Cuando era niño, me atraía el arte y solía admirar los cuadros de los maestros del momento. Guillo Pérez, Cándido Bidó, Ada Balcácer, entre otros. Nunca me imaginé que llegaría a ser un artista, pero el empeño y la persistencia terminan por imponerse, aun uno sea malo en el oficio.
El arte dominicano, lo cual es algo para discutir, pues aún no veo un estilo que podamos decir «nuestro», siempre ha tenido «etapas» donde «suelen sonar» un determinado grupo de artistas, es decir, los del momento.
En mi niñez, los mencionados junto a Guadalupe, Oviedo, Tovar, Ulloa y muchos más eran los que «se la estaban buscando» y, ciertamente, «algo» les caía para sobrevivir.
Tovar, Clara Ledesma y la misma Balcácer, a quien ocupa este latido, emigraron del país ante la falta de respeto con que los dominicanos tratan a sus artistas más preciados. A veces hay que mendigar para que adquieran sus obras y encima les quieren pagar una miseria.
Tanto Clara como Tovar, ambos ya fallecidos, y nuestra querida Ada lograron establecer el valor de su obra, al ser apreciados por los «foráneos» que sí supieron apreciar y pagar el precio merecido.
Hoy Ada está abandonada en un asilo para ancianos en los Estados Unidos. Y digo abandonada, no porque sus hijos así lo hayan hecho, sino por el pueblo dominicano, que suele reconocer «sus grandes vivos cuando son sus grandes muertos», como dijo don Federico Henríquez y Carvajal al despedir al gran Eugenio María de Hostos, en 1903.
Fui a visitarla y apenas me reconoció, a pesar de que fui uno de sus artistas cuando tuvo su galería en el área de Wynwood, Miami. La vi recostada en una habitación que compartía con otra señora, que ajena, desconocía a quién tenía a su lado.
Me sonrió, como nunca ha dejado de hacer, a pesar de su carácter fuerte y sincero. Así la recuerdo el día que la conocí, cuando me fue a visitar a mi estudio en Miami.
Nunca pensé que llegaría a conocer y ser reconocido como artista por esos maestros que admiraba de niño. Tuvo que emigrar, me contó, porque el gobierno no apoya a sus creadores.
Ahora recuerdo la angustia de Guadalupe al fallecer el director de aduanas, Miguel Cocco Guerrero, quien adquirió tantos cuadros para los artistas. Un funcionario del gobierno que tuvo la visión que nunca han tenido los gobernantes del país.
Ada luchó siempre por lo nuestro y así lo demostró en su galería, pues insistía en que «éramos pocos» los artistas dominicanos reconocidos en el extranjero. Cosa que no les pasa a los cubanos, ya que tienen proyectos de promoción de sus artistas en todo el mundo y esto ha provocado valor a su trabajo, prestigio para el país e ingresos para todos…
Qué pena que nuestras glorias terminen sus últimos días desmemoriados y ajenos de nacionalidad y de afectos ganados por su gente. Su familia ha hecho lo posible porque esté bien atendida y cuidada, pero el estado dominicano debería de tenerla en un palacio, donde sea visitada día a día por su pueblo.
Deberíamos de agradecer a esos embajadores nuestros, sin salario ni botella, que ponen en alto nuestras raíces y dominicanidad, dándole lo mejor de lo mejor, no tan solo en sus últimos días, sino en sus últimos años.
Esos patrimonios y columnas de nuestra cultura deben ser exaltados al olimpo. Mimados y admirados por todos y no dejarlos morir en la indiferencia. Aún hay tiempo de halagar a Ada. Antes que se nos vaya para siempre.
El gobierno debe colocar gente consciente en las administraciones del Estado. Que tenga compasión y sentido de solidaridad, especialmente para la posición que ocupa. La secretaria de Cultura del estado dominicano debe de darle seguimiento a todos los creadores y apoyarlos económicamente para que puedan desenvolverse sin «esa búsqueda eterna» que tanto maltrata la consciencia del pueblo.
Le alcancé a dar a Ada un pedazo de papel y una pluma; ella quiso dibujarme algo antes de que me fuera. Sus manos temblorosas lograron hacer el garabato que acompañó su firma. Así me fui reflexionando de aquel lugar; qué pena que nuestro país siga siendo un garabato… Salud Mínimo Justiciero.
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(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).