Cierto. El 2020 será recordado por su marca trágica de llanto y muerte. Casi 2 millones de fallecidos solo por la pandemia del Covid-19 y unos 85 millones de infectados (as) es más que suficiente.
Los excluidos(as) y marginados(as) de siempre resultaron los más afectados. Un ejemplo es el porcentaje de latinos víctimas fatales del Covid en la ciudad de New York. Con el 28% de la población representan el 34% de los fallecidos. Superior desproporción se registra en la comunidad afroamericana.
El aumento del desempleo, el hambre, la pobreza y el desalojo habitacional producto de la pandemia también se expresa en mayor proporción en estas comunidades.
De ahí, que los trabajadores y trabajadoras no tan solo se lamentan la oportunidad perdida de abrazar una amiga o un amigo, por cierto, queja muy común y justificada en la clase media. Su mayor desaliento es por su cruda realidad de vida. Esa que con dureza presenta que, en los últimos dos meses, en el caso de Estados Unidos, unos 40 millones se vieron obligados a solicitar beneficios por desempleo.
Mientras la otra realidad es el crecimiento extraordinario de la riqueza entre los multimillonarios, el 60% de los cuales se hizo más ricos durante la pandemia. De este exiguo pero poderoso número, cinco (5) de ellos de manera conjunta vieron crecer sus fortunas en 310 mil 500 millones de dólares. Si, esa misma cantidad que acabas de leer: US$310.500 millones.
La pandemia ha tenido como positivo el haber expuesto ante los ojos de la mayoría poblacional lo bárbaro del sistema social prevaleciente, su naturaleza excluyente y en donde el ser humano es un objeto cualquiera, es un valor del mercado que tiene sentido mientras sirva a generar más riquezas y plusvalía para esta casta social dominante.
Deseo que la gente noble, que es la mayoría, que ha sobrevivido la pandemia no reduzca su tiempo útil a dar y recibir abrazos, besos y afectos perdidos, sino a buscar crear los instrumentos políticos y sociales que nos permitan superar el “capitalismo salvaje” y construir una sociedad donde el ser humano y sus necesidades sean el primer primero. Donde el amor no sea una pose de ocasión, sino una condición permanente que nos relacione con nuestros semejantes.
(El autor es coordinador en el exterior de Alianza País residente en NY).
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