Qué tanto daño ha causado, debería recordarse diariamente por todos los periódicos, por todas las gacetas y ventorrillos que emanan pestilencias en lenguas impías.
Deberían de aburrirnos con la misma cantaleta día a día. Hay que insistir en los desmanes para que se acaben y nunca se olviden en el silencio que terminan todos.
Un país de privilegiados ladrones que se aúpan entre ellos, que se «jolgorizan» de su avisada audacia y «despendejada sapiencia». Que nos roban en la cara y se pasean en costosos autos mientras «los otros», el pueblo, aspiran a una parte de la tostada.
Ya los cogieron, ya los acusaron, ya los enseñaron en todos los medios y de todas las formas, engrillados, esposados, humillados, con caritas de pena e incredulidad…
¡Los dejaron enfriarse y los soltaron! Un país sin cojones, sin formalidad, sin enemigos. Una gran familia en donde todos estamos entrelazados cercana o lejanamente.
Ya están en las calles, degustando los mejores restaurantes y exclusivos resorts. Todas las pruebas e investigaciones que realizaron unos pendejos ya están en la basura.
Esos fiscales, que privaron de serio, serán echados eventualmente a rincones olvidados de la geografía cómica de un país que no termina en hundirse.
Otros reconocerán su derrota e impotencia ante «el sistema de castas» disfrazado «en la alcurnia». Generaciones de oligarcas que se pierden en el tiempo de «ese olvido silencioso».
Alimentándose de pueblo, que se afilia a sus filas y se desvanece de un oro manchado de miserias y analfabetos. Dando paso a nuevos apellidos, una gleba que no cambia de dueño y admira «lo blanco y fino».
Casi doscientos años de patria donde nadie se atreve a «formalizar» las leyes. A tomarse el trago amargo que envenene esos males de astucia heredada.
Nadie que no necesite hacer como Trujillo, ni hablar como Balaguer, ni «ayantarnos» como Leonel o endeudarnos como Abinader. Dentro de todos los malos, «el mejorcito». Sin embargo, parte de esa «clase alta» y del mismo juego de todos. No hay cojones, por lo menos por unos meses, hasta que se remedien los entuertos y se arranquen las sanguijuelas, echándolas al calabozo del olvido.
Solo están presos los pobres. Los negritos sin fortunas en un país donde ser blanco es todavía un privilegio. Otrora, memoria de conquistadores serviles a «la corona». Monarquía que en América se llama «oligarquía».
Mar de males que aún tienen secuestradas las independencias americanas, bajo nombres «de repúblicas» cuando son colonias aupadas.
Ese olvido silencioso que tantas veces ha triunfado apostando al tiempo y la certeza de que todos los males serán ignorados y «aquellos» que se pasaron de la raya inventando con «seriedades desubicadas», serán ubicados en el imperio, donde terminarán perdiéndose entre sus calles y admirando «paradójicamente» el progreso de los socios de los ladrones, que nunca pudieron juzgar. ¡Salud! Mínimo Olvidero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).