El hombre encontró la forma de comunicarse a través de las palabras. El lenguaje, como es lógico, fue distinto para cada tribu. Así vemos que de los 7 mil millones de habitantes del planeta que hoy existimos, hay casi 7 mil idiomas distintos.
Solo en Europa se hablan más de doscientos y en Asia sobre los dos mil… De estos, los más hablados son inglés, sobre mil cuatrocientos millones, chino mil, hindi o indio sobre los 600, español 500, francés 300 y árabe otros 300.
Hemos visto la «tipografía», o formas, que genialmente el hombre ha creado, desde garabatos para muchos, a garabatos para otros. Estas mismas letras que voy escribiendo van formando las palabras «que darán sentido» a este latido.
Las palabras nos han permitido expresar todas las formas materiales e inmateriales que componen el planeta o mundo en el que vivimos.
Con ellas podemos expresar las emociones interiores como las exteriores y podemos «maldecir» o halagar, según sea el caso que nos ocupe.
El poder de las palabras es tan grande, que podemos construir, destruir, conquistar, hasta matar. Pero también ellas pueden darnos vida y aliento. Ánimo, y todo tipo de sentimientos que se nos puedan ocurrir. De ahí la importancia «de hablar bien».
A través de la historia, grandes oradores, es decir, expertos en subir y bajar el tono de las palabras de acuerdo a la causa o el efecto que se busca, han logrado «enamorar» o «embrujar» a multitudes, llevándolas al sueño o la pesadilla.
Los políticos saben de la importancia de ellas al igual que los poetas; estos últimos son incansables «buscadores» de crear belleza en el baile y ritmo que logren rimar para el encanto de lo expresado, así sean las tragedias y dramas a los que nos tienen acostumbrados.
Son expertos en amarguras, contrario a los cómicos que intentan hacernos reír, así sea de las tragedias que los poetas se empeñan en parir.
La palabra, según la Biblia, fue protagonista en crear al mundo, incluyendo todo lo que contiene, y en eso vamos usted y yo de colados…
El uso de la palabra es determinante en las relaciones humanas, ya que ellas nos llevan al amor o al odio; eso es «asegun»el comportamiento que, eventualmente, nos dirigiremos…
Decir las palabras puede tener un efecto mayor que el escribirlas, pero también depende de «quien hable o quien escriba». No podríamos determinar un ganador entre estos.
Lo cierto es que hay personas que nos apasionan con solo escucharlos, lo mismo que otras con solo leerlas. Creo que este latido es «un tanto obvio».
En realidad, mis queridos «admiradores», es que el mensaje que busco dar, con estas palabras, es lo importante que es saber «medir» lo que decimos o escribimos.
Las palabras podrían herirnos o beneficiarnos si aprendemos a controlar el uso de las mismas. Yo sé que es difícil, ya que uno se «incómoda» constantemente con tanta gente bruta que parece no entender, pero para eso están las «cuchocientas mil formas» de utilizar las palabras.
Desarmar al que nos agrede, insultándonos, respondiendo con el buen uso de las palabras, podría resultar tan mágico como «esos siete días» en que Dios se la pasó hablando solito, creando esta vaina…
Usted tiene el poder de manipular las situaciones a su favor, si sabe «hablar» con palabras oportunas y sabias. Aquí entra otro factor del complicado asunto de las relaciones humanas, donde su grado de conocimiento será un buen «cómplice» para lograr vivir mejor.
Redactar verbalmente lo que dice le ayudará a pasar menos trabajo que a aquellos que apenas se les entiende lo que dicen, como los caribeños, por ejemplo…
Aunque, hablando del idioma en el que estoy latiendo ahora, he conocido españoles de cierta región de España, que hablan pegando las palabras, que lo único que uno escucha es ¡¡¡tratratara!!!
Tuvieron que pasar treinta años para comprender a aquel pobre campesino mexicano. Le estuve conversando media hora y él, muy decentemente, solo alcanzó a decirme «no le entendí nada».
Cosa que no me atreví yo a hacer, cuando este muchacho de Murcia me abordó en una «corrida de palabras» donde no entendía ni Ji, pero lo peor no era eso, sino que siempre terminaba su perorata preguntándome ¿Qué piensas de eso? Y yo no sabía si decir «si o no»…
¡En fin! Que al final no debemos de quejarnos, ya que antes, el hombre de las cuevas, no podía emular ni una sola palabra y aquello debía ser un carnaval de muecas y gestos que para qué les cuento…
Lo cierto es que hay idiomas con una fonética muy sonora y otros con unos aullidos parecidos al de los gatos.
Todo un universo auditivo y visual que no deja de sorprenderme en cómo el hombre ha inventado palabras «tan extrañas» acompañadas de «guturaciones» tan profundas, que aún tengan sus gargantas intactas y sus ojos ajustados con los garabatos «geroglifales» que escriben… ¡Salud! Mínimo palabrero.
Postdata: no busquen esas dos últimas palabras que dije, que no aparecerán en ningún idioma, pero estoy segurísimo que las «entendio». ¿Verdad? ¡Salud otra vez!.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).