A Pleno Sol
En el inicio de un gobierno se impone la tregua de los cien días. Es dejar que el nuevo mandatario puede aceitar su equipo de trabajo, es iniciar el programa que estaba en papel y que ahora se tiene que convertir en realidad.
Esos cien días lo tienen que otorgar los simpatizantes que salen a romper brazo buscando un empleo, o los afiebrados que solo ven exfuncionarios detrás de los barrotes. El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt fue pionero en el concepto de 100 días cuando asumió el cargo en 1933.
La oposición tiene que darse un baño de ecuanimidad y esperar. Cien días es lo que un gobierno necesita para presentar su personalidad y dejar claro hacia dónde va. Desde el 16 de agosto creemos que se le deben dar esos cien días a Luis Abinader.
Ello no significa que la oposición se cruce de brazos. El sector opuesto a un gobierno es el equilibrio de que habrá vigilancia permanente de sus acciones. Cada cual hace oposición a su forma y entendimiento: hay unos que solo piensan en huelgas, y otros en hacer señalamientos en los medios de comunicación.
Algo de historia: El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, levantó el concepto de los cien días, mientras se enfrentaba a la calamidad de la Depresión. Frente a la catástrofe, los ciudadanos querían la seguridad de que bajo su liderazgo podrían superar la crisis.
Roosevelt sabía, antes de ganar, que debía ser el candidato del orden y que uno de los principales problemas del país era la pérdida generalizada de confianza. Él creó un gran experimento social y económico que llamó el «New Deal», pero también inauguró una forma de entender el liderazgo y la gestión en una sintonía nunca antes vista.
A partir de Roosevelt el concepto de los cien días se expande a todo el mundo y se empieza a aplicar sobre otros gobiernos.
En su discurso inaugural del 4 de marzo de 1933 señala: «Esta nación pide acción, y la acción ahora, nuestra mayor tarea es poner a la gente a trabajar, estoy preparado… bajo mi deber constitucional recomendaré las medidas, que un país asolado, en medio de un mundo asolado, requiere».
En la democracia caben todas las ideas, y lo importante es que a nadie se le intimide para que pueda exteriorizar su forma de pensar. La democracia se nutre del libre pensamiento y expresión: es lo que le da fuerzas. El mundo de hoy exige decisiones firmes, pero también concertación y entendimiento. La democracia se levanta con la colaboración de todos. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
(El autor es periodista residente en Santo Domingo).
manuel25f@yahoo.com
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