Alegra saber que los dominicanos estamos adoptando niveles de raciocinio y conciencia respecto al peligro que representa la tenebrosa pandemia certificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como Covid-19.
Lo digo al observar la masiva concurrencia a los centros de vacunación de menores de 12 años y adolescentes, como también de los adultos, luego del llamado hecho por las autoridades gubernamentales, los líderes eclesiásticos y de los partidos políticos, y otros sectores de la sociedad.
Aún quedan algunos ignorantes por inmunizarse y espero que se decidan pronto porque la peste sigue matando muchas personas en el mundo y la República Dominicana no es la excepción, pues al momento de escribir este artículo registraba 3,707 muertes (nos acercamos a las 4 mil víctimas), 308 mil 650 casos de contagios y 53 mil 254 personas están declaradas como portadores activos.
De continuar con el ritmo de vacunación, pronto lograremos reducir los efectos del letal virus.
Somos más de once millones de habitantes que necesitan dos dosis del biológico para lograr la inmunización preventiva. Significa que debemos continuar con el uso de mascarillas, alejarnos del endemoniado, imprudente e irracional “teteo” o francachelas para librarnos definitivamente de la enfermedad.
Para nuestros once millones de habitantes se requieren más de 22 millones de vacunas, fármacos que ya fueron contratados con la empresa china Coronovac, fabricante del exitoso antiviral Sinovac, y con la farmacéutica estadounidense Pfizer, la alemana BioNTech, como la cuestionada AstraZeneca.
En el país, se calcula que 6.2 millones de personas han sido inoculadas antes del plazo previsto, lo que nos posiciona en el primer lugar de la región Latinoamericana con más vacunas diarias aplicadas por cada 100 habitantes, consiguiendo hasta el momento que el 22 % de la población mayor de 18 años haya recibido sus dos dosis, acercándose así al sistema conocido como la inmunización de rebaño.
Sin embargo, he estado pensando qué podría pasar con los niños o los bebés, el segmento más vulneraba de la sociedad, que por su corta edad no puede expresar a los mayores los sufrimientos o los síntomas que se sienten cuando son impactados por el virus, como son fiebre, tos, dificultad para respirar, dolores musculares, dolor de cabeza y diarrea.
Como los niños con frecuencia se resfrían, tal vez su sistema inmunitario esté preparado para proporcionarles alguna protección contra la pandemia. También es posible que su organismo interactúe con el virus de una manera diferente a la que lo hace el de los adultos.
Es la deducción de los epidemiólogos e infectólogos y otros científicos mundiales, cuando explican que este fenómeno se propaga casi más a través de las gotas respiratorias cuando las personas con infección tosen, estornudan o hablan, aunque puede propagarse de otras maneras.
Los especialistas precisan que los infantes pueden contagiarse de los familiares y contactos cercanos. En el caso de los menores más crecidos, de 5 años en adelante, se infectarían de los amiguitos o maestros en la escuela o en las actividades deportivas.
Afirman que a medida que los niños se hacen mayores, el riesgo de enfermar lo suficiente como para ser hospitalizado es elevado. Los recién nacidos y los bebés pequeños también están en esa tendencia. No obstante, la posibilidad de fallecer en niños es mucho más bajo que en los adultos.
Investigando acerca de cómo afecta la peste a esa frágil porción poblacional, encontré detalles interesantes en una revista sobre temas de salud (fuente: info@colesterolfamiliar.org) donde se comenta qué pueden hacer los padres cuando se presenta esa eventualidad.
Comenta que los padres necesitan equilibrar las necesidades de sus hijos para estar seguros con sus prioridades de aprendizaje y de socializar con sus compañeros. Es decir, los tutores deben consultar a su sistema escolar y al departamento de salud para obtener la mejor información sobre la difusión local de la pandemia, normas y recomendaciones del área sanitaria, y los procedimientos docentes a seguir.
“Tenemos que mantener a los niños a salvo de la infección al tiempo que se minimizan los riesgos para ellos mismos, sus amigos, miembros de la familia, incluidos los abuelos y otras personas vulnerables de la sociedad”, dice.
Aconseja seguir los protocolos del distanciamiento físico, usar una mascarilla y lavarse las manos a menudo con jabón y agua durante más de 20 segundos; evitar tocarse los ojos, la nariz, y la boca con las manos sin lavar.
Esas normas, lamentablemente, pocas gentes las cumplen. Por eso son los rebrotes y los altos índices de contaminación viral.
Por suerte, a esas criaturas no las están llevando a clases presenciales de las escuelas públicas y colegios privados porque tendríamos un panorama sanitario escalofriante.
Los adultos, que ya estamos viviendo los pocos días que nos quedan como especies homínidas, sabemos a lo que nos enfrentamos. Hay que cuidar a los futuros adultos.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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