Por Emilia Santos Frias
Está comprobado que muchas patologías mentales inician en la niñez, debido a la crianza que recibimos, algunas son parte de las conductas aprendidas de nuestros padres y madres, entre ellas, el trastorno de pánico; el miedo y la ansiedad.
Resulta que en la niñez absorbemos todo, incluso, el alto grado de estrés proveniente de quienes nos rodean; de las hermanas y los hermanos…, permitiendo que en el futuro tengamos predisposición a sufrir ataques de ansiedad, que pueden incapacitarnos para realizar distintas actividades de nuestro diario vivir.
Pero no me refiero al miedo como mecanismo natural, ese que cumple una función básica para la sobrevivencia, no; hablo del miedo infundido, como instrumento de control. Ese no debe ser el modelo de educación doméstica. Es irracional, basar la crianza en la famosa y malsana figura de las décadas de los 70 y 80: «el cuco», cuando estamos de cara en un mundo distinto, que cambió la educación sistemática, la académica; la Medicina y la tecnología.
Hemos avanzado demasiado, pero seguimos transmitiendo a las nuevas generaciones cultura de antaño, la que enferma por ser oscurantista, y que tiene como brazo fuerte el temor; con ella se invisibiliza derechos humanos, y esa ruta pasa factura.! Es hora de infundir valores universales, identificar deberes y derechos para ejercitarlos con decoro.
Infundir miedo en el infante como forma de calmarle y lograr que haga lo que le indicamos, no es la salida, es una absurda y burda forma que no educa, solo somete y crea enfermedades que se acrecientan con los años en las personas.
Cuando la Biblia nos dice que la prosperidad viene de Jehová, en Salmos 127, también señala: «herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud…». ¡Qué hermoso!
Recordemos que aunque no podemos evitarle dolor a nuestros hijos e hijas, porque esto es inevitable, si está en nuestras manos impedirle vivir sufrimiento y guiarle por el camino de la paz; esta viene de adentro.
«Todo el secreto de la vida se resume a vivirla sin miedo».
El miedo natural es normal, ante ciertas situaciones, y debemos estar alertas, para actuar con naturalidad y con amor, cuando nuestros hijos e hijas lo sientan. Para ofrecerle apoyo, comprensión y quietud a nuestros vástagos, haciéndoles entender que ese miedo no tiene fundamento, y demostrarle de forma racional que están fuera de peligro.
Cambiemos esa cultura que subyuga, por el bien hacer. Entendamos más a nuestros hijos e hijas, busquemos la manera de que la comunicación sea cada día más fluida, oportuna, eficaz, desde sus primero años de vida y para siempre. Evitemos que esos miedos naturales se conviertan en fobias, porque no supimos guiarlos, escucharlos, comprenderlos, actuando con normalidad y paciencia; permitiéndoles superar esos miedos naturales.
Es incorrecto asustarle, esto predispone y aumenta su temor. No es gracioso ni una medida de disciplinar hacerlo. Está en nuestras manos darles seguridad, autonomía y propiciar que la sientan.
La más vieja de las emociones en la historia humana es el miedo, parafraseando al escritor Howard Phillips Lovecraft, y al su colega Bertrand Arthur William Russell, ganador del Premio Nobel de Literatura, quien considero el miedo, la principal fuente de superstición y de crueldad, pero conquistarlo es el comienzo de la sabiduría. Hagamos el compromiso, guiemos a nuestros hijos e hijas hacia esa conquista, a esa liberación, conscientes de que además, «la barrera más grande hacia el éxito es el miedo a la derrota».
Hasta pronto.
santosemili@gmail.com
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora, residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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