Desde mi adolescencia he sentido la curiosidad por conocer el origen de la humanidad, de los demás seres vivos y qué hay más allá del planeta que habitamos. A mi edad, aún no estoy convencido del relato bíblico sobre la creación del Universo.
Me apasionan los relatos de la ciencia. A diario presencio documentales y repaso los temas científicos impresos o virtuales. Fue la motivación para escribir mi tesis de grado en la UASD, titulada “Periodismo Científico y los Medios de Comunicación”, tomando como escenario de medición nuestra prensa. Mi asesor fue el profesor y escritor Lipe Collado con la colaboración del periodista e investigador español Manuel Calvo Hernando.
En ese contexto, los últimos días he reflexionado respecto al surgimiento de los océanos y la de los ríos. Molesta ver la forma de cómo se pierden millones de litros de agua potable debido al mal uso de los humanos.
La consumimos, pero no sabemos cómo surgió en el planeta. Es una historia muy interesante, como otras cosas que nos lega la naturaleza.
Las investigaciones establecen que la mayor porción del agua provino de asteroides y cometas que colisionaron con la Tierra, hace millones de años. El hidrógeno nació en el Big Bang, mientras que el oxígeno abunda en los núcleos de estrellas aún más masivas que el Sol. El Big Bang (la explosión) es la forma que comenzó el Universo, luego se expandió y se estiró para crecer tanto como lo es ahora. Es una teoría científica distinta a la que explica la Biblia.
La Tierra es el único escenario universal que posee agua en estado líquido sobre su superficie, convirtiéndose en un caso exclusivo en el origen de la vida y del sistema solar.
Esta sustancia abarca un 70% del espacio total del planeta, dice la National Aeronautics and Space Administration (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, más conocida como NASA, por sus siglas en inglés). Es decir, solo el 30% es terreno sólido. Eso lo podemos apreciar observando el globo terrestre: la parte azul representa los océanos y las demás zonas es roca y tierra.
Los océanos (conformados con oxígeno y dos átomos de hidrógeno) tienen una profundidad entre 3,682 y 6,000 metros, de acuerdo con los datos del Servicio Oceánico Nacional de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de su tamaño y relevancia, las reales profundidades siguen siendo desconocidas porque más del 80% permanece sin cartografiar ni explorar. La parte más profunda se encuentra en la llamada Fosa de las Marianas y tiene casi 11,000 metros de profundidad (equivalencia a once kilómetros).
Observen el siguiente dato: “La historia de los océanos es la historia de la vida. Es que el agua presente en el mundo impulsa el ciclo de vida de la Tierra y de la atmósfera, permitiendo la existencia de diferentes formas de vida. Se estima que hay aproximadamente 1,386 millones de kilómetros cúbicos de agua presentes en el mundo, de los cuales menos del 3% es agua dulce. La gran mayoría, constituida por agua salada, alberga una amplia diversidad de plantas y animales en sus hábitats marinos”.
En algunos sistemas espaciales (estrellas, nebulosas, lunas, otros planetas), puede encontrarse en estado gaseoso como es la Nebulosa de Orión, que está compuesta principalmente de gas hidrógeno y las moléculas de agua presentes son comparativamente raras con las que se conocen en la Tierra.
Hubo un tiempo en que las civilizaciones Maya, Azteca, Inca y otras, que se mantuvieron activas hasta aproximadamente el año 950, tuvieron mucha sequía por la desaparición de los ríos, fenómeno que obligó a los habitantes a emigrar hacia otros lugares.
Una escena similar ocurre ahora a causa de la depredación de los bosques con el objetivo de ganar insumos industriales. Una de las consecuencias más alarmantes de la deforestación es su contribución al calentamiento global y la desaparición de los ríos.
Los árboles juegan un papel crucial en la absorción del dióxido de carbono, uno de los principales gases de efecto invernadero. Al disminuir la cantidad de bosques, aumentamos la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera.
Los humanos debemos conocer esos detalles. Pero la ignorancia nos conduce al derroche extremista de ese líquido. Incluso, nos negamos a pagar ese servicio, hacemos conexiones fraudulentas y cuando hay sequía, entonces exigimos de las autoridades una pronta solución al problema. Es un asunto de conciencia.
Viendo esas reseñas, y ahora que se habla del amenazador cambio climático, debiéramos valorar más el agua porque, conjuntamente con el Sol y los árboles, es la base fundamental de nuestra sobrevivencia. Se impone una cautelosa reflexión, pues el día que desaparezca, todos moriremos.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).