Visión Global
PERSPECTIVA: El próximo martes 3 de noviembre los votantes estadounidenses tendrán la oportunidad de salir de uno de los presidentes más polémicos y poco productivos de la historia reciente de los Estados Unidos cuando voten masivamente contra Donald Trump.
La gestión del magnate neoyorquino, un personaje de por sí polémico y extravagante, ha estado matizada por el conflicto, tanto interno como externo, sin estar al mismo tiempo exento de los más diversos escándalos que de haberse producido en una de las débiles «repúblicas bananeras» de seguro habría tenido serias dificultades para completar su mandato.
Desde el mismo día de su inauguración el presidente Trump se ha desenvuelto en medio del conflicto, incluso en la propia Casa Blanca, si tomamos en cuenta que al cumplir dos años de su mandato no le quedaba uno solo de los funcionarios que empezaron con él en la Administración.
A una parte de ellos los echó con un mensaje a través de la red social Twitter, el medio de comunicación por excelencia para el mandatario, sin guardar las formalidades en un sistema de Gobierno tan formal como el estadounidense.
Otra parte de los acompañantes de Trump salió del Gobierno por su propia voluntad al no poder acostumbrarse a un estilo de dirigir caracterizado por el autoritarismo, el atropello a los servidores y la falta de respeto a las tradiciones afincadas desde la primera presidencia de George Washington tras la independencia de la Gran Bretaña.
Es por ello que al arribar al término de su primer mandato—muy probablemente sea el único—el presidente Trump sale con menos amigos de los que tenía cuando arribó al Gobierno el 20 de enero de 2017.
Ahora bien, ¿significa mucho que Trump pierda las elecciones del próximo martes en función de lo que son las expectativas de un nuevo presidente en la persona de Joe Biden?
En realidad, la democracia estadounidense en lo fundamental tiene muy poco que ver con la persona, puesto que es un sistema con unas reglas establecidas que solo Trump se las ha podido saltar sin consecuencias.
Biden a lo sumo va a devolverle la solemnidad a la presidencia, de seguro no andará peleándose con raymundo y todo el mundo, no le ganará enemigos gratuitos a Estados Unidos—con los que tiene ya es bastante—, en fin, no se comportará como un elefante en vitrina, sino que, al menos suponemos, tratará de recomponer todos los embrollos que ha armado el republicano.
Aunque no sea mucho, recuperar la armonía con sus aliados fundamentales y no andar por el mundo jurungando panales de avistas será esencial para garantizar la paz cuando el enemigo global es un organismo invisible y sin fronteras.
Biden ha prometido regresar Estados Unidos al acuerdo sobre cambio climático firmados en Paris y del cual Trump lo excluyó porque no cree en el rigor científico de lo que representan para el planeta las emisiones de gases de efecto invernadero.
El candidato demócrata ha anunciado una medida arriesgada que puede poner en peligro su triunfo en la Florida, uno de los estados clave en la lucha por el colegio electoral, al anunciar que derogaría las políticas de Trump hacia Cuba.
En realidad, no se puede esperar otra cosa de quien fue por ocho años vicepresidente de Barack Obama, el mandatario que más lejos ha llegado en casi un siglo en lo que respecta a normalización con las relaciones con Cuba.
Fue tan lejos que no solo aplicó la normalización, sino que visitó la isla en un hecho que dejó sorprendido al mundo. De modo que para Biden, como se le atribuye a Enrique IV que quería reinar en Francia «Cuba bien vale el sacrificio de Florida».
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
Nelsonencar10@gmail.com
Comentarios sobre post