificar tratados internacionales y regionales; de adoptar y cumplir las leyes de forma más drástica. Accionar los planes nacionales y hacer que la justicia sea realmente accesible para las mujeres y las niñas.
Propugnamos que las autoridades competentes resuelvan casos y denuncias de violación a derechos, de forma oportuna y no que sigan utilizando los casos que se hacen virales, para erigirse ante la opinión pública y hacerse populares, con miras a otros cargos futuros en el Estado; simulando en los medios de comunicación tradicionales y redes sociales, ser garantes. ¡Es hora!, que Dios nos ampare.
Felicito a las jóvenes dominicanas que cada día alzan su voz, que denuncian violaciones y abrazan sus derechos. A ellas que ejercen ciudadanía social, porque no son una población de cristal o débiles emocionales, como algunos quieren hacerles parecer. No, son personas que conocen sus derechos y los demandan sin mostrar en sus palabras o acciones la violencia recibida, porque solicitan retribución de bienestar, de sus libertades humanas con dignidad. ¡Enhorabuena!
Hasta una próxima entrega.
santosemili@gmail.com
La autora reside en Santo Domingo, Rep. Dom.
Es educadora, periodista, abogada y locutora.
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