España se unió a países como Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda en legalizar la eutanasia o muerte asistida, un método que ha generado muchas discusiones a nivel mundial y que ha recibido el rechazo de las instituciones religiosas.
Fue aprobada por el Congreso de los Diputados, con 202 votos a favor, 141 en contra y dos abstenciones. En la propuesta se establecieron algunas reglas como condición para aprobarla. Una de estas fue que, para solicitar la eutanasia, el afectado debe “sufrir una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante” que le cause un sufrimiento intolerable.
Siempre he sido partidario de la eutanasia para los casos graves de salud que no tienen posibilidad de resolverse, para bien del paciente. Resulta doloroso, triste y hasta cruel, ver a una persona conectada a una máquina, pese a que clínicamente ya está muerta. En esa situación sufre el paciente y también los parientes, aparte de la responsabilidad económica que implica.
Algunos médicos dejan pacientes conectados o entubados por varios días a sabiendas de que ya no pueden sobrevivir a una determinada enfermedad. Lo hacen (es una deducción mía), tal vez, para cobrar altos honorarios a los acongojados familiares o para darles beneficios a los centros de salud para los que laboran. Se han hecho denuncias sobre esa inhumana práctica, sin ningún régimen de consecuencia.
Recuerdo un hecho ocurrido en Miami, Florida, donde hubo un duelo judicial que involucró a parientes de una moribunda conectada a una máquina de manera arbitraria.
El 23 de septiembre del 2004, el Tribunal Supremo de Florida autorizó que se desconecte la sonda de alimento que mantenía viva a una mujer de 40 años de nombre Terri Sciavo, que llevaba 13 en estado de coma. Con esta decisión los jueces cerraron una larga batalla judicial en la que se entremezclan odios familiares, presuntos intereses económicos y cuestiones religiosas y de principios éticos. Y, de paso, abrió la vía para aplicar la eutanasia en virtud al derecho a morir con dignidad que la Constitución de este estado norteamericano contempla para los enfermos en fase terminal.
Siete años después, los jueces obligaron a los médicos que supervisaban el régimen de la paciente a pagar una indemnización millonaria al entender que la mujer entró en coma por una negligencia en sus labores. Poco después, el esposo de la dama, Michael Schiavo, revelaba que esta le pidió que la prolongaran la vida artificialmente, si algún día caía en cama.
Se inició entonces una pugna judicial entre el marido y los padres de la mujer. Los padres, por su parte, grabaron un vídeo a escondidas en el que la mujer sonríe y gesticula cuando la acarician, y arguyeron que, con una terapia adecuada, podría llegar a recuperarse. Pero los médicos no llegaron a una conclusión clara, y los jueces se decantaron por dar la razón al marido.
Los padres de la dama emprendieron entonces una campaña en los medios de comunicación para tratar de salvar la vida de su hija, que tuvo como efecto más importante la aprobación urgente en el Congreso de Florida de una ley que autorizaba al entonces gobernador, Jeb Bush, a reconectar la sonda de alimento.
En virtud de esta ley, el gobernador puede intervenir sólo si el paciente no ha expresado su voluntad de morir por escrito, se encuentra en estado vegetativo y un familiar se opone a que se desconecte la sonda.
En Estados Unidos no existe legislación ni proyectos de ley que contemplen vía alguna para facilitar la muerte a enfermos terminales. El único estado en el que es legal el suicidio asistido es Oregón, en virtud a una ley de 1998 que permite a enfermos adultos a los que les queden menos de seis meses de vida solicitar fármacos letales a sus médicos.
Investigando en la biblioteca en línea, encontré que Holanda fue el primer país del mundo en legalizar la eutanasia, en 2002. A partir de ahí, otros han seguido sus pasos, con regulaciones más o menos restrictivas.
En Suiza, algunos Estados norteamericanos y el Estado de Victoria, en Australia, se permite el suicidio asistido, que se diferencia de la eutanasia esencialmente en quién ejecuta la acción. Mientras en esta última fase es normalmente un médico quien administra alguna sustancia para terminar con el sufrimiento, el suicidio asistido, que consiste en ayudar a una persona a quitarse la vida.
En términos prácticos, el resultado es el mismo: evitar más sufrimiento a una persona atrapada por una patología catastrófica e incurable.
La eutanasia, en la época moderna, es una iniciativa de Jack Kevorkian, el médico, pintor, político, músico y activista estadounidense, conocido como el “Doctor muerte” por su firme defensa de la eutanasia y por haber ayudado a que unas 130 personas se suicidaran, según reconoció él mismo.
En la década de 1980 escribió una serie de artículos acerca de su postura sobre ese tema. En 1987 se anunció en los diarios de Detroit ofreciéndose como médico para la «orientación a la muerte». Esto le valió que en 1991 el estado de Míchigan le revocara su licencia médica.
Entre 1990 y 1998 asistió la muerte de alrededor de 130 enfermos terminales, el primero y más conocido fue la pareja española Tuteiro y Lorena Subiela. Para ello, creó una máquina a la que denominó «Thanatron» (máquina de muerte) que permitía que los pacientes se auto-administraran químicos letales para terminar con sus vidas. Sin embargo, debido al retiro de su licencia y la consiguiente imposibilidad de acceder a las sustancias administradas, creó otro dispositivo llamado «Mercitron» (máquina de misericordia) con el que los pacientes se suicidaban inhalando monóxido de carbono a través de una máscara.
En varias ocasiones se intentó llevar a Kevorkian a juicio; sin embargo, él y su causa contaban y cuentan con mucho apoyo social, y el juez no vio pruebas de delito para iniciar un juicio.
El 23 de noviembre de 1998, se transmitió una videocinta grabada el 17 de septiembre de ese año en la que el galeno desafiaba a las autoridades a encarcelarlo. En esa grabación, Thomas Youk, de 52 años de edad, un paciente enfermo terminal de esclerosis lateral amiotrófica, ponía fin a su vida, asistido por Kevorkian, quien le administró una inyección letal. Esto ocasionó que el médico fuera enjuiciado por homicidio en segundo grado y, dado que su licencia había sido suspendida, por uso ilegal de una sustancia controlada prefirió representarse a sí mismo durante el proceso, lo que dificultó su defensa. Finalmente, fue encontrado culpable de asesinato en segundo grado.
Kevorkian fue sentenciado a 25 años de prisión, de los cuales sólo cumplió 8 (1999-2007). El 1 de junio de 2007, atendiendo a su delicado estado de salud y su buen comportamiento, la gobernadora del estado de Míchigan, Jennifer Granholm, le concedió la libertad condicional.
El 15 de enero de 2008, habló ante 4,867 personas en la Universidad de Florida donde expresó que su objetivo no era «matar a los pacientes», sino «evitarles el sufrimiento».
Murió el 3 de junio de 2011 en un hospital de Detroit, a los 83 años. Fue el facilitador del suicidio de 400 personas con sus métodos de eutanasia directa de forma ilegal, cuando ésta aún no estaba legalizada.
Quiérase o no, este profesional de la medicina dejó un legado (la muerte asistida) que con el tiempo será admitido por más países. Creo que es una forma digna de dejar de sufrir. ¿Quién sigue?.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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