Reflexiones en el cambio #40
Si bien es cierto que el inequitativo sistema capitalista se ha impuesto como modelo en casi todo el mundo, no menos cierto es que en algunos lugares actúa «más salvajemente» que otros, debido a que ciertos países, aunque sea mínimamente, protegen a sus ciudadanos de las inclemencias de un sistema que privilegia el dinero y el éxito de las actividades industriales, empresariales y comerciales frente a toda otra consideración.
Hay naciones que tienen un robusto sistema de seguridad social, que dan asistencia frente a las necesidades básicas de su población, así como un servicio de salud eficiente. Penosamente ese no es nuestro caso. La distribución de la riqueza es realizada de tal manera que actualmente tenemos un producto interno bruto (PIB) equivalente a $78,829 millones de dólares, de donde se supondría que deberíamos gozar de un pib per cápita (distribución individual de la riqueza) de alrededor de $7,609 dólares por persona, dada una población estimada de algo más de 10 millones de personas. A cada dominicano corresponderían alrededor de 37 mil pesos mensuales como promedio. ¡Pero nada más lejos de la verdad que esos números fríos!
El sistema integrado del registro laboral del Ministerio de Trabajo asumió que, en el 2020 el promedio salarial recibido por los trabajadores era de $23,000 mensuales en el sector privado, y algo parecido en monto en el sector público.
Entre los 2 millones 75 mil empleados formales de ambos sectores, siguiendo la información de trabajadores registrados en la Tesorería de la Seguridad Social, en nuestro país hay 8 millones de personas en edad de trabajar, pero solo tenemos 5 millones de éstas laborando, lo que hace aún más sombrío el panorama económico d nuestras familias.
Pero estos ingresos ni por asomo se corresponden con los niveles de gasto en nuestros hogares. Salvo los muy ricos, que por definición tienen mejor situación debido a su alto nivel productivo, salvo ellos aquí todas las clases, en su nivel de vida, en sus particulares gustos y prioridades, la estamos pasando difícil. De hecho, muchos más de lo que parece están pasando «las de Caín y Abel», como ocurre con la clase media, cuyos integrantes hacen esfuerzos inauditos para no bajar de nivel, pero cada día se empobrecen más y sus limitaciones son más evidentes, sobre todo porque tienen que pagar a un precio altísimo vivir con comodidades básicas, tales como una casa o apartamento en una zona que ofrezca ciertas garantías de seguridad; pagar el préstamo del vehículo, la escuela y/o la universidad privadas, el servicio doméstico y los gastos de recreación.
Siempre hemos sabido que aquí se vive del pluriempleo, que el dominicano se la busca para sobrevivir y para ello, «se las inventa todas.» De esa creatividad nacen las ilegalidades de todo tipo, que afectan a prácticamente toda la sociedad dominicana.
En esta selva de cemento nuestros compatriotas salen cada día «con el cuchillo en la boca», para «buscarse lo del moro.» Por eso es qué existen coimas por doquier, en todas las instituciones; por eso los agentes paran los vehículos para que «les mojen la mano», por eso hay «microtráfico» en nuestros barrios, así como «tributarios» y «lobistas» a las puertas de cualquier institución pública y por eso hay tantos robos y raterías, contrabando, prostitución y, claro está, corrupción.
Es que hay un ejército de trabajadores informales vendiendo «de todo», personas de todas las edades, profesiones y clases en el sector transporte o haciendo cualquier tipo de labor para «llevar el peso a la casa». En este país todo el mundo busca la forma de producir para cubrir sus gastos, tratando de evitar que este injusto sistema les haga morir de inanición a ellos o a los suyos.
Lo correcto es que todos los ciudadanos sobrevivamos haciendo las cosas de manera «legal» y «decente», pero una gran parte de la población, en desesperación, tiene que hacer de todo para subsistir, y más aún con el agiotismo rampante y la continua escalada de precios que vivimos hoy.
La gente hace magia para sobrevivir en un país tan caro como en el que vivimos, carestía que se duplica por las deficiencias de los servicios públicos y privados, en los que impera el abuso y en el que los ricos quieren hacerse súper ricos a costa de la miseria y el hambre de la mayoría de nuestro sufrido pueblo.
Los dominicanos vivimos endeudados permanentemente. Salimos de una deuda para caer en otra, con tal de sobrellevar la pesada carga familiar. Es que la comida está «por las nubes». Puede decirse que los supermercados volvieron a ser la «casa del terror» de las amas de casas, porque cada día el peso vale menos y se compra hoy, con la misma cantidad de dinero, la mitad de lo que se compraba hace dos años, digamos. Por ejemplo, solamente un garrafón de agua cuesta hasta 80 pesos. ¡Diga usted si esto no se está volviendo inaguantable!
¡Aquí hay compatriotas que no se han tirado del puente gracias a la diáspora, a sus familiares en el exterior que, con sus remesas y el envío de tanques de comida, evitan que miles de hogares caigan en la mayor de las desesperaciones!
Según la última encuesta nacional de ingresos y gastos de los hogares realizada en el 2018, arrojó que gastamos un 21% en alimentos y bebidas no alcohólicas; un 14. 8% en transporte (¡la gente gasta más en transportarse que todo lo demás después de la comida!), alojamiento y servicios un 12%, hoteles y restaurantes un 11%; en bienes un 9%, en Salud un 7.7% y en mobiliarios, educación y comunicaciones casi un 5%, respectivamente.
Lo que estoy viendo en términos de costos y gastos es demencial, donde familias pobres de barrios gastan más de 50 mil pesos mensuales y no se nota mejoría alguna de su situación económica. Consta que aquí en cualquier «hogar popular» se gasta un diario de hasta mil pesos para cubrir las 3 calientes.
Ni decir de la clase media, que ya no sabe qué inventar para estirar el peso. Entre los créditos bancarios (con intereses abusivos), la electricidad (que ya es un verdadero dolor de cabeza para el magro presupuesto familiar), el combustible del vehículo (aquí cualquiera gasta más de 600 pesos por día solo para ir al trabajo) y su mantenimiento … cualquiera de esos renglones de gasto es como de tener una familia completa paralela.
Estamos pues ante una realidad que nos da la cara, que hace de la República Dominicana un país donde todo se hace difícil, complejísimo, un entramado de dificultades que genera la necesidad de «dar algún dinero» para resolver cualquier cosa, por pequeña o insignificante que sea, porque la gente crea esa lentitud, se ralentizan todos los servicios para que entonces se haga «la oferta para su agilidad» … y ahí está la búsqueda de la que sobreviven millares de ciudadanos cada día.
La vida está carísima los ciudadanos se sienten indefensos, ante la desprotección oficial y la falta «de un referí que tranquilice las ansías devoradoras de nuestra burguesía», que quiere vivir a cuerpo de rey y que se la pasa justificando el aumento desproporcionado de los precios de la canasta básica, de los materiales de construcción y de todos los bienes y servicios.
Pocos asaltos y robos suceden en este país, visto lo mal que se encuentra nuestra gente. Los dominicanos no quieren hacer lo mal hecho, pero hay pocas opciones para el de abajo, que ve al de arriba llevándoselo todo, sin misericordia para nadie. ¿Los ricos? Bien gracias, pagando pocos impuestos y disfrutando de miles de millones de pesos en subsidios y exenciones impositivas.
Aquí queremos meter preso a un infeliz porque se robó por hambre una gallina, pero a los que se llevan miles de millones de pesos se les rinde pleitesía. Estas son sociedades «de ejemplos», y lo que estamos ejemplarizando es que «cada quien se la bandee cómo pueda…» y eso es precisamente lo que todo el mundo está haciendo, porque estos 48 mil kilómetros no solo son propiedad de los oligarcas.
Mientras, cada mañana los dominicanos sale a ganarse el pan como puedan, pero nadie aquí tiene moral para cuestionarlos porque, penosamente, «el derecho a búsqueda» de la mayoría, es el derecho a vivir y a comer en nuestros pueblos.
Para adecentar la sociedad hay que alimentarla primero, porque nadie con hambre le importa la ética ni las cartillas de moral y cívica. Nuestro pueblo indefenso hace lo que puede, porque no le dejamos opciones. Campea por doquier la indolencia de la sociedad de élite.
Los burgueses «críticos de oficio», esos que tienen sus alacenas y neveras llenas, que se conformen, que este ejército de hambreados no atenta todavía contra «la paz de los ricos.»
Este complicado sistema de «mafia de la sobrevivencia para subsistir» en algún momento se disolverá, de hecho, desaparecerá cuando entendamos que el sistema económico actual está haciendo al pobre más pobre y al rico más rico.
Entonces se tomarán decisiones excepcionales para cambiarlo. Por lo pronto, reconozcamos la habilidad que ha desarrollado nuestro pueblo y las peripecias del dominicano que, a fuerza de hacerlo día por día, ¡se ha hecho experto en buscar fórmulas para sobrevivir!.
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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