La mutación más notable que se aprecia en la intolerancia política es la de los nombres de sus actores. En la segunda mitad del siglo XIX, cuando nacía la República Dominicana, el despotismo se encarnó en Pedro Santana. Al final de esa centuria asumió el nombre de Ulises Heureaux. En el segundo tercio del siglo XX, ese infame papel correspondió a Rafael L. Trujillo.
Durante el último tercio de ese siglo el autoritarismo pasó a llamarse Joaquín Balaguer, quien procedía de la escuela de Trujillo, pero aplicó su propio librito. En su ristra –no breve- de asesinatos por razones políticas sobresale, por burda, evidente, descarada, la del ingeniero Amín Abel Hasbún, solo 28 años de edad.
Había na¬cido en Santo Domingo el 12 de octubre de 1942, hijo de comerciantes de origen palestino. Era militante de la izquierda, cuestionador, con hechos, del gobierno de Balaguer, un persistente violador de los derechos humanos.
Agentes del crimen se presentaron a su casa, a las 6:15 de la mañana, del 24 de septiembre de 1970.
Detenido, mientras el fiscal actuante miraba hacia cualquier lado, le pegaron un tiro en la cabeza. Y la sangre del hombre corrió por las escaleras como cosa sin valor. Presenciaron la sanguinaria escena su esposa, Mirna Santos, quien estaba embarazada, y su primogénito Ernesto, de dos años. Luego nació el hijo homónimo.
Las tenebrosas acciones de los gobiernos despóticos son comparables a las catástrofes naturales (ciclón, terremoto,…).Ceemos que con el paso del fenómeno ha cesado todo, y hasta decimos, muy creídos, que después de la tempestad viene la calma. No es cierto, pues las catástrofes, como las dictaduras, tienen efecto residual.
Los dos hijos de Amín Abel Hasbún se criaron sin su padre y el menor, nunca lo vio. Los hijos de ambos nacieron incompletos, pues les faltó el abuelo paterno. Es decir que la intolerancia balaguerista le mató su abuelo a unos niños que llegarían al mundo algunos treinta años después. Los estragos de una dictadura perduran mucho después de terminada.
Se ha informado que quien disparó contra Abel fue el raso Hermógenes Luis López Acosta, pero eso nada aporta. Ese pobre instrumento de la maldad quizá no tuvo otra opción. Hay que decirlo: Amín Abel Hasbún murió por causa de sus anhelos de cambio, cambio político, cambio contra el abuso de poder, la persecución, el encarcelamiento.
Quienes ordenaron el crimen, quienes lo prepararon ni quienes lo ejecutaron han pagado por el hecho. Su castigo debe ser que todos mantengamos el apego a las ideas democráticas y al respeto de los demás. Ellos que yazgan en la letrina de la Historia.
(El autor es escritor y periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
rafaelperaltar@gmail.com
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