Desde el 2014, cuando sufrí el derrame cerebral isquémico que me ingresó al ejército de los discapacitados, estoy padeciendo la insensibilidad de algunos ciudadanos que no se conduelen de las personas con esa patología.
Por suerte, esa eventualidad no me mató. Pero me sacó de la actividad productiva a causa de una lección permanente en el brazo y pierna izquierdos. Padezco de inmovilidad físico-motora, lo que me ha obligado a usar un bastón. Es una lesión permanente. Estoy vivo por mi elevada autoestima y espíritu de guerrero. Camino a diario, hago ejercicios durante 45 minutos y medito. Mi cerebro está nítido, mi mente lúcida, y aún mantengo activo el voraz apetito por la lectura.
Sin embargo, siento preocupación por la manera despectiva e indiferente de muchos ciudadanos hacia los que padecemos discapacidad. Nos ven como despojos humanos, con desprecio, indiferencia, como muertos en vida, con mucha pena.
Determinadas empresas, como los supermercados, plazas comerciales, tienen parqueos habilitados para los minusválidos, ancianos y embarazadas, pero los espacios reservados son usados por individuos en buen estado de salud. Ocupan los parqueos ante la indiferencia de los encargados de la seguridad.
Una vez le reclamé a un guardián por qué no impedía que ocupen esos espacios y su respuesta fue la siguiente: “Bueno Don, con las gentes no hay quién pueda. No nos hacen caso, usted sabe como funcionan estos negocios”. Entendí perfectamente el mensaje: se asignan esos espacios a los discapacitados para solo cumplir con el mandato de la ley, pero en la práctica pocas empresas e instituciones privadas obedecen a esa regla jurídica.
Los bancos comerciales dan preferencia a los discapacitados y personas de avanzada edad. Pero existen muchos clientes palurdos que no aceptan esa disposición y toman la delantera para acercarse a las casillas del personal de cajas. Así no iremos a ningún lado.
Se trata de una actitud excluyente promovida por un segmento social que está atrapado en la ignorancia, el analfabetismo, la falta de educación, inconsciencia, que tienen como armadura el irrespeto, la imprudencia, el desorden mental y el caos.
Necesitamos una sociedad incluyente que reconozca y respete los derechos de quienes tienen algún tipo de discapacidad. Para eso, se les debe dar acceso pleno a la educación, empleo, salud y cultura. Se requiere una justicia inclusiva para las personas con discapacidad y grupos vulnerables.
La actitud hacia nosotros debe ser de aceptación, no de discriminación o rechazo. Comparto la tesis de que, en parte, es la sociedad que nos hace discapacitados porque no brinda los medios para incorporarnos a actividades a las que tiene acceso el resto de la población con buena salud.
Para cumplir con la inclusión, es necesario adoptar las directrices de los Derechos de las Personas con Discapacidad, cuyos principios generales destacan el respeto a la dignidad, la autonomía individual, la no discriminación, la participación e inclusión, la igualdad de oportunidades, la accesibilidad y la equidad entre el hombre y la mujer.
Esa discriminación se da en el plano laboral. Uno de los retos a los que se enfrentan las empresas que buscan ser inclusivas es el protocolo de selección y contratación, una práctica muy selectiva a favor de los que no tienen discapacidad.
El 19 de octubre de 2021, la Organización de las Naciones Unidas junto al Sistema Único de Beneficiarios (SIUBEN) presentó un estudio sobre la situación de las personas con esa eventualidad y determinó que el bajo acceso a empleo, salud y educación de manera digna e inclusiva y la exclusión del esquema de protección social, son parte de los desafíos que enfrentamos en la República Dominicana.
Según esa investigación, 140,980 personas registradas en el SIUBEN tienen al menos una discapacidad, de las cuales, el 35.7% con 15 años de edad o más no sabían leer ni escribir. Asimismo, se evidenció que el 92.4% de las que padecen esa patología, entre las edades de 5 a 21 años, no asiste a la escuela.
En cuanto al acceso al empleo, 8 de cada 10 con discapacidad con 18 años o más, están fuera del mercado de trabajo, mientras el limitado grupo de individuos con esa condición que labora, el 37.7% no tiene un puesto fijo, sino que lo hace de manera ocasional y el 12.7% de manera temporal.
Cuando se indagó entre los discapacitados si experimentaban alguna dificultad para recibir atenciones de salud, la mayoría respondió de manera afirmativa, con el 12.6% reportando que no puede hacerlo, el 20.7% que tiene mucha dificultad y el 22.3% que tiene alguna dificultad.
Vista esa realidad, confieso que me siento discriminado y rechazado. También, olvidado por aquellos que alguna vez me abrigaron con sus afectos.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).