Roma (FAO-PRESS).- El número de personas que padecen hambre aumenta, según los resultados de un estudio anual de las Naciones Unidas.
En los últimos cinco años, decenas de millones engrosan la legión de personas que sufren subalimentación crónica, y los países de todo el mundo siguen enfrentándose a múltiples formas de malnutrición.
En la última edición de El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado este lunes, se estima que casi 690 millones de personas pasaban hambre en 2019 (un aumento de 10 millones de personas desde 2018 y de casi 60 millones en cinco años).
Los altos costos y la escasa asequibilidad impiden también a miles de millones de personas lograr una alimentación saludable o nutritiva. La cantidad de personas que sufren hambre es mayor en Asia, pero está creciendo con más rapidez en África.
Según las previsiones del informe, la pandemia de la COVID-19 podría provocar, a finales de 2020, un aumento de 130 millones en el número de personas afectadas por el hambre crónica en todo el mundo.
Advierte de la posibilidad de que con el recrudecimiento del hambre aguda en el contexto de la pandemia esta cifra aumente aún más en ocasiones.
El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo es el estudio mundial más autorizado en relación con el seguimiento de los progresos realizados hacia la erradicación del hambre y la malnutrición.
Es elaborado conjuntamente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En el prólogo, los responsables de los cinco organismos advierten que «cinco años después de que el mundo se comprometiera a poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición, seguimos sin realizar progresos suficientes para alcanzar este objetivo en 2030».
Una explicación de las cifras del hambre
En esta edición, debido a significativas actualizaciones de los datos sobre China y otros países muy poblados[ii], se han reducido de forma notable las estimaciones del número total de personas que sufren hambre, hasta 690 millones.
Sin embargo, no se han producido cambios en la tendencia. Al revisar toda la serie de informes sobre el hambre desde el año 2000, se llega a la misma conclusión: tras disminuir de forma constante durante decenios, el hambre crónica comenzó a crecer lentamente en 2014 y sigue en aumento.
Asia sigue albergando al número más elevado de personas subalimentadas (381 millones). África ocupa el segundo lugar (250 millones), seguida de América Latina y el Caribe (48 millones).
La prevalencia mundial de la subalimentación (es decir, la tasa general de personas hambrientas), del 8,9 %, ha variado poco, pero los números absolutos vienen aumentando desde 2014. Esto significa que en los últimos cinco años el hambre ha crecido al ritmo de la población mundial.
A su vez, ello oculta grandes disparidades regionales: en términos porcentuales, África es la región más afectada -y lo es cada vez más-, ya que el 19,1 % de la población está subalimentada.
Este porcentaje duplica con creces la tasa de Asia (8,3 %) y de América Latina y el Caribe (7,4 %). Sobre la base de las tendencias actuales, para 2030 África concentrará más de la mitad de las personas aquejadas de hambre crónica en el mundo.
El precio de la pandemia
Mientras se estancan los progresos en la lucha contra el hambre, la pandemia de la COVID-19 intensifica las causas de vulnerabilidad y las deficiencias de los sistemas alimentarios mundiales, entendidos como todas las actividades y procesos que afectan a la producción, la distribución y el consumo de alimentos.
Aunque es demasiado pronto para evaluar el pleno efecto de los confinamientos y otras medidas de contención, en el informe se estima que, como mínimo, otros 83 millones de personas, y quizá hasta 132 millones, pueden empezar a padecer hambre en 2020 como resultado de la recesión económica desencadenada por la COVID-19[iii]. El retroceso hace que el logro del Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 (hambre cero) sea aún más dudoso.
Dietas poco saludables, inseguridad alimentaria y malnutrición
Superar el hambre y la malnutrición en todas sus formas (incluidas la desnutrición, las carencias de micronutrientes, el sobrepeso y la obesidad) va más allá de conseguir alimentos suficientes para sobrevivir: la alimentación de las personas -en especial la de los niños- debe también ser nutritiva.
No obstante, uno de los principales obstáculos es el elevado costo de los alimentos nutritivos y la escasa asequibilidad de las dietas saludables para un gran número de familias.
En el informe se presentan pruebas de que una dieta saludable cuesta mucho más de 1,90 USD por día, el umbral internacional de la pobreza.
Se indica que incluso el precio de la dieta saludable menos costosa es cinco veces mayor que el precio de llenar el estómago solo con almidón.
Los alimentos con alto contenido de nutrientes, como los productos lácteos, las frutas y las hortalizas y los alimentos proteínicos (de origen vegetal y animal), constituyen los grupos de alimentos más caros del mundo.
Las estimaciones más recientes indican que 3 000 millones de personas o más, una cifra alarmante, no pueden permitirse una dieta saludable.
En el África subsahariana y Asia meridional, este es el caso del 57 % de la población, aunque no se salva ninguna región, ni siquiera América del Norte y Europa. En parte como consecuencia de ello, la carrera para acabar con la malnutrición parece peligrar.
De acuerdo con el informe, en 2019 entre un cuarto y un tercio de los niños menores de cinco años (191 millones) padecían retraso del crecimiento o emaciación: eran o demasiado bajos o demasiado delgados.
Unos 38 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso. Entretanto, la obesidad en adultos se ha convertido en una pandemia mundial en sí misma.
Un llamamiento a la acción
En el informe se argumenta que, cuando se tienen en cuenta consideraciones relativas a la sostenibilidad, el paso a dietas saludables en todo el mundo ayudaría a controlar el aumento del hambre, al tiempo que propiciaría enormes ahorros.
Se calcula que este giro permitiría compensar casi por completo los costos sanitarios asociados a una alimentación poco saludable, que se estima que alcanzarán 1,3 billones de USD al año en 2030; mientras que el costo social de las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con el sector de la alimentación, estimado en 1,7 billones de USD, podría reducirse hasta en tres cuartas partes[iv].
En el informe se recomienda llevar a cabo una transformación de los sistemas alimentarios con miras a reducir el costo de los alimentos nutritivos y aumentar la asequibilidad de las dietas saludables.
Si bien las soluciones específicas variarán de un país a otro, e incluso dentro de ellos, las respuestas generales consisten en intervenciones a lo largo de toda la cadena de suministro de alimentos, en el entorno alimentario y en la economía política que conforma las políticas comerciales, de gasto público y de inversión.
En el estudio se exhorta a los gobiernos a incorporar la nutrición en sus enfoques de la agricultura; esforzarse por reducir los factores que aumentan los costos en la producción, el almacenamiento, el transporte, la distribución y la comercialización de alimentos, por ejemplo mediante la reducción de las ineficiencias y de la pérdida y el desperdicio de alimentos; prestar apoyo a los pequeños productores locales para que cultiven y vendan alimentos más nutritivos y garantizar su acceso a los mercados; dar prioridad a la nutrición de los niños como la categoría con mayores necesidades; fomentar un cambio de comportamiento a través de la educación y la comunicación; e integrar la nutrición en los sistemas de protección social y las estrategias de inversión a escala nacional.
Los jefes de los cinco organismos de las Naciones Unidas responsables de El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo declaran su compromiso de apoyar este cambio trascendental y de asegurar que se desarrolle «de forma sostenible y en favor de las personas y el planeta».
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