El alma flota sorprendida en su lejano letargo. No concibe por momentos que ha alcanzado su libertad.
La botella ha sido frotada y el genio surge en un torbellino que lo deja anonadado por instantes.
Se mira a sí mismo y sostiene la forma de la armadura que ha quedado inerte allá abajo.
Le tomara otros instantes deshacerse de ella en su continuo impulso hacia el cielo.
Su memoria descorrida, se desparrama en recuerdos que va borrando…sin penas ni glorias.
No existe ya el atajo ni el atado. La piel ya no duele, ni duele la mente, ni el destierro ni el entierro.
Los nombres son solo cosas que señalaron un camino marcado en un antes presentido.
La razón se desrazona para volver a razonarse y hay una luz que borra todo lo soñado.
El encuentro con uno mismo se hace agradable y se deshace el tiempo con el olvido.
Cuando uno se muere, es cuando en verdad se vive.
No hay dolor que le acompañe ni penas que le persigan.
Todas las ataduras han quedado amarradas a la gravedad de la esfera que flota atrapada en su magnetismo terrestre.
Una dimensión mundana que suda y huele a antojos de sexo, de pasiones, de arrebatos incontrolables y suicidas.
La locura se ha disipado en el abismo y nadie desea volver ni recordarse de esos afanes.
Cuando uno se muere, se muere de un todo. De la casa, de la calle, de los hijos, los amigos, ¡todo! Se esfuma y se liberan las ansias de posesiones.
Nada existe ni existió nunca. Todo fue afán…por nada.
Ni siquiera la fiesta perdura, ni los abrazos ni los besos.
Cuando uno muere, muere de verdad. Porque morir es nacer de nuevo, es recobrarse y reconocerse una vez más.
Reconocer la nada y el todo en este momento fugaz nos alivia las pérdidas y desatinos que vendrán. Los dramas interminables y los errores cometidos y por cometer.
La perfección mitológica e inexistente dejara de ser búsqueda a un premio sin final feliz. Los defectos preexistentes e injertados serán aceptados.
Si acaso algo existe, solo la muerte es capaz de mostrárnoslo y lo que nos muestra es intangible a los sentidos.
Uno se eleva y se alimenta de un gozo tan exuberante que no tiene tiempo de pensar ni en lo vivido, ni en lo dejado, ni en lo adorado o sufrido.
La conciencia se hace tan obvia que uno lo entiende todo.
Cuando uno se muere, comienza la vida. No la vida que usted o yo «conocemos» sino «aquella otra», esa que todos soñamos y anhelamos y que no sabemos ¿por qué carajo no podemos?.
Esa vida llena de amor y bondad y felicidad constante.
Esa, que en verdad conoce el amor y cuyo significado está impregnado en el pensamiento del alma y es que el alma es el amor.
Pablo lo dijo muy claro hace más de dos mil años: «Aunque conociera todos los misterios y todas las ciencias y toda la fe…si no tengo amor, no soy nada».
Cuando uno se muere nace el alma, nace el amor. Y si tienes amor ¡estás vivo!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
Postdata; tampoco es para que se suiciden…aguanten y cojan lo que les toca, recuérdense que morirse…es lo último que uno siempre hace. ¡salud de nuevo!.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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