Tengo en mis manos el libro Los Años Difíciles: Mi vida junto a Peña, de la autoría de mi madre Julia Idalia Guaba Martínez, mejor conocida como «Doña Lala» una mujer ejemplar nacida el 27 de junio de 1937 en Licey al Medio, provincia Santiago y que hoy Día de Las Madres quiero recordar con la devoción de un hijo orgulloso de su progenitora a la que nunca le será suficiente el agradecimiento por los desvelos que por sus vástagos y esposo tuvo.
En cada etapa de la vida nos encontramos que los grandes hombres se encuentran con mujeres propias de su estatura para los difíciles recónditos momentos que les guarda el destino, porque solo así se explica cómo buscando posada de alquiler mi padre llegará en el año 1958 a la casa de mi madre en donde había una pensión propiedad de mi abuela Crisolia en los alrededores de la «La voz Dominicana» hoy CERTV, donde mi papá había iniciado el curso de locución un poco después de su llegada de su natal Mao, provincia Valverde de donde se había desplazado a seguir sus estudios universitarios, y que por recomendación le habían gestionado un puesto de profesor en el reformatorio que estaba en San Cristóbal y que era dirigido por padres Jesuitas.
Mi padre como acierto de la providencia llego a encontrarse con mi madre una bella y blanca mujer que al poco tiempo de conocerlo cayó rendida ante los atributos de inteligencia y bonhomía, de poeta y cantor de papá, es que la ventura ese hado mágico le había hecho encontrar a este líder de futuro a su compañera para los tiempos difíciles que le esperaban, de zozobra, privaciones y peligros que les tocarían sortear.
Mi madre tuvo que vencer la resistencia de su propia familia a la relación con mi padre, producto de que este moreno y espigado joven desprovisto de fortuna material alguna solo le ofrecía a su compañera el infortunio, las acechanzas y las dificultades como norma; pero el amor lo pudo todo hasta romper las cadenas que lo ataron inexorablemente a la pobreza.
Esta hermosa mujer no se detuvo ante las adversidades que le signaba el destino y con frontal altivez decidió caminar al lado de este humilde hombre, a quien reconoció dotes excepcionales y que solo el tiempo se encargó de confirmar; pero hubo de pasar cuantas calamidades se puedan ustedes imaginar desde las persecuciones más constantes, la clandestinidad y la prisión.
Esta mujer extraordinaria modista de oficio, con su talento y pegada a su máquina de coser hubo de mantener a sus hijos a quienes cuidó y mantuvo con afanoso celo, mientras su esposo se jugaba la vida en las calles en su afán de construir nuestra democracia.
No se quejó esta dama revolucionaria de todo cuanto hubo de pasar para que su compañero se dedicara a edificar una sociedad de libertad contra el oprobio y la tiranía que campeaba por esos días en nuestra Patria, en amor y lealtad prístina está moza enfrentó con denuedo, propia de la valentía de guerreros a los temibles enemigos de la Era, desafiando el llamado de la muerte para con espartano temple vencer a las fuerzas de la oscuridad, esas hordas terribles de sangre que cercenaron la vida de lo más granado de la juventud dominicana de la época.
Hubo de dormir mi madre en cuevas, en establos, en chozas apartadas y en los fríos pisos de las ergástulas prisiones a las cuales fueron enviados todos aquellos, igual que ella, que enfrentaban a los reductos de régimen, esta heroína guardó documentos que de encontrarlos los servicios de seguridad del Estado le hubiese costado la existencia misma, ésta junto a otras valerosas mujeres como mi madrina Juana Uribe y doña Esmeli Vda. Roque que trasladaron radios, armas y granadas para la causa a expensas de perder la vida, las cuales expusieron decenas de veces para apoyar a los revolucionarios dirigentes y a Peña Gómez, el fogoso joven líder.
Acostumbrados y obligados a verse casi a escondidas por la permanente persecución, mi madre le garantizaba a mi padre que sus hijos estaban bien, y que ella los cuidaría con devoción para que su idealista esposo siguiera desbrozando caminos y conquistando estrellas, y que nada le apartara del camino que la historia le tenía guardada, porque esta mujer se sacrificó largos años por este compañero que la vida le dio sin querella alguna por sus muchos padecimientos y permanentes escaseces.
A mi madre le tocó estar en «los años difíciles» no disfrutó de modo alguno la tranquilidad del poder, no tuvo ventaja alguna en ninguno de los gobiernos perredeístas, pese a los grandes aportes realizados, solo el olvido y el desagradecimiento fue su paga, pero mi padre noble siempre reconoció los enormes sacrificios hechos por mi madre, y por eso con reverenciar respeto y reconocimiento siempre la tuvo presente, nunca la desprotegió pese a la separación, la mantuvo en gran cariño y atención al saber que esta mujer lo dio todo para que él llegara y lograra sus sueños de Patria grande.
Esta mujer amó hasta el paroxismo a aquel hombre sin fortuna que solo le ofreció angustias y lágrimas, por el largo trajinar en los más escabrosos caminos hacia la construcción de la democracia, la misma mujer que en su papel de madre crió y mantuvo 4 hijos con dedicación total y con un ejemplo de vida propio, de lo que es ella para mí y mis hermanos, ¡nuestra heroína, mi mamá!, después de 13 años de su partida recuerdo con veneración a mi madre, seguro que está en el mundo de lo ignoto cuidando desde allá a sus hijos, por eso siento el orgullo cada día de ser hijo de Lala.
Tomo nota del prólogo del libro autoría de mi madre «LOS AÑOS DIFÍCILES», escrito el mismo por el estimado amigo de toda mi familia Dr. Washington de Peña (EPD), que expresa lo siguiente:
Al leer el primer párrafo de este libro se entera el lector que el mismo fue escrito con un pedazo del alma hecho lápiz y sin borrador. En el mismo, la autora imprime sus recuerdos. Recuerdos de lágrimas, porque la unión con Peña Gómez, a Lala, le produjo la alegría de los hijos procreados, pero sobre todo lágrimas, las lágrimas de la impotencia, las de la incertidumbre de saber si el instante vivido sería el último, las lágrimas de angustia, esa angustia de no saber, si cuando vio salir a su marido, fue esa última vez que lo vio.
Las lágrimas de la zozobra que acortaba su régimen de respirar y aceleraba el pulso, mientras oteaba la calle al menor rumor o aguzaba el oído recogiendo el graznar de la radio, voceadora de mala noticias, lo que esperaba escuchar, cuando Peña salía de su casa perseguido por el ancla de su ideal liberatorio que continuamente le arrojaba a los brazos de la muerte, a quien como maestro del escape que fue, burló siempre.
Las lágrimas de ausencia, porque son el requiebro póstumo de una joven humilde enamorada de un humilde hombre que escaló cumbres borrascosas porque así fue la vida de Peña, de cumbre en cumbre, pero de borrasca en borrasca.
Es que Lala nunca supo más de lo que narra. Su especialidad no era la política. Actuaba en ese campo, empujada por dos fuerzas convergentes: la una, el sentimiento liberatorio que bebió en su casa materna en plena era de Trujillo, y la otra, el amor por su hombre, a quien admiraba deslumbrada.
El atisbo que hace al dolor de la miseria constante en que se desenvolvió su vida junto a Peña, es una pálida muestra de la realidad. No hay más que ver, lo que representa una adolescente de humilde extracción, sin posibilidades de adquirir una fina educación, al lado de una Estrella en ciernes, a quien la potencia de su inteligencia, despega cada día de la corteza de la tierra.
Él tenía que estudiar, ella, que se llenaba de hijos rápidamente, había de trabajar para alimentar a su familia, incluso a él. Él salía a conspirar, y para ello tenía que olvidar todas sus obligaciones y responsabilidades, este libro traduce fácil la calidad de mujer que amo a un hombre revolucionario con tal devoción que aplaudió hasta el dolor y a quien perdonó hasta sus desvaríos.
Con magistral conocimiento el Dr. Washington de Peña desdibujó a su amiga de largos años, mi madre, que no tengo duda pactó con mi padre amor y lealtad eterna, porque éste por una causalidad del destino producto de ese acuerdo no escrito pero si sentido en el corazón fue a despedirse de mi madre horas antes de partir de esta tierra, en la noche del 9 de mayo del 1998 a escasos minutos de su último vuelo físico con el mismo garbo y estoicidad con lo que lo conoció que ni el dolor del cáncer que le consumía por dentro pudo evitar. En esta foto arriba mostrada, es la última de mis padres juntos en ese 9 de mayo donde la noche fue cómplice y testigo a la vez que hay lealtades que no terminan nunca ni con la muerte.
Hoy Día de Las Madres me hago depositario del más confeso agradecimiento y amor hacia mi madre, satisfecho de haberle dado en vida todo lo que pude, pero no todo lo suficiente como ella se lo merecía, seguro estoy que fue paga esa deuda con la despedida última que en vida tuvieron, en cumplimiento a esa ley de atractividad cósmica que los unió, pero que en tierno y cómplice compromiso esa noche en secreto se llevaron.
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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