Desde tiempos inmemoriales, “quedarse atrás” resultaba una práctica “peligrosa”, especialmente si el grupo andaba de cacería y había, algún dinosaurio cerca.
Luego, en las abundantes guerras de la humanidad, si algún escuadrón se enfrascaba en una escaramuza y había que retroceder, aquellos que quedaran rezagados corrían el riesgo de ser capturados, con suerte, o desaparecidos, en el peor de los casos.
Trayendo esta expresión al presente, en donde “socializamos” y buscamos relacionarnos unos con otros. Resulta que “quedarse atrás” es la denominación que le damos al que “no logro” descollar como el resto de la manada.
Las redes sociales son los campos de batalla en donde buscamos llamar la atención, gritar, hacer escándalos con el fin de que “se nos tome en cuenta” para “no quedarnos atrás”.
Sin embargo, yo diría que, quedarse atrás hoy en día, es la mejor manera de vivir la vida en paz.
Cuando no somos notados, pasamos desapercibidos. No somos blanco de envidias ni de ambiciones que, como aquel dinosaurio, son capaces de devorarnos.
Quedarse atrás, es evitar las palpitaciones aceleradas de nuestro corazón, especialmente por las noches.
No existe la necesidad de llegar primero, ni “los premios” efímeros que esto otorga.
La canción “El Rey”, de José Alfredo Jiménez, nos lo susurra subliminalmente diciendo; “después me dijo un arriero, que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
Conozco un montón de amigos bullangueros, simpaticones, emprendedores, que se las pasan de fiesta en fiesta, de radio en radio, figureando en revistas sociales y de farándulas.
Andan como nuestro “funesto casanova” Porfirio Rubirosa, de moda en el jet set de los 50s. Para terminar solos y alcohólicos. Frustrados en una soledad más grande que las multitudes que le rodeaban. Empeñados en no “quedarse atrás” terminaron donde ni el olvido los alcanza.
En cambio, conozco a otros, que sin hacer ruidos ni ufanarse de “estar adelante”, han cosechado una sólida fortuna material desde el silencio “de quedarse atrás”.
Sin embargo, ni aun estos logran alcanzar la verdadera tranquilidad que otorga “el saber quedarse atrás”. Ya que, en ese camino solitario es en donde aparece la voz del universo… la que pocos son capaces de escuchar.
Los bienes materiales, para estos últimos, son herramientas disponibles que podrían permanecer y desaparecer sin que por ello les dé una taquicardia.
Son capaces de dar lo que tienen y hasta “ayudar” al que desea adelantarse en el camino.
El orgullo para ellos es un lujo a la vanidad de la que carecen.
Saben que todo es perecedero y se lo recuerdan constantemente para no caer en tentaciones… amén!.
Se ríen, piadosamente, del afán de los otros y muchas veces se preguntan; ¿cuál es el afán de ir adelante si no estamos claros hacia dónde vamos?.
Hasta para “quedarse atrás” hay que tener “clase” una clase muy ligera y exquisita. Desapegada de afanes y menciones. Libre de ser reconocido o recordado.
¡Polvo eres!… y en polvo terminaras! Quizás sea la frase más cierta de toda la biblia. El último polvo que sacudí fue el de mi cama. Alcance a ver como salía disparado por la ventana elevándose hacia el cielo en una perdida infinita. Me pregunte ¿de qué difuntos serian esos polvos?.
El universo y sus complicadas ecuaciones de vida nos seguirán manipulando en el destino trazado a cada cual. No importa que tan adelante vayas o si te quedaste atrás.
Recuerda que al final, todos llegaremos… sin saber o sabiéndolo…eso le faltó decir al arriero. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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