Por Rafael Méndez
Nadie quiere ser recordado como el líder que provocó la «Rebelión de las Ovejas», pero no nos engañemos, esto es una victoria del pueblo, no una concesión del poder. La sociedad, a punto de explotar, ganó esta batalla, y obligó al gobierno a retroceder.
En un espectáculo digno de las mejores tragicomedias políticas, un sector de la sociedad dominicana se ha levantado en aplausos y vítores para agradecer al presidente Luis Abinader por no ejecutar el plan que iba a golpear a los más pobres.
¡Ah, cuánta nobleza! Un líder que, tras haber afilado la guillotina fiscal, decide guardarla, no porque no quiera usarla, sino porque escuchó los balidos de las ovejas que, por primera vez en mucho tiempo, se agruparon para decirle: «¡Ya basta!».
Y aquí viene lo más irónico: algunos, con una devoción digna de los más ciegos seguidores, han decidido agradecer. No solo agradecen la retirada del proyecto, sino que lo hacen con una emoción tal que parece que Abinader les ha salvado la vida, cuando en realidad lo que hizo fue evitar su propia catástrofe política. Porque, claro, nadie quiere ser recordado como el líder que provocó la «Rebelión de las Ovejas». Pero no nos engañemos, esto es una victoria del pueblo, no una concesión del poder. La sociedad, a punto de explotar, ganó esta batalla, y obligó al gobierno a retroceder.
¿Y qué hace Abinader? Juega el papel del «verdugo magnánimo», que por puro «altruismo» decide no ejecutar a sus víctimas… aún. Y ahí están algunos, agradeciendo como si les hubiera salvado de un destino cruel, olvidando que fue él mismo quien afiló la espada. La ironía está servida en bandeja de plata: el presidente que estuvo a punto de hundir más a los pobres ahora recibe aplausos por haber escuchado sus gritos de desesperación. Pero, ¿alguien realmente cree que lo hizo por compasión?
El verdadero mérito aquí es de una sociedad que supo decir «NO» en el momento adecuado. El pueblo demostró que cuando se une, puede hacer retroceder incluso al poder más decidido. Pero en lugar de celebrar esto como una derrota política para el gobierno, hay quienes prefieren hacerle una estatua al presidente por haber tenido «la cortesía» de no arruinarles la vida… por ahora.
Lo más cínico de todo es que ya hay quienes están resucitando esa vieja frase de «bueno, podría haber sido peor», como si debiéramos sentirnos agradecidos por haber evitado el desastre que ellos mismos iban a provocar. Porque no nos engañemos, el proyecto volverá, quizás con otro nombre, quizás más «suavizado», pero volverá. El lobo no se aleja de las ovejas, solo da un paso atrás para calcular mejor su próximo ataque.
Y entonces, ¿Qué haremos? ¿Volveremos a agradecerle? ¿Le daremos las gracias por no hacer más daño cuando su deber, desde el principio, era proteger a los más vulnerables? Parece que algunos no se cansan de agradecer al lobo por no comerse a todas las ovejas… todavía. Y lo peor es que lo hacen con una sonrisa en los labios, como si realmente creyeran que el perdón del verdugo es un acto de nobleza.
Así que celebremos, sí, pero no por la «bondad» de Abinader, sino por el poder que la sociedad tiene cuando se une y se moviliza. Esta fue una victoria del pueblo, no una concesión del poder. No olvidemos que la espada sigue ahí, lista para caer cuando menos lo esperemos. Y cuando lo haga, espero que, al menos esa vez, las ovejas se den cuenta de quién es el verdadero enemigo y no sigan dando las gracias a quien las mantiene en vilo.
(El autor es periodista y exdiputado residente en República Dominicana).